Por Armando Casimiro Guzmán
Como parte de la gira Ambulante, se presenta el largometraje documental El Alcalde (2012), ópera prima que firman en conjunto Emiliano Altuna, Carlos Rossini y Diego Osorno. En el filme nos muestran los singulares métodos en materia de seguridad del ex edil del municipio neoleonés de San Pedro Garza García, Mauricio Fernández Garza, un registro que ha generado toda clase de comentarios debido a las incómodas declaraciones del entrevistado.
San Pedro Garza García es un municipio de la zona conurbada de Monterrey, es conocido por tener uno de los más altos niveles de vida del país (sólo detrás de la delegación Benito Juárez de la Ciudad de México), lo que no impide que haya varias colonias irregulares y muchas familias en situación de pobreza. En fin, como era de esperarse, los altos ingresos de la zona y la cercanía con una de las regiones más convulsionadas del país, han atraído la atención del crimen organizado: los secuestros, ejecuciones y venta de droga al menudeo eran cosa común hasta la llegada a la presidencia municipal de Mauricio Fernández, un ingeniero acaudalado, ávido practicante de la cacería, la pesca y toda clase de aficiones costosas.
El documental inicia con la toma de posesión del alcalde, en donde anuncia (antes de que la policía encuentre el cadáver) la muerte de uno de los criminales más buscados de la región. De esta manera inicia una polémica cruzada contra la delincuencia en un intento de blindar al municipio de la violencia que impera en Nuevo León. Siguiendo la simple consigna de “el fin justifica los medios”, el edil sampetrino acepta haber tomado las atribuciones que a su consideración eran necesarias para asegurar “la paz social” de su demarcación.
Basado en entrevistas y material de archivo, El Alcalde nos permite acceder a la intimidad del poder, desde la sala de un millonario repleta de fósiles y otras antigüedades coleccionables. Nos confronta con las ideas de un personaje con el que podemos estar de acuerdo o no, pero que elije hablar con relativa apertura de temas que evitan la inmensa mayoría de los políticos mexicanos.
En el documental, Mauricio Fernández cuenta sus desencuentros con los gobiernos federal y estatal, así como su posición respecto a la legalización de las drogas y la guerra contra el narcotráfico. Con cierto desparpajo insinúa su responsabilidad en la muerte de conocidos criminales y afirma que es necesaria “la compra de información de inteligencia, venga de donde venga”. El tema es que ante la pasividad y complicidad de todos los niveles de gobierno, mucha gente se siente atraída ante el discurso de un personaje que promete resultados sin importar los métodos necesarios para conseguirlos. Si a eso le sumamos el tono dicharachero que gusta a un amplio sector de los votantes mexicanos, tenemos aquí a un candidato en potencia para la gubernatura estatal. Sin embargo, el propio ex edil se desmarca diciendo “se necesita estar pendejo para tomar la gubernatura de un estado que está en quiebra y del que no puedes tener ningún control” (¿te suena Fausto?).
El alcalde es un documental imperdible para los tiempos que se viven, hay quien dice que a problemas excepcionales, soluciones radicales. Mauricio Fernández fue en su momento un edil pragmático, pero apenas le bastaron tres años para desencantarse de la política. Por el momento se dedica a esperar, rodeado de sus antigüedades y coleccionando fósiles de dinosaurios en su elegante finca fuertemente vigilada por guardias armados con rifles automáticos.
Aunque no ganó el reconocimiento como Mejor película de habla no inglesa en la pasada edición de los premios de la Academia, La reina infiel (En kongelig affære, 2012), drama de época de alto presupuesto del danés Nikolaj Arcel, aprovechó el escaparate para aparecer en las carteleras de naciones que usualmente son poco receptivas al cine nórdico. La cinta fue premiada en el Festival de Cine de Berlín y por estas fechas recorre muy lentamente las principales ciudades de nuestro país.
