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I
El problema
Hablemos de un hipotético humano, es más, hasta le pondremos nombre, digamos que es Julián. Un día, este supuesto Julián sale de su casa, toma el transporte, se coloca audífonos y por media hora ve un video tras otro en su celular, ya sean tiktoks, reels o shorts. Julián entra a trabajar, y aprovecha unos minutos del descanso para ir al baño, donde saca de nuevo el teléfono y sigue viendo videos y scrolleando. A la hora de la comida, de nuevo saca el dispositivo y finge una conversación con compañeros mientras sigue viendo videos. Es más, hasta lo comparte con otros colegas. De regreso a casa la rutina es muy similar: comer y ver el celular hasta quedarse dormido, pero no dormido como duerme un humano, sino, parafraseando a Byung-Chul Han, dormido como duerme una pierna entumida.
Julián podría tener cualquier nombre. Podríamos ser nosotros, con rutinas más o menos complejas, pero con una gran similitud: utilizar el poquísimo tiempo de existencia viendo videos cortos.
Todos, incluso los más moralistas digitales, somos cuando menos susceptibles a caer en el goce cuasiorgásmico de saltar de un video a otro. Perdemos el control del tiempo para darnos cuenta que han pasado dos o tres horas y no recordar ni siquiera con qué video se abrió la aplicación.
Esto quizá porque al principio la novedad del video nos hará sentirnos bien, como una especie de euforia. Sin embargo, al concluir el día, cuando advertimos que las horas se fueron en memes, chismes y videos sin sentido, entonces viene el vacío.
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En 2024 la universidad Oxford eligió brainrot como la palabra del año, debido a que su uso aumentó más del 200 % en contraste al 2023.
Esta palabreja, brainrot, podría traducirse como podredumbre cerebral. Aunque se ha vuelto muy famoso, el término ya tiene un buen tiempo de existencia. Los primeros registros de esta palabra ocurrieron en 1854 en el libro Walden, de Henry David Thoreau, quien criticó un fenómeno preocupante. “Mientras en Inglaterra se esfuerzan por curar la podredumbre de patatas, ¿no se esfuerza nadie por curar la podredumbre cerebral que prevalece de forma mucho más amplia y fatal?”. Así lo decía el filósofo, quien se refería a la tendencia humana por abandonar el pensamiento crítico y dedicarnos a lo banal, lo mundano, lo delicioso.
Como prueba de que la globalización potencia todo, para este milenio la epidemia incrementó exponencialmente. En 2007 los usuarios de redes sociales solían utilizar este término para referirse a los contenidos vacíos tanto en televisión como en la web: juegos de citas o reality shows.
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También los profesionales de la salud se preocuparon por este asunto. El doctor Michael Rich del laboratorio de Bienestar digital de Boston describió al brainrot como un problema entre sus pacientes a causa del consumo excesivo de contenidos en internet, llegando incluso a tener dificultades para comunicarse en la vida real. ¿Conoces a alguien que diga frases de los Simpsons o de tiktoks virales? Así era desde entonces.
Con el tiempo, y con el aumento de contenidos en internet, el término evolucionó, pues hasta los realitys tenían momentos rescatables de interacción humana. Ahora, este tipo de contenidos digitalizados solo se centran en atraer la atención y alterar nuestro sistema de recompensa de dopamina.
La dopamina es un neurotransmisor que históricamente se ha relacionado con la recompensa cerebral, la motivación y el placer, por eso es conocida como “la hormona de la felicidad”, pero si existen desequilibrios en su regulación, trae también desequilibrios en las funciones cerebrales.
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Los videos cortos, así como el diseño de las plataformas y los algoritmos que se adaptan a las preferencias del usuario crean la fórmula perfecta para estimular la producción de dopamina, e igual que otras sustancias puede provocar una adicción.
Otro gran problema es la falta de contexto. O sea, pasar de un video a otro sin contar con el tiempo suficiente para procesar la cantidad de imágenes e historias que observamos. En un momento estás llorando por ver una inundación, y en otro, sin siquiera limpiarte las lágrimas, estás riendo por ver a un perrito caer de la cama.
En un estudio realizado por Jason Nagata de la Universidad de California se concluyó “El tiempo frente a una pantalla se relaciona con síntomas de salud mental, especialmente depresivos, destacando al chat de video, los mensajes de texto, los videos y los videojuegos”
Por su parte, el Instituto de Neurociencia de la Universidad La Laguna, en España, publicó un estudio donde afirma que la adicción al internet tenía relación con el “deterioro del control ejecutivo y alteraciones en áreas como la corteza prefrontal dorsolateral”.
Es decir, nos vuelve impulsivos y reduce nuestra capacidad para tomar decisiones de manera crítica.
Por último, según un estudio dirigido en 2023 por parte del investigador Fraccesco Chiossi, los videos cortos mezclados con cambios rápidos de contexto perjudican el recuerdo y la ejecución de las intenciones. Por eso las grandes preguntas de nuestra era ya no son sobre el ser o sobre la existencia humana, ahora podrían ser sustituidas por “¿a qué vine?” y “¿por qué venía?”. Una catástrofe para la memoria.
II
Soluciones
Desde luego, yo, otra víctima del brainrot, no tengo la solución, pero algunos investigadores han propuesto respuestas, y la mayoría inician con la toma de consciencia sobre el problema, para después diseñar un plan de desintoxicación. Es decir, algo como lo hacen los AA, aunque sin encomendarse a una fuerza superior. Si se toma como una adicción a una droga es porque se trata de una droga adictiva.
Se sugiere empezar por hacer un seguimiento del tiempo en redes sociales. Incluso las propias aplicaciones cuentan con herramientas para facilitar este conteo, como el caso de Instagram, donde hay un temporizador que hace sonar una alarma cuando has pasado el tiempo previamente asignado en tu app.
Sin embargo, una medida adicional es volver a la biofilia, es decir, salir a dar un paseo, abraza un árbol de manera no sexual… pisar pasto, pues. Si esto no es posible, practicar la concentración profunda, una suerte de contemplación del mundo real.
Desde luego, esto no quiere decir dejar de observar contenidos en redes, sería contradictorio hasta para este artículo, aunque quizá sí ser selectivos a la hora de ver videos, escuchar podcast o incluso mirar fotografías en línea. Podemos reenfocarlo para hacer una lectura sobre ello. Darnos tiempo después de ver un video para tratar de recordar los detalles del mismo, como lo era cuando veíamos una película o leíamos un libro, donde al finalizar pensábamos en lo que vimos, en sus detalles, en si estábamos de acuerdo o no con los personajes.
¿Ya se preguntaron por qué Tralalero Tralalá se está peleando todo el tiempo con Ballerina Capuchina? De esa forma participaremos activamente en el contenido y no solo fungiremos como recipientes vacíos para basura. A eso yo le llamo la rebeldía ante el cerebro podrido.