Uno de los estrenos más esperados del pasado FICM fue La piel que habito (2011), la más reciente producción del prolífico realizador manchego Pedro Almodóvar, un entretenido y delirante thriller dramático, que desafortunadamente ha tenido poco peso en la cartelera comercial de nuestro país.
Después de haber sido estrenada con éxito en el Festival de Cannes, La piel que habito, fue generando una serie de expectativas debido, entre otras cosas al regreso de Antonio Banderas al cine español y a las enigmáticas imágenes de Elena Anaya enfundada en un ajustado mallón quirúrgico. Y aunque por estas fechas está nominada a Mejor película de habla no inglesa en los Globos de Oro, ha ido perdiendo relevancia debido a los anuncios de los Oscares.
El filme cuenta la peculiar venganza de un desdichado cirujano plástico, quien desquita sus frustraciones (las tempranas y trágicas muertes de su esposa e hija) en un joven que en el transcurso de una fiesta intentó tener sexo con su primogénita adolescente. Aunque La piel que habito no aporta nada nuevo al típico universo de Almódovar: mujeres luchonas, hombres abusivos y madres abnegadas que transitan por un mundo colorido y descabellado, la cinta alcanza momentos de verdadera antología: una ingenua charla sobre drogas en un jardín a medianoche, la dramática persecución que sufre la chica por parte del galeno desquiciado y el curioso personaje de Roberto Álamo, que un buen día aparece por la mansión portando un ridículo disfraz de tigre.
Un avejentado Antonio Banderas y Elena Anaya, encabezan un reparto no muy numeroso pero efectivo: Marisa Paredes (en un papel un tanto marginal) y Blanca Suárez completan el reparto. La banda sonora es opresiva, muy adecuada al casi tono de ciencia ficción de la película. El guión juega con varias líneas temporales para dosificar la información que recibe el espectador, a pesar de ello, la trama discurre con fluidez y claridad.
Curiosamente la inverosimilitud de la anécdota, que podría considerarse uno de sus puntos menos efectivos, le da coherencia a una historia que, aunque melodramática y absurda, es absolutamente entretenida. La piel que habito es un drama intenso, un thriller con destellos ciencia ficción y horror; resulta inteligentemente ingeniosa en su perversidad, una cinta en extremo desafiante, no es raro que haya provocado aceptación y rechazo por igual.
Sin anunciarse demasiado, llegó a las pantallas de cine la nueva producción del veterano cineasta norteamericano Clint Eastwood, J. Edgar (J. Edgar, 2011), un minucioso recorrido por la vida personal del controvertido fundador y director del FBI, J. Edgar Hoover.
J. Edgar tuvo un tibio recibimiento en los Estados Unidos y ni que decir en México en donde pasó casi desapercibida en las pocas semanas en que estuvo en exhibición. Y es que además de que las cintas biográficas de personajes de la política norteamericana rara vez generan interés en el público cinéfilo de nuestro país, el filme queda muy lejos de los grandes trabajos de Eastwood.
J. Edgar Hoover director fundador del famoso FBI, fue durante casi cuatro décadas el hombre más poderoso de los Estados Unidos, de hecho ningún presidente pudo removerlo de su cargo debido a la gran cantidad de información confidencial que guardaba de casi todos los personajes más importantes de la política estadounidense. Al menos desde la década de los cuarenta se ha rumorado sobre la presunta homosexualidad de Hoover (incluso se habla de la existencia de una serie de fotografías del suyas donde aparece vestido con ropas de mujer), y de sus bien conocidas ideas antisemitas y racistas. Hoover nunca se casó, siempre vivió con su madre y solía rodearse de jóvenes agentes como el Director Asociado del FBI Clyde Tolson. Eastwood se centra en esa parte de la vida de J. Edgar, su dificultad para relacionarse especialmente con las mujeres, su relación de pareja con Tolson y al margen incluye algunas de las situaciones más polémicas en las que se vio envuelto el dictatorial director del FBI (El secuestro del hijo de Lindbergh y su obsesión por la vida sexual de varios personajes entre ellos John F. Kennedy, Martin Luther King, Eleanor Roosvelt, etc.).
El protagónico recae en Leonardo Di Caprio, que se esfuerza (tal vez demasiado) por meterse en el papel de Hoover. Naomi Watts en el papel Helen Gandy su fiel secretaria personal y Armie Hammer con su amante y confidente Clyde Tolson. Aunque cuenta con un gran diseño de producción en los vestuarios y las locaciones, desde un principio la cinta se vuelve inverosímil. ¿Por qué? Porque Di Caprio no se parece en nada a Hoover, durante toda la película hice el esfuerzo por imaginarlo pero la semejanza es nula, lo mismo pasa con todos los políticos y presidentes mostrados en el filme. Y ni que decir de la pésima caracterización para mostrar a los tres personajes principales en su vejez.
