“Me convertí en el único perro viejo de la redacción, un muerto viviente, un apestado cuya antigüedad debía ser cortada de tajo antes de que generara una liquidación más alta”, advierte el protagonista de Dispárenme como a Blancornelas, cuento que da título al más reciente libro de Daniel Salinas Basave, periodista y escritor radicado en Tijuana que más que glorificar a dichos oficios los desnuda, exhibe sus flaquezas, sus delirios y sus sueños quebrados.
Contactado vía telefónica, Salinas nos revela que la literatura siempre lo ha acompañado, pero antes de dedicarse a ella se le atravesó el periodismo, “ese quijotesco negocio”.
En el libro editado por Nitro-Press deambulan reporteros con sed de sangre, políticos analfabetas, escritoras de grandes ligas, promotores frustrados y asesinas en potencia. Resulta refrescante un retrato tan honesto, alejado de los lugares comunes de dos actividades que suelen ser elevadas a las esferas heroicas e incuestionables. Con un hilo de humor corrosivo, las seis historias que aquí se cuentan también tienen dejos de tristeza, de gente que se sueña en la cumbre y despierta en el fango.
¿Cuánto hay de autobiográfico en este libro?, le preguntamos a Daniel.
-Es como una zona de turbulencias por un umbral que patina entre periodismo y literatura. Son cuentos, son ficciones, pero todas ellas están basadas en anécdotas de la realidad.
Y entonces arrancamos con la charla.
¿Qué llegó primero a tu vida: el periodismo o la literatura?
Exactamente hace 20 años estaba como la mayoría de escritores de mi generación, la de los nacidos en los 70: acudiendo a talleres literarios, publicando mis primeros textos en revistas y periódicos… era un joven aspirante a escritor, pero en 1996 se me atravesó el periodismo y fue como descubrir una droga dura. El periodismo me mantuvo en una adrenalina total durante década y media. Curiosamente estudié derecho, tengo mi cédula y todo, pero mientras estudiaba también tenía un programa de rock en la radio y colaboraba en una revista, estaba más enfocado en la comunicación. Así que cuando egresé de la facultad tenía más contactos y más posibilidades de encontrar trabajo en el periodismo. Mi primer trabajo fue en El Norte de Monterrey y ahí descubrí lo que es ser reportero: es un oficio muy desgastante, que te chupa, es adictivo, te gusta mucho y no lo puedes dejar. Después fundé un periódico en Tijuana, me tocaron coberturas muy fuertes, como la de las Torres Gemelas en 2001. En esos 15 años fui solo periodista, estaba alejado de la literatura, y aunque a veces intentaba escribir cosas estuve fuera de todo ese mundo, fuera de las becas, me perdí el Jóvenes Creadores, el Tierra Adentro, etc. Hasta que me retiré o me retiraron del periodismo me di cuenta que la literatura seguía estando ahí, así que me puse a trabajar mucho, en los últimos dos años se me alinearon los astros con seis premios, lo que me ha permitido apostarle de tiempo completo a escribir sin preocuparme por otra cosa.
¿Consideras que a los periodistas, en general, les hace falta acercarse más a la literatura?
Hay excelentes reporteros, sabuesos con un excelente olfato que no necesariamente tienen filias literarias y creo que no todos las necesitan, pero sí creo que leer literatura te hace un mejor periodista; empezando por el sistema educativo, que está preparando profesionistas deficientes, pues un maestro de periodismo no se puede dar el lujo de hacer un mal uso del idioma, eso es imperdonable, y sin embargo lo vemos todo el tiempo. El periodista promedio que sale de las escuelas tiene un muy mal manejo del idioma y eso es atribuible a un sistema muy laxo en cuestión de gramática. Pero también es cultura general, como periodista no puedes considerarte ajeno a la literatura, no te estorba leer a los clásicos, leer a los grandes maestros de la crónica, gente como Vicente Leñero, Federico Campbell, o actuales como Leyda Guerriero y Martín Caparrós, quienes están haciendo un magnífico trabajo y le están dando un vuelco al periodismo narrativo.
