Por lo regular, al referirme al rock mexicano de finales de los 80 y principios de los 90, lo hago diciendo “rock en tu idioma, qué sonido tan violento”. No entraré en detalles sobre la terrible pereza que me provocan muchas bandas hispanohablantes de esa época, no pretendo herir susceptibilidades, pero esa frase de “rock en tu idioma, qué sonido tan violento” curiosamente la escuché en una banda cuyo esplendor se dio en la década de los 80 y buena parte de los 90, incluso hasta hoy en día sigue siendo un referente en el rock nacional: Botellita de Jerez.
Con diferentes alineaciones a lo largo de su historia, en 1996, en la mítica Planta de Luz, la HH (Dos Veces Heroica) Botellita de Jerez grabó, los días 14 y 15 de febrero, el Superespecial un plug, el disco que recomiendo esta semana.
Siendo una banda representativa del rock mexicano es complicado escoger lo más representativo de su repertorio, pero el resultado para este disco fue una set list que permite asomarse a los discos de Botellita, a sus temas emblemáticos, y es por ello que Superespecial un plug es un disco multifacético, tomando en cuenta que, por un lado, el grupo nunca se mantuvo estático dado que sus miembros, como banda o en solitario, no han dejado de hacer cosas nuevas, y por otro, debido a que Botellita siempre exploró diferentes sonidos como el blues, el rockanrol, el son, la cumbia, la valona, todo mezclado en molcajete y condimentado con la sátira y un humor a veces ácido pero siempre populachero para formar uno de los más bellos engendros del rock nacional: el guacarrock.
Tanta reata te entra te entra tanta reata… escuchamos eso y sabemos de qué va el asunto: El charrockanrol, un charro en los hoyos funky, donde el rock sobrevivió en las décadas de los 70 y 80 reptando, en la sombra, verdaderamente underground antes de que los artistas pretenciosos se apropiaran del término para buscar legitimarse, o peor, justificar su mediocridad. Pero los tiempos en que Botellita, El Tri, Paco Gruexo, Bátiz y otros tantos estuvieron en los hoyos, no eran underground por pose, por pretensión, sino por mera necesidad y hasta convicción.
Como fue siempre su costumbre, al buscar cierta identidad mexicana a través del rock, Botellita hizo verdaderas joyas contra la aculturación del mexicano, tales como El guacarrock de La Malinche. Doña Marina, La Malinche, sinónimo de traición en diferentes ámbitos, motivo para el término “malinchismo”, la primera gran chingada de la que todos los mexicanos somos hijos, sobre todo cuando preferimos lo externo sobre lo propio, unos bonitos Levi’s de mil pesos sobre unos funcionales jeans hechos en Moroleón, Guanajuato.
Pero a pesar de ello, dice la canción “con mi cara de náhuatl, de nopal sin rasurar, nariz de chile relleno. Estoy orgulloso, que conste, soy de la raza de bronce”, y aquí viene la frase que se ha vuelto inmortal: “Si lo mexicano es naco y lo mexicano es chido, entonces, verdad de Dios, todo lo naco es chido”. ¿Para qué más?
Siguiendo por la misma temática va la Valona de la Conquista, a cargo del extraordinario violinista Jorge Luis Cox Gaitán, quien durante todo el disco ejecuta con su instrumento los solos que originalmente son de guitarra. Una valona bluesera que narra, muy al estilo botello, el proceso encabezado por Hernán Cortés que se prolongaría durante 300 años.
A la voz de “singuin ol tugueder nau, ¿raig?”, Oh Denny’s siempre ha sido de mis canciones favoritas de Botellita, pues parece no decir nada pero dice mucho de cómo estamos inundados de marcas extranjeras que se han vuelto parte de nuestro vocabulario cotidiano, y esa es la otra colonización.
Pero pese a esa transculturación o aculturación, dependiendo de la gravedad con que se asuma, Forjando patria, una canción, además de hermosa, con un sonido diferente, habla del sincretismo religioso que dio origen a la idiosincrasia mexicana, la dicotomía mexica-español que nos da identidad, el ser fiestero pero pendenciero, los ídolos como Pepe El Toro, La Guayaba y La Tostada; la bella mujer indígena en la portada de los libros de texto, la solemnidad religiosa y el humor en torno a la muerte.
En fin, todos esos rasgos a través de los cuales se forja la mexicanidad, término de por sí bastante amplio y muy difícil de abordar si no es desde alguna de sus distintas aristas. Además de todo, el arreglo para este disco está de lujo.
Retomando el tema de la chingada, El laberinto de la soledad (capítulo IV) es una alusión, obviamente, al libro de Octavio Paz, sobre todo el ensayo titulado “Los hijos de La Malinche”, en cuanto a la infinidad de usos, connotaciones e intensidades del verbo “chingar” y cómo la chingada es la madre cultural de todos los mexicanos, esa mezcla entre la Coatlicue y la Virgen María representada en la Guadalupana, al parecer encarnada previamente en doña Marina, madre del primer mestizo de este país. Y de ahí, todos nosotros, una bola de prietos con apellido o nombre europeo, ¡ah chingá!
Obviamente que no podía faltar ese clásico de Botellita retomado por Café Tacuba titulado Alármala de tos, un homenaje a esa entrañable joya de la nota roja sensacionalista llamada Alarma!, una belleza para los amantes de la moronga y los morbosos ávidos de casos escandalosos. No hablaré de la canción, para qué si todos la conocemos, baste decir que cada que veo un encabezado curioso en un periódico recuerdo esta canción: “Siguiola, atacola, golpeola, violola y matola con una pistola”, basado en un encabezado que originalmente decía “Violóla, matóla, enterróla”, consignado así, con todo y acentos, por Carlos Monsiváis en Los mil y un velorios.
El disco cierra con una bella canción que no deja de conmoverme aunque mi guadalupanismo no corresponde a mi mexicanidad. Un tema bien hecho, ya en la época post Arau, cuando se buscaron letras más elaboradas y arreglos más pop sin por ello demeritar la calidad e historia del grupo que marcó una época de la música en México y el nacimiento del rock nacional como lo conocemos hoy en día, pues conceptos como Café Tacuba, Caifanes, Maldita Vecindad, incluso Molotov, son impensables sin la influencia, herencia y labor de HH Botellita de Jerez, la Dos Veces Heroica. Esas son las razones por las cuales hay que escuchar Superespecial un plug, un disco sencillamente perfecto.
Salud y respeto al buen Paco Barrios, cuya rúbrica y dedicatoria aún conservo en una playera.