Antonio Ferrada Alarcón
“Porque no tenemos nada
lo queremos todo”,
asomaba como la consigna.
Parte del país estaba en ruinas
por el terremoto de 1960
y Chillán volvía a lo suyo:
ciudad de movimientos y rogativas
y Valdivia casi era la nueva Atlántida.
Las radios nos trajeron noticias desoladoras:
casas yéndose al mar con sus habitantes adentro,
diciendo adiós con sus pañuelos blancos.
Pescaderías que volvían sus peces al mar
y estos recobraban vida.
Peatones que desaparecían en las calles agrietadas,
yéndose al centro de la tierra.
Volcanes que soplaban sus gargantas
como en tiempos pretéritos
y los mapus veían serpentear los ríos desde las alturas
y comprobaban que Te Ten y Caicaivilú era verdades inefables.
En este ambiente se fraguaba el mundial de fútbol en Chile, año 1962.
“Como no tenemos nada
lo queremos todo”, decían los dirigentes.
Y Leonel Sánchez ensayaba los mejores tiros libres
de zurda, como en el ballet azul,
ya que tenía entre ceja y ceja a la araña negra Lev Yashin
y a cuanto arquero veía en los diarios y revistas.
Todos conocían a Leonel Sánchez, Jorge Toro, Honorino Landa, el Chita Cruz
y a todo el equipo de Riera como DT.
En mi casa la radio era la reina del día y la noche,
para escuchar los milagros del terremoto
y los milagros que preparaba la selección de fútbol
para un mundial que parecía una apuesta
al destino de un país con pocas alegrías y mucho vino y pobreza.
En el intertanto, nacía el nuevo miembro de la familia, el poeta,
el mismo, diría Borges,
con el sueño cambiado dijeron los doctores:
en el día, dormía plácidamente y en la noche armaba la fiesta
sin dejar tranquilos al resto de la familia,
donde sólo un milagro podía dar fin al descalabro onírico familiar.
La magia de la tecnología de los 60 apareció,
escuchando el Mundial de Fútbol.
Vicente, el jefe de hogar, el mismo que armó su taller de tapicería en su casa,
(no más patrones, dijo)
puso la radio, por azar o por intuición, junto a la cuna del niño,
el del sueño cambiado,
y curiosamente, éste escuchaba el parloteo de Julio Martínez,
y los goles de Leonel, de Eladio, las atajadas felinas de Escuti,
y éste ya no lloraba más,
no molestaba,
balbuceaba,
quería decir gol,
quería decir “justicia divina” para el equipo chileno,
quería repetir el Ceacheí…
La medicina para el sueño cambiado fue la radio
y han pasado 60 años y ese niño hombre de la época del Mundial de Fútbol del 62
sigue escuchando radio a pilas
y la lleva a dónde quiera que va,
a las montañas,
al mar,
al trabajo,
y antes de dormir…sigue escuchando:
“Porque no tenemos nada…
lo queremos todo…”
Y salimos terceros …
Ceacheí….
***
Antonio Ferrada Alarcón (Chillán, 1961), es profesor de Castellano, egresado de la Universidad de Chile. Actualmente participa del Taller de Lectura y Escritura “La Pajarera” del Centro Cultural Casa Gonzalo Rojas en Chillán, junto a un emergente grupo de autores de la Región de Ñuble.