ALGÚN DÍA MI GATO COMERÁ SANDÍA
Omar Arriaga
Quitando de lado la temática de las drogas, que es casi como quitar la película entera, no había captado el sentido de Trainspotting, cuyo significado literal sería algo así como “mirando pasar los trenes” o “afición por ver trenes”: el protagonista, Mark Renton, interpretado por Ewan McGregor, el actor escocés, se pregunta ¿para qué tener una carrera, cuenta en el banco, familia, trabajo fijo, lavavajillas y abrelatas eléctrico… A estas alturas, una cándida crítica que se suma a las interminables diatribas sobre la forma de vida “moderna”.
No obstante, los seres humanos, monos desnudos al fin y al cabo, Desmond Morris dixit, agrupándose en sociedades, persiguen un fin común: la supervivencia. Al parecer, conforme la vida humana se vuelve cada vez más compleja y enredada, las exigencias para sobrevivir también cambian, volviéndose, asimismo, cuestión más voluble y capciosa; al parecer. Aunque una lectura tradicional quizá pudiese ser válida aquí: el mamífero joven, recién arrojado al mundo, con sus fuerzas intactas, quiere tragarse el sol a puños.
Años más tarde, tal vez, cuando arribe a la mitad del camino de nuestra vida, perdido el recto sendero, hallándose en selva obscura, sin las ansias ni las fuerzas del principio, harto factible es que prefiera un rincón desde el cual ver la ruta de los astros para, una vez llegado a viejo, tener al menos la certidumbre de que el sol no caerá sobre su cabeza mientras duerme y sus ojos y pulmones seguirán hinchándose de luz y aire.
Sobra citar en este punto el pasaje de la Odisea en el que Ulises visita el inframundo y se encuentra con la sombra de Aquiles, al que elogia por seguir gobernando sobre todos incluso en el mundo de los muertos. “Calla, glorioso Odiseo, antes preferiría ser el esclavo de los sirvientes y ver la luz del sol que imperar sobre estos muertos”, algo así responde el fantasma de Aquiles al héroe griego. En todo caso, la perspectiva de lo que la vida sea muda conforme va transitándose por ella.
Un día uno está confeccionando mofas sobre la torpeza del maestro para comunicar con los demás compañeros, haciéndolos entrar en el sentido, cual George Steiner cree que es la finalidad de la cultura; un día uno se siente incomprendido por sus padres y piensa que deben pertenecer a otro tiempo, a otro período, a otra era geológica de la tierra como para no percatarse de los verdaderos deseos y las verdaderas fobias de uno; un día esa tierra que nos parecía tan grande, tan niña y tan poderosa, da una vuelta y he aquí que todo cambia.
Un día a uno le parece ridícula la disposición del mundo y al siguiente trata de justificarla para hacer consecuente esta vida. Un día uno es hijo y alumno y al siguiente se da cuenta de que está en el bando contrario. La primera pregunta que uno tiende a hacerse a sí mismo, es: “¿qué ha pasado? Estaba yo tan feliz fuera de las formas afirmando la negación de las estructuras y ahora me duele la panza y me molesta la espalda de tanto estar de pie”.
Las respuestas más razonables necesariamente parecerán burdas y cuanto más se analicen las causas menos sentido tendrán los valores de esa igualdad patológica que será nuestra vida para entonces. No habrá Virgilio ni Cicerone en este nuevo averno que nos guíe por la ruta de sombra, y si lo hubiera, en este recién abierto siglo XXI, Dante tendría un Iphone y con su Google Earth hallaría la salida, como dice mi amigo Jordi el transatlántico.
Y una mañana, después de que le dijeras a tu hijo que no va a quedarse calvo (al menos hasta los 30) y que tratases de explicarle que los otros niños siempre encuentran excusa perfecta para seguir mofándose… Una mañana después de discutir en la junta mensual las malas maneras de los alumnos y de que ese viejo maestro encanecido replicase ante la directora que él tiene la experiencia que dan los años y que un joven nunca sabe medirse, porque los que miden son sastres y contadores; una mañana como ésa, después de darte cuenta de esas cosas, quizá empezarías a disfrutar la vida, la otra, la que condenaste creyendo que te era inaccesible desde siempre.
Pero en lo que esa vida llega, en lo que arriba, si es que arriba, si es que llega, tal vez sea suficiente mirar el azul del cielo y darse cuenta que la luz siempre se mezcla con las cosas que ilumina.