La segunda entrega de Ninfomanía sigue en salas, lo mismo que Paraíso, de la mexicana Mariana Chenillo. Ambas son analizadas por nuestro cinéfilo más asiduo, quien de paso nos cuenta sobre el desastre de Trascender, el mérito de La bicicleta verde y la rescatable Joven y Bella.
Por Armando Casimiro Guzmán
La estrategia de dividir un filme larguísimo para exhibirlo en dos partes (y cobrar por ello, por supuesto), ha rendido frutos para Lars von Trier. La primera entrega de Ninfomanía (2013), se estrenó con cerca de 120 copias y ha sido hasta el momento, la película del cineasta danés que más se ha visto en cines nacionales (tampoco era un récord muy difícil de superar, casi todas sus obras únicamente se vieron en muestras y festivales). Veremos cómo marchan las cosas ahora con la llegada de la segunda parte, que al igual que su predecesora, inicia con la advertencia de que lo que veremos en pantalla es una versión censurada y resumida de la cinta, que contó con el consentimiento del director, pero sin su participación.
El volumen dos de Ninfomanía se centra en la etapa adulta de Joe, quien continúa narrando sus andanzas a su salvador, quien apaciblemente escucha su historia. En esta etapa, la protagonista intenta adaptarse a la vida en pareja, incluso se convierte en madre, pero entretanto pierde toda sensación sexual. En un intento por recuperar el placer, nuestra heroína se internará en el mundo del sadomasoquismo, los negocios ilegales y el lesbianismo. Seligman continúa acotando cada uno de los capítulos de la historia con notables referencias al cisma de la iglesia oriental y occidental, la hechura de nudos y la hipocresía de la sociedad ante la sexualidad femenina. Joe parece al fin haber encontrado apoyo y comprensión en su asexuado oyente, pero, ¿será eso posible?
Este segmento del filme continúa con la relación numérica establecida desde el principio de la obra, la suma de dos números primos que da igual a uno par (5+3=8). Ahora la historia se cuenta en tres capítulos: La iglesia oriental y occidental, en donde se propone a la culpa como elemento fundamental de la Iglesia Católica Romana, que destaca en su iconografía el dolor y el sufrimiento (contraponiéndolo a la de Iglesia Católica Ortodoxa, en la que prevalecen las imágenes de la virgen María con el pequeño Jesús), no es casual que en este episodio la protagonista experimente con el sadomasoquismo. En el capítulo número siete El espejo, se arremete contra la corrección política, que poco a poco nos ha robado palabras sustituyéndolas por modismos inofensivos que rayan en la imbecilidad, es aquí donde nuestra heroína decide que está orgullosa de su modo de vivir la sexualidad, aunque este hecho la margine socialmente. Por último en La pistola, lo que parece ser un discurso feminista, al poco tiempo se convierte en una especie de reflexión satírica sobre la hipocresía y la exclusión.
Esta segunda entrega de Ninfomanía cierra de manera adecuada (aunque con ciertas diferencias de tono, con más fluidez y crudeza), la historia de Joe y Seligman, dos marginados sexuales que entablan un diálogo inteligente, irónico y desafiante en el que nos vemos inmersos como espectadores. Podríamos ver las cinco horas del metraje original y es posible que ni así podamos dilucidar si la sexualidad femenina es un gran misterio para el cineasta danés o si simplemente se divierte mostrándonos su visión irónica y mordaz sobre el tema. Definitivamente no es una película para todos, pero si lo suyo no son las chatarras parlantes, esta es una gran alternativa.
Con menos empuje del que se esperaba llegó a la cartelera, con alrededor de 250 copias, Paraíso (2013), segundo largometraje de la mexicana Mariana Chenillo, quien debutó en la pantalla grande hace ya casi seis años con la comedia Cinco días sin Nora (2008), un filme digno que no tuvo la difusión que requería. Su nuevo trabajo se presentó (extrañamente en competencia oficial) en el Festival de Cine de Morelia, en donde recibió buenos comentarios del público, no así de un sector de la prensa que la acusaba de demasiado ligera (a pesar del sobrepeso de sus protagonistas) como para competir por el premio principal del certamen.
El origen del filme está en un cuento homónimo de la escritora Julieta Arévalo (flaquísima por cierto). La propia Mariana Chenillo se encargó de elaborar el guión, el cual sufrió diversas modificaciones durante cuatro años, la más importante de ellas fue la de contar la historia desde la perspectiva de la protagonista. En Paraíso encontramos a una joven pareja, formada por Carmen y Alfredo, ambos con problemas de sobrepeso, quienes deciden cambiar su cómoda casa en Satélite por un pequeño departamento en el Distrito Federal. Decididos a bajar de peso, comienzan un severo régimen alimenticio. Las consecuencias son un tanto inesperadas, uno de ellos empieza a tener éxito en la encomienda mientras que el otro se queda rezagado, algo que abrirá una brecha cada vez más profunda entre ellos.
