Advertencia: contiene spoilers.
A una semana de que termine de emitirse Game of Thrones, la serie de HBO creada por los gringos Daniel Brett Weiss y David Benioff, a partir de las novelas del también estadounidense George Raymond Richard Martin, Daenerys Targaryen es uno de los personajes que más discusiones ha provocado, sugerida combinación de Cleopatra, Juana de Arco y Genghis Khan.
Uno de los puntos que más se han discutido es si Daenerys es consecuente o no. El gran enojo que ha provocado su última decisión, que es no perdonar a la población de King’s Landing (donde habita Cersei Lannister, la mayor rival del universo GOT) y quemar la ciudad, matando soldados, inocentes y todo lo que su último dragón pudo encontrarse.
La piedad que le pedían todos, incluyendo espectadores, no llegó. La mayoría han concluido que «enloqueció». La última gran decisión de Daenerys (después de haber quemado, liberado, vuelto a matar y vuelto a liberar) fue la de la destrucción total, la de infundir el miedo, la de castigar a quienes aún no erraban. Conquistando a sangre y fuego, como lo había prometido. Sin embargo, parecía que había ido suavizándose. Y la pugna con Cersei avivó el fuego.
Cuando tuvo la decisión en sus manos, Daenerys decidió, ser temida que amada. La reina que en su tierra que no era su tierra, sí era amada, vino a la tierra que sí era su tierra, a ser odiada. No soy de aquí ni soy de allá, diría Facundo Cabral.
El amor que Daenerys vino cosechando se fue, lentamente, deshojando. Sus principios eran claros: liberar a los esclavos. Hacer el bien. Reclamar lo justo. Esa fue su campaña, desde que tomó el poder cuando murió su primer marido, Khal Drogo. Dejar de ser Khaleesi para ser Reina. Dejar de ser, digamos, Reina de Alejandría para ser Reina de Europa. Por herencia, por destino, por capricho.
En la serie, la afección y la justicia de Daenerys son heredadas. Reclama lo que es suyo, por herencia, por pertenencia, por linaje. Aunque Jorah le advierte que su padre lo hizo no por derecho, sino porque pudo. Sin embargo, cuando ella crece y se entera que en realidad es su nuevo amante, Jon Snow, el verdadero heredero, ella no puede dar marcha atrás. Porque la obsesión ha crecido y se ha enraizado en ella. Y entonces los valores se olvidan.
Entonces Daenerys ya no quiere gobernar por justicia, por herencia, por destino. Quiere gobernar por capricho, por odio, por placer. En un universo sin democracia, sin elecciones. Prefiere ir por el resto y cruzar la línea sin retorno, antes que parecer una débil. No podría ser alguien más, si recordamos que vio a su propio hermano ser asesinado por su marido. Ya no era la sangre lo que movía sus intereses y motivos: era saberse poderosa y capaz de llegar a más.
Silenciosa, fue sembrando esa necesidad de ser la suprema. ¿Por qué infundir miedo?, nos hemos preguntado. Porque nadie más iba a amarla. Porque aprendió a gobernar en el Este y, dijera la canción de Caifanes, aquí (en el Oeste) no es así. Daenerys, como una posible metáfora de los gringos o de otros imperios, busca la imposición de un nuevo orden. Quemar para volver a empezar.
Otrora, Daenerys había destruido cuando se veía perdida. Ahora destruyó cuando se supo ganadora. Como Nagasaki después de Hiroshima. ¿Qué sucedió en ella? ¿Vino el espíritu de su padre, el Rey Loco, a poseerla? ¿Qué desesperación la condujo a esto? Tal vez la desesperación de no ser amada, o de que el amor de un solo hombre no sería suficiente. O de haberse resignado, como ella dijo, a no ser amada por el pueblo. Y haberse resignado a no luchar por conseguirlo.
En el capítulo XVII de El príncipe, Nicolás Maquiavelo sugiere que debe preguntarse si «…vale más ser amado que temido, o temido que amado. Nada mejor que ser ambas cosas a la vez; pero puesto que es difícil reunirlas y que siempre ha de faltar una, declaro que es más seguro ser temido que amado. Porque de la generalidad de los hombres se puede decir esto: que son ingratos, volubles, simuladores, cobardes ante el peligro y ávidos de lucro. Mientras les haces bien, son completamente tuyos: te ofrecen su sangre, sus bienes, su vida y sus hijos, pues -como antes expliqué- ninguna necesidad tienes de ello; pero cuando la necesidad se presenta se rebelan. Y el príncipe que ha descansado por entero en su palabra va a la ruina al no haber tomado otras providencias; porque las amistades que se adquieren con el dinero y no con !a altura y nobleza de alma son amistades merecidas, pero de las cuales no se dispone, y llegada la oportunidad no se las puede utilizar. Y los hombres tienen menos cuidado en ofender a uno que se haga amar que a uno que se haga temer; porque el amor es un vínculo de gratitud que los hombres, perversos por naturaleza, rompen cada vez que pueden beneficiarse; pero el temor es miedo al castigo que no se pierde nunca».
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