La música infantil parece estar dominada por un inverosímil dinosaurio púrpura, una ex símbolo sexual ochentera y una horda de cantantillos llenos de acné. Y en medio de ellos, canciones del «movimiento alterado» o rolas de reggeaton; todo, llegando a los oídos de los niños.
Por Jorge A. Amaral
El otro día escuché a mi sobrina que, totalmente ajena a lo que le rodeaba, cantaba una de esas madres del movimiento alterado, después escuché a otra de mis sobrinas cantar, sumamente entusiasmada, una cosa como “ese vatillo con el que andas es el gato del gato del gato del gato y yo soy el patón” (tiene tres años), y mientras mi hija asea su recámara escuchando rondas infantiles, me pregunto qué oyen los niños de ahora.
Para los que tenemos más de 30 años, la música infantil, hay que decirlo con toda sinceridad, corría a cargo del payaso de Cepillín, ese pinche vato al que nunca le creí nada porque en las entrevistas usaba su voz normal y en las canciones se escuchaba como quien sopla una hoja para silbar. También, ya desde los 60, teníamos a Topo Gigio, la encantadora marioneta roedora que todas las noches nos mandaba a la camita; Quico, la creación de Chespirito que nos contaba la historia de cuando en una noche de luna, de abajo de la cama, salió el diablito rojo tocando la guitarra bla, bla, bla. Pero también musicalizó nuestra infancia el imprescindible y multigeneracional Gabilondo Soler.
Cri-Cri exploró un sinfín de ritmos con una gama de personajes, desde los más encantadores, como el negrito bailarín, hasta una muñeca que, además de fea, era emo. Y es que Gabilondo Soler tenía para todos los gustos y para cualquier proyección. Los amantes del terror tenían “Las brujas”, esa que siempre le pedí (los morelianos me entenderán) al Abuelito Tito y que nunca me puso; para quienes vivían en una familia disfuncional estaba “La patita”, metáfora de la mujer que tiene una tropa de hijos pero un marido que no trabaja, es bebedor y en una de esas hasta le da sus cachetadas (otro capítulo de Mujer, casos de la vida real); para fantasear, “El rey de chocolate”, soberano de un reino delicioso donde la mala nota la da La Princesa Caramelo, que no quiere con él por feo; con fines más didácticos, Cri-Cri nos legó “La marcha de las vocales”, y qué decir de “El ratón vaquero”, tan socorrida en los festivales escolares donde al chaparrito del salón se le viste de cowboy y se le pintan negros bigotes de roedor para que interprete al personaje que habla inglés y se resiste a estar en la ratonera. En fin, son tantas las canciones del multiinstrumentista Francisco Gabilondo Soler y tan variadas, que no terminaríamos de mencionarlas todas, además de que sería ocioso y hasta monótono.
Pero de unos años para acá, la música infantiloide, muy distinta de la infantil, ha plagado de letras insulsas y ritmos simples el universo musical de los niños mexicanos. Un inverosímil y bobalicón dinosaurio púrpura, una ex símbolo sexual adolescente ochentera autoproclamada como La Reina de los Niños y una horda de cantantillos llenos de acné que se niegan a admitir que ya tienen vello púbico, que ya no son niños. Lo anterior sin contar que muchos padres de familia permiten que sus hijos escuchen lo que sea con tal de que haga ruido, muchas veces sin reparar en el contenido, y ya no digamos que sea bueno, sino que no ponen cuidado en las obscenidades que sus vástagos oyen, por eso tenemos niños que escuchan narcocorridos o reggaeton y niñas que incluso ya le agarraron la onda al perreo.
Hace tiempo, recuerdo bien, en una reunión familiar tuve el descaro de poner “Gimme tha power”, de Molotov, y de inmediato las reprimendas por parte de mis suegros no se hicieron esperar porque ahí estaba mi hija, jugando con mi sobrina, la que canta movimiento alterado. Cierto, esa canción dice palabras altisonantes, pero en realidad prefiero que mi hija escuche un “¡viva México cabrones!” en una canción que historias de degollados y ejecuciones, claro que lo ideal es que no escuche ninguna de las dos cosas, ya crecerá y escuchará sus propias groserías.
Ya para concluir, diferenciaba entre música infantil e infantiloide porque entre ambas hay un abismo, y es que mientras Tatiana y Barney son la única música que muchos niños escuchan, hay gente como Los Patita de Perro, Elba Rodríguez o Luis Pescetti haciendo cosas de verdad extraordinarias en la música infantil, y es que estos músicos no tratan al niño como retrasado mental, lo tratan como el ser inteligente que es pero hablándole en su idioma y manteniendo a salvo lo más sagrado y hermoso que los niños tienen: su inocencia. Salud por ellos.