La reina infiel (titulada en otros países de habla hispana con el más adecuado “Un asunto real”), está basada en la novela histórica Prinsesse af blodet (aun sin traducción al español), de la escritora Bodil Steensen-Leth, que cuenta desde el punto de vista de la reina Carolina Matilde, las complejas relaciones que sostuvo simultáneamente con su esposo, el rey Cristian VII, así como con el médico alemán Johann F. Struensse, en la Dinamarca de finales del siglo XVIII.
La boda a los quince años de la princesa Carolina con su primo, el emocionalmente inestable Cristian VII de Dinamarca, estuvo marcada desde el inicio por la tragedia de los matrimonios arreglados en las cortes europeas. El rey reconocía públicamente no amar a su esposa mientras pasaba noches enteras visitando los burdeles de Copenhague. Afectado posiblemente por esquizofrenia, el monarca nunca pudo llevar control efectivo de los asuntos de su país. Mientras tanto, Carolina vivía en el abandono cumpliendo un discreto papel decorativo, hasta que llegó a su vida Johann Struensse, un personaje que supo ganarse la confianza del soberano y que además compartía las ideas ilustradas de su joven esposa.
Rodada mayormente en interiores, la cinta cumple con una ambientación extraordinaria donde destacan los impresionantes vestidos de época. Aunque el elenco es numeroso destacan las buenas interpretaciones de Madds Mikkelsen (a quien recientemente vimos en La caza) y de Mikkel Boe Følsgaard quien tiene la difícil tarea de dar vida al deschavetado rey de Dinamarca. La guapa Alicia Vikander hace el papel de la reina de marras, a pesar que lo hace bien, hay que destacar la discrepancia física con la original, quien a su corta edad acusaba una naciente obesidad según consta en los retratos de la época.
La película es entretenida, pero su duración de dos horas y veinte minutos puede desanimar a más de alguno. A pesar de contar el tiempo suficiente, el drama de alcoba y su discurso histórico se desarrollan de manera desigual: por momentos la información documental resulta excesiva y la relación entre los personajes queda reducida a un mero romance de libro. En ese sentido encontramos más interesante La duquesa(The duchess, 2008), filme discreto pero que retrata con mucha mayor intensidad las relaciones sentimentales de su protagonista.
La reina infiel atrae desde un inicio por su elegante factura, aunque es un tanto rígida y desapasionada. La película no quedará como uno de los grandes clásicos del drama de época, pero tiene los elementos suficientes para ofrecer una mirada lúcida e interesante a un periodo crucial de la historia europea, justo antes de la caída de las primeras monarquías totalitarias.
Con un gran gasto publicitario llegó a las salas de cine Oblivion: El tiempo del olvido (Oblivion, 2013), segundo largometraje del estadounidense Joseph Kosinski, un joven director que hizo su presentación en sociedad hace unos años con Tron: El legado(Tron: Legacy, 2010) y que por estas fechas se encuentra preparando su secuela. El debut en cartelera estaba programado para el mes de Julio pero debió adelantarse porque coincidía con el reestreno de, créanlo o no, Jurassic Park en 3D.
El origen de Oblivion viene de un pequeño comic que coescribió el propio Kosinski con un amigo. La cinta se concretó después de varias negociaciones, primero con Disney (quienes querían filmar una historia clasificación A) y más tarde con los Estudios Universal, quienes autorizaron una versión B-13, más acorde a lo que buscaba el director. Es el año 2077, “Ganamos la guerra, pero perdimos el planeta”, se repite a sí mismo Jack Harper, quien junto a su ingeniera de comunicaciones Vicky, son de los pocos humanos que aún habitan la Tierra. Forman parte de una vasta operación para extraer los recursos naturales del planeta, ya que pronto se mudarán a Titán, una de las lunas de Júpiter en donde los espera el resto de la humanidad… ese es el plan, hasta que la llegada de una misteriosa mujer en una cápsula espacial desencadena una serie de acontecimientos que ponen en entredicho todo lo que siempre creyeron cierto.
