Por Emma Monroy
Esta no es una crónica sobre futbol, sino una declaración de amor a Francesco Totti, el capitán de la Roma
Ahora que Qatar ha confirmado que el futbol es una mercancía y que el balón se patea en la cancha de quien más dinero tiene, viene bien recordar que hubo mejores tiempos.
Como el mundial Corea Japón 2002.
Y este relato debe empezar con una confesión. Sabiendo que la emoción que provoca la selección mexicana difícilmente durará más de 5 partidos, me preparo para depositar mi entusiasmo en la selección cuyos jugadores más me gusten.
Platón dijo que la belleza es promesa de felicidad y bajo esa premisa, mi corazón se emocionaba cuando los italianos jugaban. Fue así que conocí a Francesco Totti.
En ese mundial, México compartió grupo con Italia. Se enfrentaron los terceros, y en el minuto 33, Jared Borgetti cabeceó un golazo que Buffon no vio venir. La euforia duró 51 minutos, porque al 84, Del Piero anotó para el empate. México pasaría como primero de su grupo seguido por Italia.
Ya en octavos, ambos perderían frente a improbables equipos. México 2-0 ante ¿Estados Unidos?, e Italia 2-1 ante ¡Corea del Sur!. Con Totti expulsado y el coreano Ahn Jung-Hwan jugador entonces del Perugia, expulsado públicamente del Calcio por anotar el gol que condenó “al país que lo acogió”.
Así las pasiones que desata el futbol. Y Totti, que además de guapo y fino jugador, resultó ser un símbolo, no sólo de la Roma, sino de un futbol que resiste los embates del capitalismo.
Con 16 años, Francesco Totti debutó con la Roma, y jugaría con los colores de la giallorossi durante 25 años.
¡25 años! de fidelidad e incondicionalidad a un equipo, a una afición, a una cancha. Es más de lo que muchos matrimonios tienen.
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Con la Roma, Totti ganó una Serie A, dos supercopas y dos copas de Italia. Con la Azurra, un mundial. Aunque imagino que fue la final de 2001, jugada en casa ante el Parma, – que tenía por portero a Buffon -, una de sus mayores alegrías.
Ese domingo 17 de mayo, el estadio Olímpico reventaba cuanto Totti marcó al minuto 19 el primero de los tres goles, que después de 18 años, le darían su tercer Scudetto a la Loba.
Cuando eres un niño en Roma, dice Totti, sólo hay dos opciones, o eres rojo o eres azul. Su abuelo, a quien no conoció, le regaló a través de su padre y su hermano, su amor por la Roma. Cuenta que con siete años fue por primera vez al estadio Olímpico, y que esa experiencia, algo encendió dentro de él.
Imaginemos la emoción que debe sentir el niño que llega a convertirse en el capitán del equipo de sus sueños. La felicidad de anotar su primer gol con la escuadra titular. El honor de saber que cuenta con el respaldo del presidente del equipo, ¡que además es un hincha de la Roma!. Y ahora, el amargo sabor de una forzada despedida.
El 28 de mayo de 2017, después de 786 partidos, 307 goles y 198 asistencias de gol, Totti dejó la cancha. El estadio lleno, expectante. Pancartas que replican su imagen y su nombre se agitan. El 10 al centro de la cancha, sus compañeros a un lado; y el ídolo, tratando de encontrar una posición para leerle a todos los hijos que esta loba ha parido, su despedida.
El jugador idolatrado es lo más cercano que conocemos a un héroe. Sus historias son de hombres que se sobreponen a contextos adversos o que no desisten de un sueño. Es en el deporte donde están los héroes, los de verdad. Los contradictorios como Maradona, los carismáticos como Pelé o los leales como Francesco Totti.
¡Y es que vamos!, que la Roma no es, ni fue un gran equipo de Italia. Más bien uno mediano. No tiene la fama de la Juve o los títulos del Milán, ni siquiera estadio propio, pues lo comparte con el Lazio. No, la Roma es, digámoslo en términos del futbol mexicano, algo así como el Toluca, un equipo con buenas rachas y jugadores memorables.
