Si me duelen las piernas al caminar
es porque no las dejo de usar (Pradera-Somos Madera)
La realidad es que cuando Marco Malvido me propuso que empezáramos a correr, no estaba del todo convencido. Como muchas de las ideas que surgen entre copas, aquella en un inicio parecía perfecta, pero cuando me vi de frente a la Deportiva de Indeco, estuve a segundos de desistir.
Sin embargo, el entusiasmo y motivación de Marco hicieron que me tentara el corazón, así que todavía con la pesadez del fin de semana, unos tenis viejos y empolvados y la bermuda más antideportiva de la historia, me dirigí a la pista de atletismo.
—¿Están listos para cambiar su vida? —, fue una de las primeras preguntas que nos lanzó el entrenador Guillermo Martínez.
Aún no lo sabía, pero aquella frase que parecía más un trámite motivacional para intentar sumar nuevos adeptos al equipo Potros Salvajes, tomaría sentido con el paso de los meses.
Con mis 77 kilos de malos hábitos, excesos, un sofisticado menú de grasas y una alta dosis de inestabilidad emocional y mental, estaba intentando hacer dos actividades que había olvidado por años: ejercicio y tomar agua.
Todo se dio de manera gradual. En una primera etapa, solamente acudía a entrenar los lunes, miércoles y viernes. El resto de los días los utilizaba para recuperarme mientras padecía el dolor muscular a cada paso lánguido que daba por la cotidianidad.
Para ese momento, mi amigo Marco ya había claudicado. Yo no tengo claro los motivos, pero decidí quedarme. Al paso de las semanas, las cargas de entrenamiento se fueron incrementando, los días de dar esas zancadas que, en un principio figuran como un sinsentido, fueron ocupando una mayor parte de mi tiempo.
Como es natural en cualquier actividad de este tipo, comencé a ver resultados en mi condición física y en la pérdida de kilos. Lo que no tenía previsto y se presentó como una revolución, fue la manera en que mi percepción del mundo se iba transformando.
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De repente, las palabras y conceptos que, aparentemente, sólo tenían un significado en el mundo del atletismo, comenzaron a ser aplicables en las labores que realizaba en el día a día. Me convertí en una esponja que se dio a la tarea de absorber todo lo que el entrenador y aquellos corredores a los que les dobleteo la edad me transmitían.
En una entrevista al músico Noel Gallagher, le escuché decir una reflexión en la que la idea central se enfocaba en hacernos ver que en esta vida solamente vamos a tener una oportunidad de hacer las cosas. Sin importar de qué se trate, sólo existe una chance. Luego vendrá la muerte y con ella la incertidumbre.
Aquel pensamiento tan básico me resultó una revelación, el balde de agua fría que necesitaba para terminar de convencerme que lo de correr me lo iba a tomar tan en serio como me fuera posible. No quería desperdiciar mi única oportunidad.
En la medida que iba sumando kilómetros, cambiando ritmos, experimentando entrenamientos y derramando sudor, me fui dando cuenta que aquella frase que el entrenador ´Memo´ repite frecuentemente me sentaba muy bien: “Nosotros somos fondistas”.
Dentro de la gama de los corredores, el fondista es aquel que recorre largas distancias y se caracteriza por su nivel de resistencia. Así como había tenido la capacidad de arruinarme y autosabotearme a fondo en muchos momentos de mi vida, ahora estaba siendo proporcional a la manera en que estaba aprendiendo a soportar lo que se me pusiera enfrente en términos deportivos.
La ventaja de tener 35 años, a comparación de un corredor de 18, es que en mi historial de vida ya arrastro múltiples derrotas, fracasos que me dejaron como herencia el coraje suficiente para saber levantarme y seguir. “El espíritu es la gasolina”, solía cantar Joe Strummer.
Esa condición la he sabido adaptar a las carreras. Cuando da la impresión de que el cansancio me está traicionando y que la mente me empieza a jugar en contra, como si de una poción mágica se tratara recurro al coraje para dar el extra, sostenerme en él y recordar por todo lo que he pasado.
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Las sensaciones físicas que implica una práctica como el correr, en el que 112 ligamentos, 26 huesos, 33 articulaciones, nervios, vasos sanguíneos y tendones trabajan juntos, te hacen relacionarlas con el sufrimiento, pero poco a poco entendí que el concepto era erróneo. Lo que tenía/tengo de frente es simple y meramente incomodidad.
El mariscal de campo de los Jets de Nueva York, Aaron Rodgers, lo explica de mejor manera en su documental Enigma: “Hay una diferencia entre incomodidad y dolor. El dolor es que te den un disparo con arma de fuego sobre el pie, la incomodidad es sólo el proceso de luchar contra la sensación adversa”.
Al aprender a lidiar con ello, en cada carrera que participaba las mejoras en mis tiempos se fueron dando casi como algo natural. Y así, sin esperarlo pero sí deseándolo, llegaron dos podios: un tercer lugar en 7.6 kilómetros y un segundo lugar en 8 kilómetros de campo traviesa.
Fuera de las pistas y las calles, las cosas también empezaron a caminar: gané un concurso de crónica para que un libro me sea editado y publicado por parte de la Secretaría de Cultura de Michoacán. ¿Por qué me estaba yendo tan bien? ¿Por qué estaba ganando en un año todo lo que no había logrado en mi vida? ¿Es el atletismo una especie de varita mágica que funciona para cambiar nuestra realidad?
Por supuesto que no. No se trataba del hecho de correr por sí solo, sino de sus enseñanzas que ya se me habían filtrado como una suerte de modus operandi. De no ser por la disciplina, la perseverancia y la autoconfianza que me dota este deporte nunca hubiera logrado escribir un libro en un lapso menor a los dos meses.
Y es que, pese a que llevaba años con la idea de hacerlo, nunca tenía la energía, formalidad, actitud y paz mental para conseguirlo. Era como si los kilómetros acumulados estuvieran intrínsecamente relacionados al ordenamiento y estabilidad que le estaba dando a mi vida.
A un año de aquel primer entrenamiento que se presentó en medio de dudas e inseguridades, y mirándolo en retrospectiva, lo cierto es que en ninguna realidad utópica o distópica me hubiera imaginado estar ahora a unas semanas de correr mi primer Medio Maratón.
Pero que nadie se confunda. Estas letras no son una invitación a que todo mundo se ponga unos tenis y, sin más, empiece a correr. Incluso, lo digo abiertamente: soy un defensor del ocio y el sedentarismo, siempre y cuando sea una elección libre del individuo.
Me reafirmo un antagonista de aquellos que consideran que el deporte les otorga el derecho para asumirse como seres moralmente superiores. Inscribirse a un gimnasio tendría que ser una decisión placentera y no la consecuencia de una imposición social. En estos tiempos, como bien lo expone la escritora Leila Guerriero, “ser saludable ya no es opción: es tiranía. Un modo extremo —altamente intolerante— de religión”.
Más allá de los conceptos de la comunidad “progre” en el que la salud ha pasado de ser un derecho a un deber, el concebir el correr como una filosofía muy personal me ha hecho comprender que solamente se trata de otra de las incontables maneras que existen de mirar y situarse ante el mundo.
El sendero que te lleva a la meta es el mismo para todos, la diferencia radica en que cada uno lo recorrerá a su ritmo, sus tiempos y sus pasos. A final de cuentas, corremos como entrenamos y vivimos como queremos.