Después de la algarabía de las campañas, de los hechos que quedan para el anecdotario, de los discursos a veces huecos y a veces incendiarios pero casi nunca convincentes de los diferentes candidatos, podemos hacer un balance en el que ningún partido saldrá bien librado.
El actual proceso electoral se ha caracterizado por estar lleno de chismes, golpes bajos, campañas negras, acusaciones, señalamientos, publicidad que raya en lo idiota, spots que quedan para una antología del oprobio, dispendio de recursos y, sobre todo, la escasa credibilidad de los actores políticos.
Estas campañas vimos que a todos los candidatos a la gubernatura del estado les dio por caminar por el Acueducto moreliano para demostrarnos lo cercanos que están a los electores, pero en ningún spot vi al candidato caminar por Ciudad Jardín o por las colonias irregulares del Cerro del Punhuato, aun cuando en más de alguna hubo ofrecimientos del PRI y del PRD para regularizarlas a cambio de votos.
Llegó a tal grado el despliegue de recursos humanos y económicos, que en mi casa tuve que poner una calcomanía con el hashtag #ClaroQueSí para que los panistas que a diario andan por el fraccionamiento no llamaran a mi puerta; ahí la puse, a un lado de la que dice que “este hogar es católico, favor de no mamar” que pegó mi esposa para ahuyentar a los testigos de Jehová que cada sábado, desde las 08:00 de la mañana, andan trabajando.
Los helicópteros de Silvano y Brenda Landa, las propiedades de Chon y las vicisitudes del actual periodo de gobierno estatal, la Cocoa y su enfiestado hermano, la oriunda de Guerrero que viene a iluminarnos con la palabra de AMLO, el que le agarró –eso dicen– un seno a una reportera y no hizo más que pelearse con todos los candidatos porque el suyo no es un partido tradicional, sin olvidar al señor que nunca supo dónde estaba parado.
De ese calibre fueron los candidatos, de ese nivel fueron las campañas con las que cada aspirante pretendió convencernos no de que él o ella son la mejor opción, sino de que los demás son peores. Básicamente, parafraseando al ratosaurio Baltasar Gaona[1], el mensaje fue “todos ‘semos’ corruptos”, pero como “ni los dedos de la mano son parejos”[2], podemos escoger entre el malo, el más malo, el peor y el menos “pior”.
Lo anterior da sustento a los argumentos de los anulistas, pero ahí entra la parte que nosotros, como electores, hacemos: cada partido tiene una línea de trabajo (ya no podemos hablar de ideologías), sabemos que cada uno tiene una postura en cuanto a los matrimonios entre personas del mismo sexo, la adopción de niños por parte de estas parejas, el aborto bajo determinadas circunstancias como un derecho de la mujer a elegir sobre su propio cuerpo, las políticas de protección a los animales más allá o únicamente basándose en las payasadas antitaurinas, determinada política en materia de educación sobre todo en la forma en que se ha de tratar al magisterio y a los normalistas, una política agraria y económica. En fin, hay de todo como en botica, y entonces, hemos de poner de un lado aquello que nos interesa que se lleve a cabo y con qué enfoque y contrastarlo no sólo con lo dicho por tal o cual candidato (la mayoría no dijo gran cosa), sino mirando hacia su partido, entonces podremos determinar por dónde se encaminaría el gobierno de cada candidato en caso de ganar, lo que le servirá para valorar a favor de quién hemos de emitir el sacrosanto sufragio.
Ahora supongamos que somos bien chairos y que Tiri vive, Ayotzi vive, Zapata vive y toda esa arenga. Supongámoslo, no es tan difícil, y entonces decidimos no votar para castigar a los políticos. “¡No mames cabrón!, ¡no mames cabrón!, ¡Juanito de las Pitas no votó!, ¡no mames cabrón, me siento castigado por la ciudadanía!”, sería tal vez la reacción de Lorenzo Córdova. Sin embargo, mientras usted anula su voto o de plano no acude a la casilla, los movilizadores del PRI (el partido más odiado de México pero con mejor estructura, hay que admitirlo) operan a sus anchas mediante el acarreo de gente, el mapacheo, el ratón loco, el carrusel, el tamal y demás argucias patentadas por ellos mismos para ganar elecciones.
En esa bacanal que fueron las campañas se dejaron ver todos los pecados capitales: envidia hacia quienes traen más presupuesto y por ello los señalan, incluso si siempre fueron ricos (Movimiento Ciudadano); ira hacia los contrincantes al arremeter contra ellos sin proponer nada (PAN), gula de poder y mantener posiciones (PRD), soberbia al creer que no necesitan aliarse con nadie (Morena), avaricia de quienes siempre quieren incrementar más sus bienes, recordando frases como “mientras más obras, más sobra” o “un político pobre es un pobre político” (PRI).
Pero el más grave de todos y del que hay que cuidarnos es la pereza social, dado que es tan malo conformarse con una despensa como darle la espalda a un proceso para no comprometerse, y peor aún, y este es el riesgo, la lujuria, que se manifiesta cuando, por no razonar el voto, anularlo u omitirlo, la sociedad decide por pendejos y cuatreros y nos dan tales cogidones que escandalizarían hasta a los habitantes de Sodoma y Gomorra.
Así que estos días, que son de guardar, reflexionemos, hagamos examen de conciencia, evaluémoslos a ellos y razonemos por quién votar en función del partido o candidato que más se acerque a lo que esperamos de un gobierno. Si no es así también tenemos derecho a no votar, pero que ningún sector, por revolucionario que se asuma, se lo impida, pues eso es un delito y ha de pagarse con la respectiva sanción. Miremos hacia ambos lados y piense dónde le gustaría estar.
[1] Tres veces alcalde de Tarímbaro, ex diputado y actual candidato a la alcaldía del mismo municipio, pero como en el PRD nadie lo quiere, se fue al PT.
[2] Citando ahora a otro prócer michoacano, aquel humilde maestro rural que tomó las armas para protegernos pero cuyo gusto nocturno por los hot dogs lo traicionó.