Clint Eastwood lo intenta pero se queda corto, el retrato de la vida íntima de uno de los personajes más polémicos y complejos de la historia de los Estados Unidos, tropieza con las innumerables tramas y eventos que tienen un lugar importante en casi cincuenta años de historia norteamericana. J. Edgar resulta inaccesible para quienes tienen poco interés en el tema y a la vez resultará poco disfrutable para quienes gustan de las historias de amor.
Después de casi un año de espera llegó por fin a la pantalla la nueva película del norteamericano David Fincher, una nueva adaptación de la primera parte de exitosa la trilogía Millenium del escritor sueco Stieg Larsson, Los hombres que no amaban a las mujeres, a la que se le dio el título de La chica del dragón tatuado (The girl with the dragon tattoo, 2011) para diferenciarla de la versión sueca de la misma novela filmada en el 2009, pero que se estrenó apenas el año pasado en nuestro país.
David Fincher es uno de los directores que cuentan con un mayor número de seguidores en la actualidad, gracias a clásicos del tamaño de El club de la pelea (Fight club, 1999) y Red social (The social network, 2010), además de su trabajo musical que incluye artistas como Madonna, Aerosmith, George Michael, Sting y Trent Reznor. En esta ocasión el ex NIN vuelve a colaborar con Fincher en la banda sonora (lo hizo anteriormente para Red social), para ello hay que ver la genial secuencia de los créditos iniciales: Inmigrant song (original de Led Zepellin), con música de Trent Reznor y la voz de Karen O de los Yeah Yeah Yeahs.
La chica del dragón tatuado muestra la historia del periodista Mikel Blomkvist y la hacker marginal Lisbeth Salander, quienes se ven envueltos en una entretenida investigación que abarca personas desaparecidas, asesinos locos, corrupción corporativa, citas bíblicas y hasta criminales nazis. Oscura y muy apegada al estilo de Fincher, la película se disfruta sin dificultad a pesar de sus casi tres horas de duración.
Son inevitables las comparaciones con la versión sueca dirigida por Niels Arden Oplev: Los hombres que no amaban a las mujeres (Män som hatar kvinnor, 2009), ya que es demasiado reciente. En la versión de Fincher los protagonistas son el James Bond, Daniel Craig y Rooney Mara, ésta última con una caracterización tan temible que resulta muy poco atractiva, a diferencia de Noomi Rapace quien hace el papel de Salander en la primera versión cinematográfica.
Por momentos La chica del dragón tatuado parece una copia al carbón de la adaptación de Oplev, pero destaca por cambiar un par de detalles que no se ven en la versión literaria: el destino de la chica objeto de la búsqueda y un final un tanto más sombrío. Por otra parte, hay una serie de detalles importantes que simplemente no cuadran: la aparición de numerosos comerciales publicitarios (no hace falta decir que son absolutamente innecesarios), a pesar de que la película se desarrolla en su mayor parte en Suecia, todos los personajes hablan inglés (algo que a estas alturas ya debería haberse superado), la duración excesiva de la película (la versión de Oplev condensa la misma historia en un par de horas), y por último, para quienes ya leímos el libro y vimos la primera serie, hay muy poco en el trabajo de Fincher que pueda llegar a sorprendernos.
Habrá que ver que sucede con la segunda entrega de Millenium: La chica que soñó con una cerilla y un galón de gasolina (Flickan som lekte med elden, 2009), la parte más floja de la trilogía. Aún no empieza a rodarse la versión norteamericana y no ha sido confirmado David Fincher en la dirección. Por lo pronto, la tercera parte de la versión sueca no llegará ya a la cartelera moreliana, incluso ya puede conseguirse en video. Los libros están editados por Destino, así que tú decides con cual te quedas.
Con una gran campaña publicitaria previa se estrenó en este 2012 el último largometraje del norteamericano Steven Spielberg, Caballo de guerra (War horse, 2011), que de inmediato, como suele suceder con la mayoría de los trabajos del director, se apuntó como candidata para los premios Oscar.
Ambientada en la Europa de principios del siglo XX, en la Inglaterra rural primero y en los campos de batalla de la Primera Guerra Mundial después, Caballo de guerra, narra la relación entre un joven y su caballo, amistad que sobrevive a las terribles condiciones de las trincheras, en una época en que comenzaba una nueva, más mortífera y mecanizada forma de hacer la guerra.
