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Home»Columnas»Encuentros felices; así conocí a Joan Didion
Columnas

Encuentros felices; así conocí a Joan Didion

Raúl MejíaBy Raúl Mejía14 diciembre, 2025No hay comentarios12 Mins Read
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Joan Didion
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Hay todo tipo de encuentros felices… incluso con personas que parecen tristes.

También hay encuentros amorosos, pasionales, gastronómicos, viajeros…

Me ocurrió hace tres o cuatro días y la encarnación de ese (re) encuentro fue una mujer chaparrita a quien hace unos trece años conocía por referencias y algunos textos sueltos por ahí. ¿Cómo pudo ocurrir no saber más de ella si ya llevaba unos cuarenta años en la primera fila del periodismo, la crónica, la literatura gabacha? En el 2012, cuando la conocí, esa mujer ya rondaba los ochenta y era una escritora de culto.

Un libro suyo me remitió a una pregunta recurrente y formulada por un chorro de lectores cuando se sorprenden con cierto tipo de escritores: ¿cómo pueden escribir así?  Una pregunta formulada a cada rato. Pasa cuando algunos leemos a especímenes como Philip Roth, Vivian Gornick, Jonathan Franzen o Celeste Ng. También pasa cuando uno se sumerge con Leila Guerriero, Cristina Rivera Garza o Alma Delia Murillo.

Leer a sujetos o sujetas de ese calibre es el equivalente de saborear un taco doradito de chicharrón en El Jacalito (*): terminamos de leerlos con la insuperable sensación de haber degustado un manjar atestado de lípidos buenos para la salud -los hay, aunque no lo crean.

A ver, desmiéntanme: apenas terminamos de leer a Sara Mesa, Rosa Montero o incluso Milena Busquets, graznamos, jubilosos “uta qué chingón escriben estas cabroncitas”; luego terminamos de leer a Jonathan Franzen o Ian McEwan y graznamos “uta qué chingón escriben estos cabroncitos”. Así, per secula seculorum. Debo confesarlo: con España tengo una tendencia ecléctica, sincrética y libérrima. Sobre todo con las mujeres escritoras

Con todos los mencionados más arriba uno constata su talento. Para evitar perderme (y perderlos) pondré otra vez la pregunta inicial, pero ahora en cursivas: ¿cómo pueden escribir así?

Algunos lectores se preguntarán por qué puse en cursivas la pregunta. Les contesto: porque si con Roth, Houellebecq, Franzen y esa fauna nos preguntamos cómo pueden escribir de esa manera; con Joan Didion (porque de ella les estoy hablando) la pregunta es diferente y la pondré también en cursivas: ¿se puede escribir así de eso?

Eso hace la Joan y la mejor manera de definir su escritura es acudiendo a la precisa definición condensada en esta frase de alta precisión conceptual: “Didion escribe bien quién sabe cómo”. Sus crónicas están escritas con ingredientes (formas) diferentes.

Eso me dije cuando cayó en mis manos Los que sueñan el sueño dorado, en 2012. No podía dejar de leer ese maldito libro. Una compilación de crónicas, reportajes, memorias escritas de una manera cercana y como sin que tuvieran autor -ya sé que no se entiende…

Para no andar dando palos de ciego, mejor pongo un párrafo escrito por Alberto Gordo en la magnífica revista Jot Down:

“Hay algo de romántico —una suerte de elegía periodística y obsesiva— en el hecho de que Didion no pueda despegarse de los recuerdos cuando escribe. Sin haber cumplido los treinta, hablaba con nostalgia de viejo sobre su infancia; ahora, en el crepúsculo de su vida, no puede sino recordar a los que se fueron. Mondadori acaba de publicar Noches Azules, un nuevo volumen sobre su hija muerta, Quintana Roo, que empezó a escribir el día en que ella tendría que haber celebrado su aniversario de bodas.

La escritura de Didion es sombría, cualidad que ya tenía en 1960, cuando sus temas eran el amor propio, la necesidad de romper cadenas y la infelicidad de unos años floridos y terribles. Didion no fue feliz, no hay en sus crónicas íntimas —recuperadas también por Mondadori, bajo el título Los que sueñan el sueño dorado— una sola línea que no remita a a la infructuosa búsqueda de la alegría”.

Joan Didion

¿Joan es una mujer sumergida en la tristeza? No me imagino la magnitud de la pena ante la pérdida del marido (2003) y de su hija (2005) en menos de dos años. Dos libros de Didion dan cuenta de esas experiencias y en efecto, no son felices. ¿Alguna reflexión sobre esos asuntos puede serlo?

Un placer poco común leer a esta mujer (se murió en 2021). De esas personas a quien uno hubiera querido conocer y nos quedamos con las ganas.

