Por Armando Casimiro Guzmán
Todos hemos soñado alguna vez con vivir en una época diferente, sin reflexionar demasiado en las consecuencias que ello implicaría. Tal vez ese fue el punto de partida que utilizó el veterano realizador neoyorquino Woody Allen para su más reciente producción, Medianoche en París (Midnight in Paris, 2011).
Ha sido un largo camino desde su estreno el Festival de Cannes (aunque estuvo fuera de competencia); la película ha recibido un entusiasmo crítico notable, pero sorprendentemente también ha gozado de gran aceptación entre el público, al grado de que por estas fechas está reestrenándose en las salas de Estados Unidos. Tan sólo en Morelia logró cuatro semanas en la cartelera (una más que la el bodrio de Linterna Verde) y está en camino de convertirse en la película más taquillera del cineasta norteamericano. Y eso que Medianoche en París definitivamente está muy lejos de sus películas clásicas, incluso no podría considerarse de las mejores dentro de su reciente etapa europea. Entonces ¿cuál es la razón de su éxito?
En Medianoche en París encontramos a Gil, un mediocre guionista de Hollywood (interpretado por un inspirado Owen Wilson), quien emprende un viaje a la capital gala, previo a su boda con su odiosa prometida Inez (Rachel McAdams, bien en su papel de chica superficial). Durante su estancia en la capital francesa, Gil, quien vive fascinado con el París de los años veinte, trabaja en una novela que, con un poco de suerte, le ayudará a consolidarse como un escritor serio. Durante un paseo nocturno, Gil cae en una especie de hechizo que lo sumerge en el París de principios del siglo XX, que lo hace convivir con grandes personajes de las artes como Hemingway, Fitzgerald, Picasso, Buñuel, Dalí, Gertrude Stein,… mezclándose todos ellos en un desfile que resulta tan caótico como divertido.
El filme parte de un prólogo formado por una sucesión de tarjetas postales de los sitios más emblemáticos de París. A partir de ahí la historia se mueve en dos planos: uno real, en donde el personaje principal descubre que no es compatible con su futura esposa, y otro ficticio, en donde el protagonista recorre la vida nocturna de los años veinte en compañía de una deslumbrante y desinhibida aspirante a modista (la seductora Marion Cotillard). El guión es ágil e ingenioso y los diálogos son inteligentes (no faltan las puntillas a la derecha norteamericana ni las críticas a Hollywood), ni más ni menos que el sello típico de Allen, pero ahora le agrega acertadamente el elemento fantástico. Y si a esto le sumamos personajes secundarios de lujo (Adrien Brody, Carla Bruni, Kathy Bates), tenemos los ingredientes necesarios para una película atractiva y estimulante.
Sin embargo, el realizador neoyorquino recurre a no pocos estereotipos para crear a sus personajes, el estadounidense que llega a Europa, la novia materialista, los suegros insufribles, etc. Si a esto agregamos la caricaturización de los artistas: el machista Hemingway, Picasso el misántropo… la película cae por momentos en una simpleza agotadora. Además, debemos aclarar que Medianoche en París se disfrutará mejor si se cuenta con un mínimo de antecedentes históricos y literarios (mi acompañante durmió profundamente después de la primera media hora de la función).
Medianoche en París cumple las expectativas, digamos que no da ni más ni menos de lo que nos tiene acostumbrados el cine de Woody Allen. Resulta simpática y cuenta con más de algún destello brillante pero bien podría considerarse como una de sus obras menores. Y aún con eso, es una buena comedia que hace reflexionar sobre la aceptación del momento que nos ha tocado vivir, aunque de vez en cuando debemos dejarnos llevar por algún hechizo que a mitad de la noche nos transporte a otro universo.
Una de las películas más esperadas del verano fue sin duda Super 8 (Super 8, 2011), el nuevo trabajo del norteamericano J. J. Abrams, quien a la fecha cuenta con pocos antecedentes cinematográficos dignos de tomarse en cuenta, salvo una muy aceptable versión de Star Trek (2009). La larga espera para ver la película (se filtraron avances desde febrero), generó toda clase de especulaciones: que en realidad Steven Spielberg dirigía tras bastidores, que era una especie de secuela de Cloverfield, que estaría disponible en 3D, etc. Al final ninguno de los rumores se confirmó. Aunque el propio Abrams mencionó en varias entrevistas que las viejas películas de Spielberg (entre ellas E.T. El extraterrestre) fueron sus principales referentes a la hora de escribir el guión.