¿Los periódicos están dejando morir al género de la crónica?
Esa es la madre de todas las batallas. Yo tengo un libro de ensayos llamado Réquiem por Gutenberg, donde planteo que los periodistas estamos en un río revuelto donde no sabemos qué pescador va a ganar, estamos en una zona de turbulencia muy complicada. Los que nacimos en los 70 nos formamos en el viejo estilo, tomando clases de mecanografía, sin teléfonos celulares, imprimiendo las notas y con un Internet muy distinto al de ahora. Las reglas del juego eran otras, apenas han pasado 15 años pero parece que hablamos de la prehistoria. Hoy estamos en el juego de las redes sociales, donde hay un deseo exacerbado por ganar la nota, donde todos quieren decirlo primero aunque no sea relevante o no sea verdad, como si solo eso importara en el periodismo. Es una guerra enfermiza por ganar likes que no tiene límites, que incluso lleva a volarse notas con tal de tenerlas rápido en un portal y en las redes sociales. Desgraciadamente pocos apuestan por un trabajo de profundidad, un periodismo narrativo que no tenga prisa pero que se concentra en contarte una historia.
En uno de tus cuentos narras de forma jocosa cómo los políticos pueden ignorar la literatura, pero se cuelgan de ella si acaso les conviene…
Eso pasa todo el tiempo, al menos en la Feria del Libro de Tijuana. De pronto un alcalde se entera que viene un escritor famoso o una escritora guapa y su asesor le aconseja que tiene que estar ahí, aunque jamás haya leído a ese autor, ni haya leído nada nunca. El 90 por ciento de los políticos son brutalmente incultos, pero a mí me llama la atención que al menos en Tijuana los políticos de cualquier partido siempre le quieren sacar provecho a la feria del libro, quieren que los vean leyendo, se toman fotos con escritores, y dicen que apoyan a la cultura. Ojala fuera genuino e invirtieran en los libros, pero en Baja California las bibliotecas son una ruina.
Y por otra parte, Península Jano me parece un cuento tristísimo: dos personas que naufragan en una isla llamada literatura o promoción cultural.
Efectivamente es un cuento muy raro y muy triste, una historia que tiene que ver con dar el salto del periodismo a la literatura; en lo personal yo lo sentí como que estaba brincando de un avión al vacío pero sin paracaídas. El cuento también es un homenaje a Federico Campbell porque fue él quien me aconsejó tener que dejar algún día el oficio de reportero, pues si cumples más de 40 años de edad y sigues como reportero lo más probable es que ya no salgas de ahí. Cuando Campbell sale de Proceso en 1987 siente ese vacío y escribe Transpeninsular, la historia de Fernando Jordán, que tiene ese mismo miedo de saltar al vacío. Cuando brincas al otro mundo te enfrentas a cosas como presentaciones de libros con vino de garrafa mala pero sin libros; me ha pasado que me pagan el vuelo para presentar mi libro pero éste nunca llega, porque no alcanzaron a llevarlo. El retrato del personaje de este cuento es muy triste, quizá no soy yo, pero estuve muy cerca de serlo.
En Muerte accidental de un pasquinero retratas al viejo periodista que vive de sus glorias pasadas, pero que ahora es un tipo anacrónico y resentido…
A mí siempre me ha llamado mucho la atención esa figura que es entre triste, nostálgica y picaresca, se me hace un personaje como El Buscón de Quevedo, porque en todos lados lo he visto: son reporteros viejos que en algún momento de su vida, en épocas de Echeverría o López Portillo, estuvieron muy bien parados, fueron leídos o tenían la vara alta con algún gobernador. Pero se quedaron con una escuela anacrónica, donde el periodismo iba en matrimonio con los políticos, así que en pleno siglo XXI los ves imprimiendo un pasquín que es tan frágil como si se tratara de una piedra de carbón, es gente que en el fondo tiene una terrible sed de grandeza, como sucede con muchos reporteros, porque el ego es lo que mueve a este quijotesco negocio, pero a la vez es una figura nostálgica, como la de un viejo detective derrotado, creo que son una especie en extinción. No sé cómo vayamos a ser en el futuro quienes vivimos el cambio a la era digital, tal vez nos pase lo mismo, porque las escuelas van cambiando. El personaje que trazo en el cuento retrata a este tipo de periodistas que además son alcohólicos a nivel del teporocho, se van a las cantinas a recordar sus buenos tiempos, se alimentan de la nostalgia, fuman mucho y en sus carros traen un montón de pases de prensa muy viejos, el pase de prensa para ir al informe de un gobernador hace 30 años. ¿Para qué lo siguen conservando en el vidrio del coche? ¡No lo sé!, pero siguen yendo a los desayunos de los políticos viejos a tomar café, a fumar mucho y a tratar de arreglar el mundo.