Aunque reconoce que la obesidad es un tema de salud importante, la directora rápidamente se desmarca de cualquier intención aleccionadora del filme: “Para hablar de ello están las instancias gubernamentales correspondientes, nosotros nos propusimos enfocarnos en la búsqueda de la felicidad de los personajes, algo que de alguna manera también repercute en la salud”, aseguró durante su presentación en la capital michoacana.
Mariana Chenillo ha destacado la importancia del contexto, en como existen claras diferencias locales en ese territorio enorme que es el área metropolitana de la Ciudad de México y en como esas particularidades definen buena parte de lo que somos como mexicanos. Asimismo, el entorno influye en la situación de vulnerabilidad de una pareja.
Sin ser una gran película, Paraíso, puede resultar entretenida y hasta ofrece algunos puntos bien logrados gracias al desempeño de los protagonistas, como el deterioro que sufre una relación estable cuando debe enfrentar un cambio. Sin embargo, la forzada intervención de Carlos Loret de Mola, así como un ridículo concurso de cocina en el último tramo del filme, dan al traste con las cosas buenas que se habían mostrado en un inicio. Aun así, habrá que ver que camino sigue la carrera de Mariana Chenillo, una directora que ha mostrado cosas interesantes, pero que en esta ocasión tiene una nada favorable tendencia a la comedia simplona.
Sin muchas expectativas se presentó en cartelera La bicicleta verde (Wadjda, 2012), que inició su largo peregrinar por los circuitos festivaleros desde hace dos años cuando se estrenó en el Festival de Cine de Venecia. La cinta se vende como la primera película filmada en su totalidad en Arabia Saudita (recordemos que las salas de cine están prohibidas en el reino árabe), y cuenta además con el nada desdeñable mérito de haber sido dirigida por una mujer, la directora Haifaa Al-Mansour. En nuestro país se pudo ver el año pasado en el FICM, además que ya hace un buen rato que inició un gran recorrido por las salas de arte y cineclubes.
Al-Mansour escribió el guion para su primer largometraje inspirada por una de sus sobrinas. Wadjda (título original de la obra), es una niña de diez años que vive en un suburbio de Riad, donde vive en compañía de su madre. Después de una discusión con su joven amigo Abdullah, Wadja decide reunir el dinero para comprar una vistosa bicicleta verde (la sociedad saudita prohíbe el uso de este medio a las mujeres), que exhiben en una tienda cercana a su hogar. Para ello deberá ganar un concurso de recitación del Corán y de paso enfrentar la posible separación de sus padres.
La intención original de Al-Mansour era la reivindicación femenina en una sociedad tan segregada y sexista: “Quise escribir una historia donde se escuchase mi voz, las voces de todas las mujeres, que como yo, quieren hacerse oír, pero sin necesidad de confrontación”. Pero aunque existe esta importante pretensión feminista lo cierto es que el resultado final del filme se acerca más a lo que nos ofrece a la cinematografía infantil de los iraníes Majid Majidi y Marzieh Makhmalbaf, aunque definitivamente la cineasta saudita se inclina por una mirada menos dramática y más optimista, que puede no ser del agrado de todos.
El filme, en sí mismo resulta modesto en sus alcances, sus méritos se encuentran más allá de lo cinematográfico. Ya que las anécdotas del rodaje más que peculiares resultan escalofriantes: Al-Mansour tuvo que dirigir desde una camioneta con vidrios polarizados, sin poder ser vista y comunicándose con radio con sus operadores y los actores para lograr que las escenas salieran justamente como se buscaba. Es por ello que la obra es un triunfo en sí mismo, por terminarse, por el simple hecho de poder exhibirse ante un público, aunque no sea el de su país.
Pero a pesar de sus buenas intenciones, lo cierto es que el tono descriptivo, propio para ilustrar al espectador occidental sobre la realidad de la conservadora y sexista sociedad de Arabia Saudita, deja muy poco para el espectador exigente. La bicicleta verde forma parte de ese tipo de cinematografía social, cuya temática resulta por demás digna de discutirse pero que desafortunadamente en la sala de cine resulta tremendamente aburrida.
Resulta irónico que una película con ese título resulte totalmente lo opuesto, y es que Trascender (Trascendence, 2014), debut en la dirección del estadounidense Wally Pfister, melodrama ciencia- ficcional protagonizado por Johnny Depp, ha resultado un fracaso en todos los sentidos. La cinta tuvo un pésimo recibimiento por parte de la prensa y apenas recaudó una quinta parte de los cien millones de dólares que invirtieron los productores, esto desde su estreno a mediados de abril en Estados Unidos. Las malas noticias obligaron a que se retrasara más de un mes su estreno en nuestro país, donde no tuvo un mal inicio, aunque se pronostica un descenso importante de sus ingresos durante las próximas semanas.
Escrita por el guionista debutante Jack Paglen y con Christopher Nolan como productor ejecutivo (Pfister es su colaborador habitual como director de fotografía), Trascender nos presenta al investigador Will Caster, quien está obsesionado con la creación de una máquina dotada de inteligencia artificial. Sus sueños se ven truncados cuando sufre un atentado mortal por parte de un grupo radical. Es ahí que el científico decide que es tiempo de pasar al siguiente nivel, algo a lo que se opondrán tanto su mejor amigo, como el gobierno de los Estados Unidos.