El azar me puso a la mano un artículo de Zadie Smith publicado en el New Yorker el 24 de diciembre del 2021, a dos días de la muerte de Joan Didion. Me gustó tanto que hice un copy/paste del último párrafo. El texto por si quieren buscarlo (y ojalá lo puedan leer gratis… aunque lo dudo) se llama “Joan Didion and the Opposite of Magical Thinking”.

Pues bien, traduje ese párrafo en enero de 2022 y lo guardé en una carpeta cuyo nombre es un anuncio de propósitos: “Personajazos/Joan Didion”  ¿y qué creen? Me lo topé hace tres días. Ya saben cómo es la nostalgia de traicionera. Pensé si era buena idea encargarle a los robots con Inteligencia Artificial una nueva traducción pero no. Me quedé con la mía. Recuerden, lo escribió Zadie Smith, una escritora inglesa que bien merece  me ocupe de ella en breve:

“Cuando tenía veinticuatro años era muy inmadura. Fui a una fiesta del libro en el Upper West Side. Eso fue justo cuando todo el mundo decidió que fumar en espacios cerrados estaba totalmente fuera de lugar y eso provocó una fuerte presión social sobre los balcones y las ventanas de las casas para poder hacerlo. También fue un periodo de pensamiento mágico, en el que las mujeres como yo -aunque fumadoras habituales- dejamos de comprar cigarros y empezamos a pedirle a otros que nos alivianaran con uno. Y ahí estaba ella. Parada en un rincón y fumando en el interior. Era muy pequeña y muy vieja (en 1999, Didion tenía 65). Me dio un cigarro sin hacer ningún comentario y me fui al balcón.

Ahí, un escritor joven, muy emocionado, me dijo quién era esa mujer. En ese momento de mi vida yo sabía muy poco sobre los escritores, sus mitologías y su vida. Incluso no sabía cómo eran. Sólo conocía sus frases famosas. Consideré la posibilidad de volver a entrar en la sala para decirle rápidamente un montón de cosas emotivas a la gran escritora estadounidense Joan Didion, de quien había aprendido mucho y había significado tanto para mí, pero al recordar sus frases, decidí no hacerlo”.

Zadie Smith estaba por “romperla” en Reino Unido con su novela coral llamada Dientes blancos (2000). Una novela que ya era conocida aun antes de ser publcada oficialmente. Esos fragmentos ya conocidos despertaron el interés de varias editoriales y en el 2000 se convirtió en éxito de ventas. De no ser por ese hecho, dudo mucho estuviera en esa reunión y que Joan le diera un cigarro. Eso sí: me corroe la envidia.

A cambio de nunca haber tenido esas oportunidades estelares, les cuento algo personal: en 2018 yo andaba trabajando lejos de mi geografía y vivía en una ciudad bien bonita, en una casa ídem y con una familia poca madre. La “señora de la casa” era (y lo sigue siendo) la amabilísima, querible y nostalgiada, Stefania Nicasi. Un día en la mañana, antes de irse a trabajar, me dijo que quería invitarme a una reunión literaria en la casa de la señora Benedetti, una dama entrada en años muy distinguida en la ciudad y muy conocida por sus reuniones al estilo de los salones franceses de la Ilustración… creo estoy exagerando, pero más o menos así se pueden dar una idea de la escenografía a la que me iba a enfrentar.

Joan Didion

En la tarde, luego de mis actividades laborales, llegué a casa, me puse un pantalón decente, camisa bonita y un modesto pero digno saco de pana. Salimos a recorrer la distancia y arribamos a nuestro destino. Stefania siempre sobrevaloró mi habilidad con el idioma de sus paisanos pero yo sabía la cruda realidad: lo hablaba de manera naquísima, pero confiaba en que con mi inglés nivel B2 podía salir airoso del encuentro social de alto pedorraje.

Esa exageración de Stefania respecto a mi dominio de esa lengua romance me aterraba, pero ella de verdad confiaba en mí. Me placeó un rato por las estancias saludando superficialmente a algunos aborígenes -muy bien vestidos-  hasta que llegamos a su zona de confort. Ahí me presentó: “este es Raúl, es mi amigo y es un escritor mexicano”.

Gracias a mi condición recién adquirida de “escritor mexicano” tuve la atención de varios invitados por unos quince minutos. Uno de ellos se presentó como agente de Sabina Berman y me preguntó por ella, como si fuera mi amiga.

Dos cosas consiguieron que esos personajes dejaran de ponerme atención. La primera, que ese “escritor mexicano” no publicaba en ninguna editorial de prestigio como para dedicarme más de cinco minutos… y segunda, hablaba bastante mal el idioma local. Daba lo mismo si “me defendía en inglés”; les valía madres.