El cuento que le da título al libro es tan hilarante como real…
El personaje de este cuento está calcado de la realidad, existe y sigue trabajando, es un fotógrafo que en realidad se llama Jesús Bustamante; una reencarnación de Chalino Sánchez que se la pasa cantando narco-corridos mientras toma fotos a los muertos. El personaje es real, pero el cuento es una sátira al deseo de gloria que se da sobre todo con los narco best sellers, con la necesidad de trascender con un libro escandaloso, con un reportaje revelador. Cuando vas a cualquier Sanborns sus libros más vendidos son de este corte, tipo “Las amantes del Chapo Guzmán”, “La revelación de una fuga” o “Los narco nexos de los Zetas”, libros de relumbrón que por lo regular no pasan de un verano, libros desechables. Hay una sed de heroísmo en muchos reporteros que están metidos en la investigación del narco, y saben que su pasaporte a la gloria podría ser que sufran un atentado y sobrevivir. Librar un atentado por lo regular te cambia la vida y sobre todo te cambia la popularidad.
En La reina de los cielos en Maclovio Herrera hay una completa burla a lo que no se ve en un festival literario…
Quise hacer una especie de sátira y homenaje a la novela negra escandinava, pues en esos thrillers matan a una persona en un libro de 400 páginas y todo Suecia se voltea. Entonces me imagino qué pasaría si de pronto uno de esos escritores, una Camilla Läckberg, viene a Ciudad Juárez y se toparan con una jornada de 100 muertos. Pero hay una parte biográfica, pues en algún momento de mi vida me tocó ser una especie de guía de turistas para periodistas extranjeros que venían a Tijuana a hacer reportajes de la inseguridad y te contrataban para que los pasearas por las zonas más peligrosas, para que los llevaras con los muertos; querían saber el día a día de un reportero de policiacas.
Otro sueño guajiro que planteas es el del periodista que está ahí, justo cuando alguien comete un magnicidio…
A mí me tocó hacer la cobertura del Foro de Cooperación Asia Pacífico en Los Cabos en 2002, cuando estaba la Guerra contra Irak, y ahí estaba George Bush, así que todo estaba tomado por el Servicio Secreto, con helicópteros y barcos de guerra, era una cosa impresionante, un ambiente muy tenso. En ese momento me empecé a imaginar qué pasaría si algún asesino solitario matara a George Bush, eso sería como la nota de mi vida.
Y sin embargo, cuando algo así sucede, ¡el periodista se va de shopping!
Cita con la historia relata algo que efectivamente les ocurrió a muchos de los corresponsales que cubrían la campaña de Luis Donaldo Colosio. Es típico que esta clase de personajes, sobre todo los más cancheros, los que vienen con giras presidenciales o de candidaturas presidenciales, lo primero que hacen cuando vienen a la frontera es cruzarse a los Estados Unidos para irse de shopping. Y muchos colegas en efecto perdieron su trabajo por no estar en Tijuana aquel 23 de marzo de 1994.
Dispárenme como a Blancornelas está disponible en librerías como Fondo de Cultura Económica, Educal, Gandhi, El Sótano, Gonvill y en el sitio digital de Nitro-Press. Si no les gusta, Mauricio Bares les regresa su dinero.