Ambientada a finales de las década de los setenta, Super 8 cuenta la historia de un grupo de adolescentes que filman una película de zombies con una cámara casera. Mientras filman una escena nocturna en una estación de ferrocarril abandonada sucede un terrible accidente, un tren del ejército se descarrila y surge una extraña criatura. A medida que avanza el filme, se van descubriendo pistas que revelan una historia de encubrimiento gubernamental, a la par que Joe Lamb, el protagonista adolescente, debe encontrar la reconciliación con su padre y el amor de Alice, la chica que ama.
Los méritos técnicos de la cinta son notables: una fotografía muy clara (incluso en las escenas nocturnas), grandes tomas amplias y un impresionante trabajo de ambientación. La elección de los jóvenes actores fue acertada: Joel Courtney como el tímido adolescente que perdió a su madre y sobre todo Elle Fanning (la vimos recientemente en Somewhere), quien hace un gran trabajo.
Super 8 cuenta tiene un inicio prometedor, una escena de descarrilamiento de verdad impresionante, la trágica muerte de la madre del chico protagonista, un monstruo del que nada se sabe y que sólo al final aparece en pantalla, hacen que se mantenga el interés y que la cinta sea por momentos emocionante. Pero el problema empieza cuando todo comienza a resolverse con una truculencia pasmosa: los chicos que escapan con toda facilidad a la custodia militar, la torpe y escandalosa estrategia para atrapar al monstruo, la cuerda que sale de la nada, los prisioneros que duermen tranquilamente, la nave que se arma sola, y un larguísimo etcétera.
Y es que quizás no todo sea culpa de la película. En nuestro país la mayoría de las copias venían dobladas y sólo en algunas pocas salas se podía ver con subtítulos, lo que demuestra al tipo de mercado al que iba dirigida: el familiar. Lo que implica que tal vez así debía resolverse. Después de todo la cinta de Abrams no intenta descubrir el hilo negro, sino solamente satisfacer a un público que busque pasar un buen rato con una historia entretenida. Es indudable que la disfrutarán más todos aquellos que hayan vivido su infancia entre las décadas de los setenta y ochenta. Super 8 está hecha a modo para satisfacer a los nostálgicos, es como ver una de las viejas películas de Spielberg pero con mejores elementos técnicos.
Super 8 no tiene mucho de lo que uno se pueda quejar pero tampoco hay mucho para entusiasmarse. Lo importante es saber lo que esperamos de la película: si queremos cine de verano para ver palomitas está genial, pero si buscamos una buena película de ciencia ficción debemos buscar otras opciones.
La cruda realidad de la adolescencia femenina intenta verse retratada en Perras (Perras 2011), la ópera prima del mexicano Guillermo Ríos, quien es conocido ante todo por su trabajo para televisión y teatro. Basada en la obra que montó hace cuatro años el propio director y que según se dice, se presentó con cierto éxito debido a su crudeza y propuesta narrativa, es por ello que se decidió adaptar al formato cinematográfico.
En Perras, una decena de jovencitas menores de quince años se ven involucradas en un trágico incidente sucedido al interior de un colegio. Es a partir de los relatos individuales de cada una de las chicas que se conocen diferentes perspectivas de la adolescencia femenina. Personajes como la gorda, la ñoña, la rara, la zorra, la ciega, la manchada, tratan de mostrar cada cual a su modo lo crueles, sensuales y locas que son las adolescentes de hoy en día. El salón de clases en donde están confinadas es la columna vertebral para meternos en el mundo de cada una de las protagonistas, que presentan su historia de manera diferente.
«Las cosas más importantes que me han pasado no las saben mis padres», reza una de las frases promocionales de la película y es que gran parte de las anécdotas cuentan una serie de experiencias que en muchas ocasiones no han vivido ni siquiera las mujeres adultas. Incluso llegó a mencionarse que la cinta fue censurada en los festivales de cine de Morelia y Guadalajara, aunque más bien deberíamos decir que fue rechazada (extraoficialmente, debido a que no alcanzaba los estándares de calidad requeridos).
La mayor virtud de esta propuesta es que logra sostener el interés gracias a la forma en que se guarda el secreto que mantiene encerradas a las colegialas en un sombrío salón de clases. Me da la impresión de que debió ser una obra de teatro interesante pero que a fin de cuentas no soportó el cambio de formato.