Aunque en un inicio, para debutar como director, la intención de Pfister era contar una película de acción pura y dura. Pero al final se encontró con el guion de Paglen y decidió profundizar sobre la dependencia tecnológica de la humanidad, así como las posibles implicaciones del surgimiento de la inteligencia artificial. A pesar de sus recientes fracasos en taquilla, la participación de Johnny Depp causó cierto revuelo mediático y aseguraba, en palabras del cineasta, un protagonista “poderoso y emotivo”, para redondear el concepto que se buscaba en el filme.
Pero lo cierto es que la película se viene abajo casi desde el principio; a pesar de un prólogo interesante, pronto se apropia de los clichés propios del género, en donde el uso y abuso de la tecnología se volverán tarde o temprano contra sus creadores, una especie de mal remedo de la HAL 9000 de 2001: Una odisea espacial (2001: A space odyssey, 1968), que se enfrenta a una no tan clandestina organización idealista-terrorista al estilo del singular ejército de locos de Doce monos (Twelve monkeys, 1995). La lucha no desemboca en una tenaz defensa de la humanidad, ni en profundos cuestionamientos sobre la influencia tecnológica en la humanidad, sino que concluye como una anodina historia de amor, en donde una especie de ubicua conciencia artificial insiste, a pesar de ser todopoderosa, en presentarse con el rostro de Johnny Depp.
Aunque muchos acusan la falta de pericia de Wally Pfister para llevar a buen puerto una historia que en teoría no sonaba mal, lo cierto es que las fallas vienen de origen y se traducen en algunas escenas francamente ridículas (para muestra el enfrentamiento entre un reducido grupo de milicianos y un montón de terminators pueblerinos). Trascender promete ser un emocionante thriller de ciencia ficción repleto de ideas interesantes, pero el resultado final no es más que un filme tan irregular como aburrido.
Por tercera ocasión se anunció en la cartelera moreliana Joven y bella (Jeune & jolie, 2013), decimoquinto largometraje del prolífico cineasta François Ozon, desde que debutara en 1997 con el estilizado thriller Regarde la mer. Anteriormente la película se presentó en el Festival de Cine de Morelia y se programó para su exhibición durante la Muestra Internacional de Cine, aunque no pudo proyectarse debido a problemas técnicos. Hay que mencionar que la obra había generado cierta expectativa después de los buenos comentarios que recibió luego de su presentación en Cannes, donde formó parte de la selección oficial del certamen.
El realizador francés desde hace tiempo ha subrayado la importancia de contar historias que le resulten altamente personales, es por ello que ha escrito los guiones para cada una de sus películas. Después del buen recibimiento que tuvo En la casa (Dans la maison, 2012), Ozon decidió trabajar nuevamente con adolescentes, en esta ocasión, la protagonista es una sensual joven de diecisiete años que decide comenzar a prostituirse por una razón que no queda del todo clara a lo largo de la narración. Las cosas se complican cuando uno de sus clientes más asiduos muere durante una de sus sesiones, es en ese punto cuando la joven intenta reinsertarse en la sociedad, pero el propósito resulta mucho más difícil de lo que aparenta.
La anécdota nos recuerda muy claramente a la que nos plantea el esloveno Damjan Kozole en Slovenka (2009), pero está contada con un tono introspectivo, más acorde a lo que exhibe el cineasta parisino en los dramas El tiempo que queda (Le temps qui reste, 2005), así como en El refugio (Le refuge, 2009). Al igual que en 5×2 (2004), el cual es sin duda uno de sus mejores trabajos, la historia se cuenta en forma de capítulos, en este caso cuatro, que representan a modo de estampas de la vida de la chica cada una de las estaciones del año acompañada de una canción distintiva de acuerdo al momento que representa.
A modo de respuesta ante la idealización de la adolescencia en buena parte de la cinematografía mundial. En Joven y bella, esta etapa se presenta con un tono más bien amargo y distante, propio de la experiencia de quien lo ve todo desde afuera. Ozon nos entrega un personaje que observamos desde el punto de vista de sus padres, de sus amigos, de su hermano y de sus clientes, todos ellos se muestran inestables ante la fuerte presencia de una chica que hace uso de sus encantos como herramienta de poder. No obstante, se dejan suficientes espacios en blanco para que el espectador saque sus propias conclusiones, ya que de ninguna manera la cinta ofrece un juicio moral de la prostitución ni de la utilización del internet con fines sexuales.
Es para destacar la presencia de la joven Marine Vatch como la joven estrella protagonista de la película. Su expresión hostil y secretista, proveniente de su experiencia en el modelaje, están en afortunada concordancia con el planteamiento de Ozon. No es ni por mucho el mejor trabajo del realizador galo y difícilmente saldrá del circuito de cineclubes, pero este drama áspero, incómodo e inquietante, nos recuerda que en ocasiones la adolescencia puede ser la edad del desengaño y la frustración. Puede sonar muy trágico, pero está tan elegantemente filmada, que bien vale la pena, incluso para los más reticentes, darle un vistazo a la obra de uno de los nuevos imprescindibles del cine francés.