Fiel a su estilo, Spielberg hace gala de una serie de recursos técnicos: un impecable diseño de producción, escenas de acción bien montadas, un notable manejo de los animales que participaron en la filmación y vestuarios que hacen gala del presupuesto de la película. Sin embargo, como suele suceder, Spielberg entrega una historia melodramática, predecible y complaciente. Claramente queriendo alcanzar una clasificación “apta para todo público”, Spielberg omite las escenas que pudieran resultar más crudas (no esperen ver las terribles muertes al estilo Salvando al soldado Ryan). El filme, a pesar de no ser aburrido, no llena cabalmente sus dos horas y veinte minutos de duración y nunca termina de explicar la fijación del muchacho con Joey, el caballo de marras. Otra cosa que no resulta del todo comprensible es que a pesar de que incluye algunos actores europeos, la cinta rara vez recurre a los diálogos en francés y alemán, que le darían un sabor distinto a la producción, pero ya sabemos que a los norteamericanos no les gusta leer subtítulos.
Curiosamente Spielberg opta en esta ocasión por una serie de actores no tan conocidos, que discretamente cumplen con su cometido: Jeremy Irvine, como el joven campesino que se enrola en el ejército, Emily Watson como la madre abnegada, Peter Mullan como el padre alcohólico y el gran Niels Arestrup en el papel de un abuelo dueño de una granja.
Es difícil saber que tipo de público disfrutará Caballo de guerra, quizás quienes gusten de las actividades hípicas encuentren en ella algo interesante, pero es demasiado larga para disfrutarse en familia y resultará muy floja para quienes busquen una historia compleja. Afortunadamente hay otras opciones para ver en este inicio de año en la cartelera.
Arrastrando con una pesada carga de expectativas llegó el estreno de La invención de Hugo Cabret (Hugo, 2011), el más reciente largometraje del cineasta norteamericano Martin Scorsese, rodado exclusivamente para su presentación en 3D y que está basado en la novela homónima del escritor Brian Selznick, que ha sido un best-seller en los Estados Unidos y que en México se puede encontrar en SM Ediciones.
Scorsese ha llevado de la mano algunos de los proyectos fílmicos más importantes en la historia reciente de la cinematografía norteamericana, perlas del tamaño de Taxi driver (1976), Buenos muchachos (Goodfellas, 1990) y Los infiltrados (The departed, 2006) forman parte de su selecta filmografía. Cuando se anunció la realización de La invención de Hugo Cabret, me pareció un tanto extraño que después de especializarse en temas de delincuentes y pandillas, Scorsese se abocara a una novela que en apariencia apuntaba a un público menor de edad y más aún el hecho que sería exhibida únicamente en 3D.
La invención de Hugo Cabret se sitúa a principios de la década de 1930, en ella encontramos al joven del título, un huérfano que habita entre los pasadizos secretos de la estación de trenes de Montparnasse de París, que está obsesionado con reparar un extraño androide, creyendo que en él encontrará un mensaje de su difunto padre. Poco a poco se agregan una serie de personajes que le dan forma a la intrincada trama: el inspector de la estación (un amargado y lisiado policía que se dedica a atrapar niños desamparados), el misterioso Georges (un anciano que atiende un local de reparación de juguetes), Isabelle (una chica que sueña con las aventuras que lee en los libros) y la florista Lisette (objeto de los amores del inspector).
Lo que parecía ser una historia para niños (está en 3D, casi todas las copias estrenadas en México están dobladas al español y se proyectan en horarios afines al público infantil) poco a poco se descubre como una crónica sobre los orígenes del cine, en donde las referencias son innumerables: los primeros filmes de los hermanos Lumiére, la cintas mudas de Harold Lloyd, de Buster Keaton (podemos ver fragmentos de la estupenda El maquinista de La General) y por supuesto la clásica Viaje a la Luna (Le voyage dans la Lune, 1902) de Georges Méliès, con todo y su famosa imagen del cohete atravesando el ojo del satélite.
Las virtudes de Hugo no son pocas: encontramos ante todo una historia impecablemente narrada. Un reparto sólido: Ben Kingsley, Cloë Gratz Moretz (a quien recientemente vimos en la divertidísima Kick ass), Emily Mortimer (quien luce bien a pesar de su cabello corto) y un irreconocible Sacha Baron Cohen (el mismo de Borat, pero ahora con un impostado acento francés). Lo mejor de todo es el uso del 3D, que no abusa de las imágenes de acción como suele suceder con las películas proyectadas en este formato, todo lo contrario, se funde con la trama de una manera muy “natural”, por decirlo de alguna manera.
La invención de Hugo Cabret, es un filme inteligente y emocionante, pero sin duda aburrirá a quienes deseen ver una típica película infantil. Es un trabajo arriesgado de un director, que a estas alturas ya no tiene nada que demostrar. Pero tal vez no sea mi tipo de película, definitivamente extrañé la sordidez, la rudeza y la fraternidad criminal de los anteriores trabajos de Scorsese.