De entrada hay que decirlo, Oblivion no aporta nada nuevo al género, de hecho a los asiduos de la ciencia ficción les resultarán demasiado familiares los mismos elementos que han sido mostrados en otras producciones mucho más arriesgadas: el futuro post apocalíptico, la ciudad de Nueva York por enésima vez en ruinas, robots contra un grupo de rebeldes humanos, clones empleados como inagotable fuerza de trabajo y así con un largo etcétera. Pero si no nos ponemos tan exigentes al menos podremos decir que es visualmente muy atractiva y que entretiene lo suficiente como para pasar por alto sus poco más de dos horas de duración.
Tom Cruise aparece actuando como él mismo, entre éste personaje y el Jack Reacher de su producción anterior no encontramos mucha diferencia. Aquí lo que funciona, aunque de manera un tanto desigual, es la ambigua relación que tiene con sus contrapartes femeninas, mucho mejor la británica Andrea Riseborough que Olga Kurylenko, la actriz y modelo de origen ucraniano. Definitivamente la tensa relación Cruise- Riseborough es lo que realmente hace “un equipo efectivo”.
No entiendo por qué mucha gente al salir de la sala se quejaba de lo confuso de la historia, a pesar de sus vueltas de tuerca y flashbacks, lo cierto es que la historia adolece de cierta simplicidad. Kosinski nos ofrece un proyecto que es mucho menos ambicioso de lo que parece, una obra muy poco emotiva y con un mensaje demasiado benévolo. No es una película del todo despreciable pero su resolución complaciente deja mucho que desear.
Aunque fue presentada durante la más reciente edición del Festival Internacional de Cine de Morelia (FICM), es apenas por estas fechas que llega a nuestra ciudad Anna Karenina (2012), enésima adaptación para la pantalla del clásico de la literatura de Lev Tolstoi, que en esta ocasión corre a cargo del británico Joe Wright.
El londinense es un cineasta cumplidor, como lo demuestran el drama histórico Expiación, deseo y pecado (Atonement, 2007) y Hanna(2011) un thriller de acción que nunca llegó a la cartelera, pero sobre todo destaca su correcta adaptación de otra obra clásica del siglo XIX Orgullo y prejuicio(Pride & prejudice, 2005), de la novelista Jane Austen, factor que daba esperanzas de encontrar un trabajo interesante cuando se anunció que iniciaría el rodaje de la monumental obra de Tolstoi.
Dada la complejidad de la historia era lógico que se eliminaran varias de las subtramas presentes en la novela (que en su versión completa sobrepasa las 1100 páginas), además de que el guion centrara su atención en las desventuras de su insatisfecha protagonista, interpretada por Keira Knightley, en la que representa su tercera colaboración con el director británico.
En aras de aligerar un poco la voluminosa trama, la producción recurrió a una peculiar presentación estilo teatral y la revistió de un ligero tono cómico que prevalece en casi toda la película. Aunque la mayor parte de los personajes están bien interpretados, es Matthew Macfadyen, en su interpretación de Esteban Arkadievich, quien por momentos se roba la atención del público, caso contrario sucede con Aaron Johnson en una deslucida y grisácea representación del conde Vronsky, amante de la Karenina.
La representación es excesivamente ostentosa y arriesgada, todo el drama se desarrolla sobre un entarimado y tras bambalinas en un teatro decadente como metáfora de la aristocrática sociedad rusa del siglo XIX, algo que definitivamente alejó a buena parte del público más acostumbrado a los filmes convencionales.
Esta nueva versión de Anna Karenina adolece de su propia simplificación, la condensación de situaciones, su tono frío y distante no le hacen justicia a una historia que ya es de sobra conocida entre los lectores asiduos. Aunque normalmente prefiero nuevas reinterpretaciones de historias conocidas, en este caso creo el filme hubiera resultado mejor con escenarios al aire libre. Y es que resulta ilógico que en una cinta contada en formato teatral destaquen únicamente las escenas en exteriores.
