Por Jorge A. Amaral
Resulta que en el número de diciembre de la revista Letra franca me encontré, en la sección Terraza de sabores, el intento de artículo de una estudiante de gastronomía llamada Gabriela, creo que Ruiz, parece que Pintor. El texto se llamaba “Más que ensalada”. De entrada el sumario me llamó la atención pues aludía a lo vegetarianos como quienes se han divorciado de la carne como muestra de respeto a los animales. No le hubiera tomado mayor importancia, es más, ni siquiera lo habría leído de no ser por ese detalle.
La autora no es periodista, no es escritora, ni siquiera es poeta, así que no podemos ser muy exigentes con su redacción, pero lo que sí me salta a la vista al leer ese escrito es el innecesario argumento que da ella para volverse vegetariana como un acto de conversión de la herejía alimenticia a la religión verdadera del buen comer.
Dice Gabriela Ruiz que un vegetariano es alguien que ha decidido no comer carne; vaya, por fin se ha develado el arcano sobre el proceso alquímico para convertir agua fría en agua tibia. Más adelante dice que consultando con otros vegetarianos, han tenido en común el amor a los animales. En este punto me detengo.
Si ser vegetariano es reflejo de amor a los animales, ¿también es síntoma de odio jarocho a las plantas? “Me caen gordos los pinches vegetales así que me los como vivos para que sufran los hijos de puta; es más, los desprecio tanto, que como germen de trigo porque son plantitas bebés que no se desarrollarán”. No creo que sea así de simple. Muchos vegetarianos argumentan que sustentan su alimentación en vegetales porque los animales sufren al morir. Cierto, cualquier ser vivo, a la hora de expirar, sufre, y mucho, dependiendo de la forma de fenecer. Pero me pregunto, con toda mi inocencia, cómo sería el lamento de la milpa al arrancarle un elote, cómo lloraría un árbol al cortarle un fruto, cómo se revolcaría de horror una zanahoria al saberse fuera de su hábitat, la tierra (imaginémosla saltando como un pez que se ha vuelto pescado).
Cierto, los primeros antepasados del ser humano eran recolectores, más tarde descubrieron las artes de la agricultura, pero también es cierto que eran cazadores y que aprendieron a domesticar animales para trabajar y para alimentarse; eso quiere decir que por su proceso evolutivo, el ser humano está hecho para ser omnívoro, y eso nada tiene que ver con el respeto como lo manejan los predicadores del vegetarianismo. Vámonos a cualquier comunidad del medio rural (descartemos las ciudades porque por lo regular, lo más cerca que los citadinos han estado de una res es por la carne que compran en el súper o en la carnicería), casi toda la gente tiene al menos una vaca o un becerro, o un puerco o una gallina y los tratan con amor, esmero y respeto, y no estoy comparando esta relación con la que se da en la India entre animales y humanos porque no hay ningún factor religioso, es algo más simple, más humano, es algo tan sencillo como tratar bien al animal que se posee pues representa una fuente de alimentos o de ingresos económicos.
El criador promedio (no los que nos muestran en videos las páginas veganas) suele tener a sus animales en un ambiente limpio y seguro, bien alimentados, con atención médica si es necesaria, pues sabe que sólo así engordarán y, por ende, producirán más alimentos, con lo cual podrá pedir un mejor precio. En los rastros promedio, y yo he visto más de alguno, no se maltrata a los animales puesto que la carne se daña, se amorata y así no se puede consumir; asimismo, se ha buscado que los métodos de degüello sean lo menos dolorosos posible para que el animal no sufra tanto. Lo que pasa es que así como los políticos han abusado del término “Estado” sin diferenciarlo de “estado”, los defensores de los animales comestibles han abusado del término “asesinato”, tan es así que lo homologan con la palabra “degüello” sin saber que son dos conceptos muy diferentes pues éste último hace referencia al acto de matar a un animal para consumo humano, y en este sentido (de degollados humanos luego platicamos) no hay nada cruel en ello. Asesinar, por otro lado, según el Diccionario de la Real Academia Española, significa privar de la vida a alguien, y ahí está el detalle, alguien es una persona, un ser humano; por lo tanto, los animales no son alguien, entran más bien en la categoría de algo (lo siento, sé que aman a sus perros pero nunca les dirán “mamá” o “papá”), y en el idioma inglés la diferencia está más marcada, pues así como una persona equis es somebody, a un animal le corresponde el pronombre it, traducido literalmente como eso. Ergo, un animal no puede ser asesinado por la simple y sencilla razón de que no es una persona.
Lamentablemente muchos de estos grupos poco hacen por documentarse y escuchar a los otros y basan su lucha en la sensibilidad, de ahí que, por ejemplo, los argumentos más endebles provienen de quienes se oponen a la tauromaquia pues siempre son los dos o tres que han recitado hasta el cansancio.
No pretendo ridiculizar a los vegetarianos, total, cada quien es libre de comer lo que quiera, aunque hay vegetarianos por necesidad y los que han tenido que abandonar la carne por cuestiones médicas, y es un hecho que la carne en exceso es dañina para la salud, como lo es el que las sociedades actuales han desarrollado pésimos hábitos alimenticios
Es verdad que el maltrato a los animales es algo aberrante, la cacería por mera diversión es un patético pasatiempo, pero también hay problemas más urgentes que los derechos de los animales, como el respeto a los derechos humanos, y no es antropocentrismo, pero si entre nosotros no nos respetamos, el respeto a otras especies es pura hipocresía, como el antitaurino que desea salvar la vida del toro pidiendo la muerte del torero.