Un sabor amargo es lo que han dejado los debates entre los candidatos a la gubernatura por Michoacán, sin propuestas concretas, sin coherencia si quiera, pero haciendo lo propio para dar espectáculo…aunque sea uno muy malo.
Desde la semana pasada mi vecino se puso de acuerdo con sus amigos para ver la pelea, incluso el domingo me preguntó mi opinión sobre si era mejor irse a un bar a verla y que cada quien pagara su cuenta u organizar algo en su casa y cooperarse entre todos, a lo que yo, lacónico como siempre que hablo con él, le respondí “no sé”.
Mi vecino descifró mi mensaje y se puso a llamar a sus amigos, convocándolos para el miércoles 20, en su casa, reunirse a ver la pelea del año, para lo cual compró botanas, algunas botellas, refrescos y no sé cuántas cervezas Autóctono. Yo no pude asistir, estaba trabajando, pero mi vecino, a la mañana siguiente, mientras sacaba la basura producto de la sesión, me contó los mejores momentos, y como yo la escuché por la radio, puedo armar el rompecabezas para saber cómo se vivió la pelea del año, al estilo de la jaula de la AAA pero con forma de debate entre aspirantes a la gubernatura de Michoacán.
El réferi, en un intento de dar un buen espectáculo, hizo preguntas a los contendientes, las cuales fueron pasadas por el Arco del Triunfo en su gran mayoría pues los peleadores ya tenían, cada uno, sus estrategias, cartas fuertes, polvos pica-pica, documentos y fotografías parta hacer de esta una función memorable.
El perredista nativo de Carácuaro pero forjado en el Oriente michoacano, como en caballo de hacienda, subió al hexadrilátero apelando a la buena voluntad de sus compañeritos y al respaldo de la sociedad pero, como dice el dicho, si todos son maistros no hay quién dé mezcla, y fue justo lo que pasó: nadie quiso quedarse abajo y arremetieron contra él con lo que tenían a la mano: butacas, escaleras, garrotes, fotografías, documentos y acusaciones, poco faltó para que desde el vestidor llegara El Huchepo Vengador, ese completísimo hijo de su chingada madre que ha vuelto a YouTube una experiencia sumamente irritante; por fortuna no ha invadido Spotify. Al final, molesto y desesperado, también soltó algunos golpes, y es que el bullying estaba grueso.
Al oriundo de Zitácuaro, amante de los coches bonitos y, según sus seguidores, con mucho “corachón”, aunque de vez en cuando soltaba alguna cachetada guajolotera, se le vio más enfocado en mantener su personaje. Recordemos al Hijo del Perro Aguayo, que siempre fue pésimo luchador pero nunca se salió de su papel de rudo. Así, memorizó todos y cada uno de sus eslóganes, los libretos de sus spots en radio y televisión y con frases hechas y repetidas ad nauseam, siempre apegado a un guión, lució más como el poste de una esquina que como peleador. Hizo lo básico y su papel en eso quedó: en algo muy básico.
En Contrabando y traición dicen Los Tigres del Norte que “una hembra, si quiere a un hombre, / por él puede dar la vida, / pero hay que tener cuidado / si esta hembra se siente herida”, y tal pareció haber sido el caso de la que quiere ser mamá de todos los michoacanos (dirían en mi pueblo “oye a güevos”), pues en el ambiente se respiraban las hormonas, esa dicotomía amor-odio, como Luisita María, la niña de primero de secundaria que le hace calzón chino a su compañero y él le jala la trenza y aparentemente se odian pero al llegar a segundo ya serán novios. De entrada, la señora había anunciado que iba con todo, por eso no fue raro verla llegar al recinto cargando un balde lleno de mierda para tirársela a su contrincante favorito, con alguna que otra salpicadura al cacique zitacuarense. “Hay evidencias de que Silvano la tiene chiquita, le huele la boca, le apestan las patas y cuando estaba en la prepa quedó a deber unos envases de caguama. Estúpido y sexy Silvano”, tal era el mensaje entre líneas de esta aguerrida señora.
Así como en Los Pitufos está Gruñón, en South Park está Cartman y en Odisea Burbujas estaba El Ecoloco, en esta pelea estuvo Manuel Antúnez, quien prácticamente se dedicó a mandar a la goma a todos los demás, a pelearse con todos, denostarlos, un Grinch político que critica a los partidos tradicionales y pertenece a un partido que ha hecho alianzas con los tradicionales. Habría que preguntarle qué tiene de novedoso el instituto político al que él representa, porque se pone muy rudo pero tiene un pasado técnico. Esto a pesar de la guapachosamente chaira cancioncita de sus comerciales.
La representante de Andrés Manuel López Obrador estuvo muy desconcentrada durante el encuentro, tanto así que si en la primera lucha conquistó algunas simpatías, para esta última las perdió pues se vio opaca, casi transparente, sin pena ni gloria. No dio golpes certeros y nadie se molestó en asestarle alguno.
El semblante de don Gerardo era de tal desconcierto, que mientras improvisaba su speech con cosas como la educación y la legalidad, su cara parecía decir: ¿qué hago aquí?, bueno, sirve que mientras se acaba Cuna de lobos para ver a Jacobo en 24 Horas” (si no me entiendes pregúntale a tu mamá).
Así, mientras en unas esquinas del hexadrilátero parecía no haber rastros de vida inteligente, en otras el lodo y el estiércol estaban de a peso (también sin muchos rastros de vida inteligente) y eso dio un espectáculo luchístico que causaría diarrea a El Cavernario Galindo y es que, a pesar de las cachetadas guajoloteras y las patadas voladoras, no hubo lucha a ras de lona, no hubo llaves ni contrallaves, sólo una escatológica tanda de señalamientos, hasta parecía lucha gringa.
Y entonces el vecino, meditabundo, se puso a decir como quien piensa en voz alta: si es que con campañas negras y guerras sucias alguien gana algo, si es que con señalamientos sin denuncia formal alguien gana de alguna forma, si con un debate que más bien parece un mala función de lucha libre alguien gana, ¿quién ganó?, ¿alguno de ellos?, ¿los michoacanos?, ¿quién ganó? Nunca vi al vecino tan serio y consternado, me sentí inspirado, así que con toda una carga emocional y toda mi conciencia política y de clase, pero sin poder quitarme el laconismo de siempre, sólo pude contestar “no sé”.