Uno sabe cuando no es muy requerido y poco a poco agarré el formato de “la muñeca fea” y me fui recluyendo por los rincones, temeroso de que alguien me viera y buscando mi sombrero de charro.

Lo interesante fue que una chica chilena harto simpática y empática (y hablando en español) se apiadó de mi desamparo editorial y social. Me rescató y nos fuimos intentar fumar a una ventana atestada de viciosos fumadores. Tuvimos que esperar nuestro turno para degustar nuestros cigarros. Charlábamos de lo más animados cuando de pronto entró en trance. Me dijo, dándome un discreto codazo, “voltea disimuladamente a tu derecha y ve quién está a un metro de ti”.

Me volví a ver a un tipo joven rodeado de personas que lo escuchaban embobadas y me dije “ah, órale chido”. La chilena lo notó porque me dijo “está pasando por un problema muy serio. El gobierno está tratando de quitarle el cuerpo de seguridad que le asigna el Estado, pero es fundamental que lo tenga. En cualquier día lo pueden matar ¿no sabes quién es?” Y pues no, no sabía. Le pregunté por qué puñetas debía conocerlo y ella, tranquila, respondió “porque es Roberto Saviano, bobo”.

Cuando me dijo el nombre mi reacción fue 100% mexicana: “ay, no mames ¿Saviano? ¿El que escribió Camorra? ¡Vete a la chingada!” -ese chingativo verbo no tiene el efecto telúrico en otras culturas y pude decirlo sin rubor. La chilena ni se inmutó.

Y sí, ahí estaba el Roberto de lo más quitado de la pena. Como si sobre él no pesara la condena a muerte que en su contra decretó el clan mafioso de los Calesi luego de que Saviano publicara su novela Camorra (chequen en Google).

Eso me recordó a Joan Didion. No por alguna condena de muerte en su contra, sino porque a veces uno se puede topar con gente a quien sólo conocemos por sus libros.

Vuelvo a Joan Didion, a quien traje a cuento porque es una escritora a quien quiero recomendarles encarecidamente. Podría echarles un chorazo sobre los libros que le he leído a esta mujer, pero basta con leer Los que sueñan el sueño dorado para que se den cuenta de qué lado masca la iguana. Es una compilación de textos ya incluidos en otros libros y también la mejor manera de acercarse a esta autora para solazarse con sus reportajes, crónicas, artículos.

Hace un par de días, Víctor Rodríguez me hizo una entrevista para el periódico La Voz de Michoacán (tendrán noticias) y en algún pasaje de la entrevista la comenté que nos faltaba un escritor que nombrara literariamente a Morelia. Pues bien, New York tiene, en Gay Talese, a su autor y California en Joan Didion. Ese señor, junto con Tom Wolfe le dieron santo y seña al “periodismo literario”.

Si de plano andan muy curiosos, pongan el nombre de Joan en Google y terminarán enamorados de ella como algunos amigos cercanos quedaron cuando se la toparon. Pienso en Salvador Munguía, el municipalmente afamado Licenciado Munguía.

En Netflix hay un documental sobre ella. Se llama “El centro cede”. Dense la oportunidad de conocer a esta mujer excepcional.

No quise pasar la oportunidad de ponerla a su consideración luego del azar de toparme con un párrafo que traduje de Zadie Smith hace años y cuya existencia redescubrí hace tres días.

En serio, amigos, amigas, lectores, lectoras, queridos todos y todas. Anímense, para conocerla, a leer Los que sueñan el sueño dorado. Un agasajo de lectura.

Joan Didion

Para terminar, les cuento de El Jacalito:

(*) El Jacalito es un expendio de tacos dorados instalado frente al jardín Villalongín de Morelia. Es la sede de los fritangas doradas más caras del municipio, con la crema más horrible que se puedan imaginar y la salsa más irrelevante que se pueda concebir… pero los tacos están ri-quí-si-mos. Sublimes.

Nada ha cambiado en esa taquería desde hace tres generaciones y jamás se han puesto a reflexionar sobre la miserable crema que ofrecen. Yo era un adolescente cuando mis papás nos llevaban a cenar ahí y era el mismo fluido blanco insaboro, inodoro e insípido… pero los tacos ¡ay, esos tacos son otro pex!

Yo opté por llevar mi recipiente chiquito de crema Alpura. Con una crema normal, esas fritangas adquieren cotas de sabor al nivel de la Ambrosía… o al nivel de un texto de Joan Didion. Si andan por esta zona geográfica moreliana vayan a comerlos. Llevan su crema.

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Raúl Mejía. Escribidor. Ha publicado libros que nadie ha leído. Publica sus ocurrencias únicamente en Revés Online y son más extensos de lo normal. Sus artículos parece que sí se leen y por eso cuida a sus lectores. Los tiempos no están para andar dilapidando esa especie en franco proceso de extinción.

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