Anna Karenina es una adaptación libre, tal vez demasiado, para quien desconozca el trágico desenlace de la anti heroína adúltera se sentirá desorientado debido a la vertiginosa y fragmentada versión de Joe Wright. Definitivamente no es la mejor versión del clásico de Tolstoi, pero tampoco está tan mal, al menos tomaron cierto riesgo y eso se agradece.
Lauren Greenfield inició a mediados de la década pasada un proyecto donde filmaría un registro sobre la transformación que han sufrido los hogares norteamericanos en los últimos años. En esas estaba cuando se enteró de la construcción de la casa habitación más grande del mundo, construida a imitación del Palacio de Versalles, en un terreno de más de ocho mil metros cuadrados en la zona más exclusiva de Orlando, Florida. Los dueños son el setentero David Siegel, magnate de los tiempos compartidos y su esposa, la cuarentona Jackie Siegel, una ex reina de belleza empeñada en acabar con los millones de su marido. Ambos personajes cautivaron a la cineasta, quien decidió hacerlos protagonistas de su segundo largometraje documental, La reina de Versalles (The queen of Versailles, 2012), traído a Morelia por cortesía de la gira Ambulante.
“Mucha gente me pregunta por qué hago una construcción como ésta y yo siempre les respondo: Lo hago porque puedo”, afirma con tono fanfarrón el millonario David Siegel, quien vive rodeado de lujos extravagantes y de mal gusto, incluida su esposa trofeo, una rubia que luce grotescamente sus implantes mamarios y cuya inteligencia no es la mayor de sus virtudes. En un inicio el documental nos hace un recuento de la grosera ostentación de los Siegel: costosas ornamentaciones, viajes en jet privado, comentarios pedantes, así como una legión de criados y niñeras que están a la orden de una parvada de preadolescentes caprichosos. Vemos el resultado del éxito económico de un negocio que se alimenta de los miles de norteamericanos que compran ávidamente espacios compartidos en hoteles de lujo, en un intento de vivir como millonarios al menos por una vez en su vida.
Fue por esos años que llegó la crisis financiera a los Estados Unidos, las más afectadas fueron las empresas inmobiliarias, entre las que se contaba la del señor David Siegel, cuya marcada dependencia del dinero fácil obliga a despedir primero a miles de empleados y después a cerrar sus puertas en varios puntos estratégicos. Es ahí que comienzan en serio los problemas para la familia Siegel, que se traducen en desesperadas medidas de austeridad: despido de montones de empleadas domésticas, recortes a las tarjetas de crédito, apagar las luces por la noche… incluso ahora deben viajar en vuelos comerciales y alquilar autos en los aeropuertos (“¿no viene con chofer?”, pregunta cándidamente la rubia en la agencia Hertz).
Es por esos momentos que se agria el carácter del veterano hombre de negocios, empieza a despotricar con todo y contra todos: los bancos, los clientes, los acreedores… incluso se queja del carácter desenfrenado de su querida esposa: “no le basta tener un perro debe tener decenas de perros, no le basta tener un hijo debe tener montones de hijos, además sigue gastando sin ningún control”, aunque eso sí, el ex millonario se empeña en mantener su costosa mansión inacabada.
La reina de Versalles va mucho más allá de los frívolos reality shows sobre familias adineradas, consigue meternos a la mente de sus personajes e incluso por momentos logra generar cierta simpatía por ellos. “El capitalismo no es solamente el sistema económico que permite a los ricos hacerse más ricos, en ocasiones también vuelve pobres a los millonarios”, se lamenta con amargura el antes orgulloso David Siegel. Este documental no solo es el retrato hilarante y compasivo de una estirpe venida a menos, de alguna manera también refleja la engañosa experiencia de miles de personas que fingen llevar un estilo de vida que son incapaces de costear.