Mucho se ha mencionado en los medios nacionales que los personajes femeninos son estereotipos andantes, y sí lo son, aunque me parece que esto es intencional, como parte de la estructura argumental. Más bien los problemas residen en la falta de naturalidad con que se muestran las historias, y a pesar de los esfuerzos de las chicas (algunas de ellas no son actrices profesionales) los diálogos se ven forzados y las actuaciones acartonadas. La inclusión de la escena (y la propia presencia) de Galilea Montijo está de sobra y desgraciadamente la escasez de recursos se nota en prácticamente todo: la escenografía, las locaciones, los vestuarios, los efectos especiales…
Perras ha sido estrenada con apenas sesenta copias, a su limitada distribución le sumamos la poca aceptación de la prensa o incluso un franco desdén y una campaña de promoción que la hace parecer como una película escandalosa y agresiva. Se reconoce la voluntad de Guillermo Ríos, pero su debut cinematográfico dista mucho de ser un trabajo recomendable.
Quizás una de las imágenes más icónicas del cine fantástico, es la de Charlton Heston, postrado y maldiciendo ante los restos de la Estatua de la Libertad en El planeta de los simios (Planet of the apes, 1968). Muchos años después, en el 2001, un Tim Burton en franca decadencia retomaría el tema sin mucho éxito, con lo que parecía que ya la cosa no daba para más. Es recién ahora que la franquicia se dignifica con una nueva versión o mejor dicho, una «precuela» del clásico sesentero: El planeta de los simios: (R)evolución (Rise of the Planet of the Apes, 2011), la cual corre a cargo del prácticamente desconocido Rupert Wyatt, en donde narra cómo se hicieron los primates con el control del planeta Tierra.
Ésta era una de las apuestas más fuertes de la 20th Century Fox para el verano (aunque por cuestiones de competencia cambió muchas veces su fecha de estreno), por lo que en un inicio no se tenían grandes expectativas de ella, no obstante, es un trabajo muy recomendable. Es de esa rara clase de películas en donde los millones invertidos se notan, no sólo en las imágenes, sino también en una historia sólida y muy bien estructurada.
El planeta de los simios: (R)evolución, cuenta de inicio cómo un grupo de científicos está obsesionado con la cura de esa terrible enfermedad que es el Alzheimer. Los diversos fármacos probados en primates no tardan en provocar nefastos efectos secundarios y Will Rodman, jefe del proyecto (un discreto James Franco), acoge a César, un chimpancé con una inteligencia muy por encima de la media para salvarlo de la muerte y juntos convivirán, no sin dificultades, durante los siguientes años. Es a partir de la difícil convivencia entre las dos especies que se desencadenará el inevitable levantamiento de los oprimidos y es que, en buena medida la cinta se centra en el proceso de formación de un líder, un auténtico generador del cambio social, con un carisma y unas agallas que ya quisieran los aspirantes a gobernador de Michoacán.
El director Rupert Wyatt, no la tenía fácil, sin embargo, evita caer en artificios innecesarios y opta por una puesta en escena convencional pero efectiva. Una de sus mayores virtudes es que logra encajar las piezas (aunque en ocasiones muy forzadamente) para ajustar la historia al relato ya existente. Incluso se hace mención a la expedición comandada por el capitán George Taylor, que explicaría el inicio de la siguiente película.
Es notable el trabajo de efectos especiales y es un gran logro la técnica de captura de movimientos a cargo del actor Andy Serkis, quien dota de vida y una siniestra personalidad a César, el chimpancé que marcará la irrupción de una nueva raza inteligente. El resto de los intérpretes están a nivel de la historia (a excepción de Freida Pinto quien parece estar de más), aunque la interpretación John Lightow, en el papel del anciano padre enfermo de Alzheimer, merece mención especial.
El planeta de los simios: (R)evolución parece ser consiente de sus limitaciones, sabe que la toma del Golden Gate (la película está ambientada en San Francisco) por una horda de primates como paso inicial para la conquista del planeta, no puede llegar nunca a competir con la imagen de la Estatua de la Libertad en una playa desierta. La cinta no pretende nada más allá de lo que puede ofrecer: es simplemente un producto comercial de calidad. Aunque de paso demuestra que con mucho dinero y tecnología no necesariamente se deben hacer malas películas en Hollywood.