Por eso impresiona que una de las figuras más destacadas de la liga italiana no haya querido dejar su casa para irse a cosechar triunfos al extranjero. Sobre todo, cuando esa puerta se la estaba abriendo el Real Madrid. El Real Madrid de los galácticos, que quería completar su cuadro internacional fichando al romano.
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Eran 12 millones de euros más la mitad de lo recaudado por su imagen. El puro sueldo ya representaba el doble de lo que ganaba en la Roma. El 80% de su ser estaba dispuesto a irse. Pero las decisiones importantes se toman con el corazón. Y Totti eligió quedarse en casa, en la Roma, con la Loba y sus tifosi en la curva sur, recordando que “Siempre fue mi sueño ponerme su camiseta, cuando lo alcancé, quise conservarlo siempre”.
Tal vez sea el peso de su nombre. Heredero todo occidente de ella, hijos de ese imperio que ha trasmutando hasta convertirse en un capitalismo monstruoso que ahora devora también los territorios simbólicos, que la Roma es ahora una manzana codiciada.
Franco Sensi, dueño, presidente e hincha de la Roma murió en 2008. Su hija asumió el cargo hasta 2011 cuando vendieron el club a capital estadounidense. Los tres dueños desde entonces, han sido de esos multimillonarios que creen que convierten en oro todo lo que tocan, sin darse cuenta que en realidad lo están pudriendo. Nunca dejan de ser extranjeros, y en este caso, gringos, que para entrar de lleno en los torneos globales, necesitan deshacerse de su legión romana. Y lo consiguieron. Luego de dos años como director técnico, Totti dejó la Roma con la sensación de que quería morirse antes que dar ese paso.
Si la cancha es el nuevo coliseo, Totti sin duda fue el emperador de la Roma.
Fue indigno de la directiva avisarle dos jornadas antes que ese 28 de mayo sería su último partido. Maledetto tempo lo culpa Totti en la carta que le lee a la Roma, pero no es sólo el tiempo. Son éstos tiempos, donde la lógica mercantilista se ha impuesto por sobre todo lo demás. El desarraigo que vive el futbol es evidente y es triste. En apenas 20 años las relaciones simbólicas que habían trascendido la cancha se han convertido en productos.
A lo mejor idealizo a Francesco Totti, porque el hombre me parece hermoso más allá de lo físico, pero no por eso los cuestionamientos que surgen tras su despedida y sus posteriores declaraciones dejan de ser ciertas. Es cierto que a los jugadores romanos los relegaron del campo para contratar extranjeros. Es cierto que la aspiración del “club” es colocar a la Roma en la Champions, porque el torneo, en tanto fenómeno global, deja más dinero que el futbol local.
Por eso, ante este desangelado mundial y presiento, inicio de la decadencia del futbol varonil en tanto cada vez más deviene en espectáculo, recordar que hubo mejores tiempos y animar los sueños de la infancia, que cuando estos permanecen en el corazón, la playera no es uniforme, es símbolo.
Que Totti se despida de ustedes y les cuente por qué la Roma.
“Muchos me preguntan, ¿por qué has pasado toda tu vida en Roma? Roma representa mi familia, mis amigos, la gente que amo. Roma es el mar, las montañas, los monumentos. Roma, por supuesto, son los romanos. Roma es el amarillo y el rojo. Roma, para mí, es el mundo. Este club y esta ciudad, han sido mi vida. Siempre.”
Nota aparte: Hay una anécdota que por más que busqué no pude corroborar y por eso la incluyo en letras chiquitas, por si usted, amable lector, sabe buscar mejor que yo, tire paro desmintiéndola o confirmándola. Aquí va, para hacer más grande al santo. Una vez, en un partido, el árbitro marcó un penal que no era penal. Pensando tal vez que no hay honor en ganar por error, Totti lo cobró mal a propósito.