Por Raúl Mejía*
Valdo Árciga dio cuenta de lo interesantes que son los partidos cuando se escuchan en la radio. La verdad es que incluso cuando uno los ve por televisión se puede tener una experiencia esquizoide. Sobre todo con los gritones comentaristas mexicanos -en eso, de verdad, nadie nos gana. Esos gaznápiros le ponen tanta crema a los tacos que algunos optamos por ver el partido sin sonido o dejarnos llevar por los comentaristas argentinos, más mesurados (¿pueden creerlo? ¡Más mesurados!).
Un partido se puede ver en vivo, pero hay otra forma de “verlos”: en pasado y por escrito. De eso va esta entrega, pero antes les cuento algo que es producto de mi escasísima capacidad de análisis futbolero. La cosa va así: de verdad me quedo babeando cuando los sabios hablan de los “falsos 9” o de las transiciones rapidísimas del 4-4-2 al 2-4-4 o como sea. ¿Cómo le hacen para ver esos detalles? ¿Hay forma de cursar una licenciatura en balompié?
Lo que yo veo (y creo es los que ven todos mis amigos aficionados) es a dos equipos mostrando cierta capacidad para articular jugadas y con eso basta para dictar sentencias: “un partido aburrido”, por ejemplo o la clásica “pinche partidazo dio Japón”. Llegar a esas conclusiones ramplonas me causa problemas porque cuando escuchaba al Tata Martino desmenuzando el juego de México con Polonia pensaba “este señor sabe un chorro de cosas, me cae” porque lo que yo vi con estos ojos que se han de tragar los gusanos fue un partido de hueva, pero el entrenador me convenció de haber visto una muestra del mejor futbol defensivo en la historia del soccer mexicano.
Y debe ser cierta mi condición de villamelón porque les voy a contar algo. Vi dos partidos ayer: Estados Unidos vs Holanda y Argentina vs Australia. Mi corazoncito latió desbocado por USA, pero el oficio holandés fue superior. Estaba razonablemente seguro de una cosa: Estados Unidos quizá daba el campanazo empatando en los minutos finales del partido, pero ocurrió algo raro. Un tipo holandés llamado Denzel Dumfries andaba por ahí, tranquilo y sin molestar a nadie, caminando con parsimonia rumbo a la portería gabacha (vean el video si no me creen).
Solo con su alma. Incluso dos veces llamó sus compañeritos felices peloteando del lado izquierdo de la cancha: “¡hey, amiguis, estoy por acá, sin marca!” y no lo pelaron. Se acercó al área chica y le mandó un recado a Memphis Depay. “Cuando tengas chance me mandas el balón, estoy solo” y no lo pelaron. Fue hasta que un tal Daley Blind (que de “blind” no tenía nada) lo vio por allá, en el extremo derecho y le mandó el balón y claro, Denzel soltó tremendo riflazo. Gol.
Nunca un holandés había rolado tanto tiempo por el área sin marca.
Eso mató a mis gabachos.
Pero el error de los canguros australianos fue peor. Argentina no estaba en su mejor momento y dependía al 100 por ciento de Messi, pero a ver, hállenle. ¿Desde cuándo un despeje de manos del portero a un compañero situado veinte metros adelante se resuelve… enviando el balón otra vez al portero? Entiendo que con adversarios normales chance se pueda hacer, pero cuando enfrente tienes un perro argentino enchilado como Julián Álvarez eso no se hace. Cuando Ryan recibe el balón pensó, por unos dos segundos “¡no mames! ¿ora qué pinches hago?” No la podía agarrar con las manos (prohibido por reglamento) y todo Australia sabía de la poca habilidad con los pies del buen Ryan.
Un gol de verdad estúpido y sí, Australia peleó como sólo lo hacen los canguros (o sea, ni idea) y por poco empatan, pero esto no es de “por poco”, sino de no ser tan bellacos a la hora de regresar pases. Joder.
Y bueno, ya les conté dos partidos. No como los gritones mexicanos con micrófono, sino de acuerdo a mis posibilidades de escribidor.
Ahora viene lo triste porque ¿cómo les diré? Hay un intercambio epistolar entre Martín Caparrós y Juan Villoro publicándose casi en tiempo real en el periódico El País, de España. Las dos últimas entregas de estos tipos han sido una delicia. Mejores que los partidos, me cae. En ese mismo diario escribe el gran Jorge Valdano y no les digo “corran a leer sus colaboraciones” porque para leerlas hay que estar suscrito a El País (y la neta, lo recomiendo). Eso es lo triste de toda mi perorata. Si no pagan no los podrán leer.
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Pero si son de esos lectores que pagan por leer cosas de calidad, les imploro, por su madre o lo más preciado a su alcance, leer a Valdano en su entrega de ayer (diciembre 3, 2022). Su texto se llama España y el propósito de trascender. Una cosa bien interesante para captarle al juego de los españoles en Qatar.
Apenas terminen de leer al señor Valdano, les suplico busquen a Juan Villoro con su epístola llamada La condición post humana, del 2 de diciembre. La carta de Villoro a Caparrós y la de Caparrós a Villoro van ligadas (no puede ser de otra manera son cartas ¿verdá?). La del cronista argentino fue escrita quince minutos después de terminar el partido contra Australia, o sea, está cruda y apasionada. La de Villoro… ya saben cómo es Villoro cuando habla de futbol.
¡Ay, qué textos tan chingones, me cae!
Cuando leo textos de ese nivel me siento de lo más abrumado. Estamos a años luz de distancia de los fulanos mencionados más arriba… pero no porque no haya calidad entre la numerosa estirpe purembe de escribidores, sino porque a nivel de infraestructura, profesionalismo, mercadeo, de recursos para la producción y sobre todo de solvencia económica para pagar por productos de calidad estamos p´al perro.
Y lo más cañón es que se empieza a institucionalizar la cultura del “aliviánate y no cobres”.
Ya están saliendo los primeros egresados de la cultura del “pobretoneo”. La cultura de sacrificarse por la causa. La dispersión (así se dice ahora) de la jodidez y todos felices, felices, felices.
Uno lee los textos de El País, del New York Times, de El Clarín y varios medios mexicanos y la calidad se nota. ¡Claro que se nota! Pero se paga. La calidad, se paga. No se puede pedir calidad sin pagar por ella. En serio.
¿Tenemos calidad en Morelia o en Michoacán? La respuesta es sí, pero la vanguardia al uso dicta que se regale el trabajo. Que sea barato pues: “Aliviánate pues, compa. Ya vendrán tiempos mejores”.
Creo me desvié gacho del tema, pero me dieron ganas de chismearles esa inquietud por la calidad (real) y la forma sutil de desalentarla pidiendo alivianes con cargo a un futuro promisorio.
Neta, nunca ocurre… salvo para quienes piden el sacrificio.
*Este texto se lo dedico al Licenciado Munguía y al Caliche Caroma… nomás porque me caen rebién ese par de sujetos. ¿Me están oyendo…es decir, leyendo?