La verdad no sé por qué Raúl Mejía me invitó a presentar este Coloquio de circunstancias con Gaspar Aguilera, pero lo que menos me puedo explicar es por qué acepté venir… seguramente era la última persona, y no digo escritor, porque el título me queda grande, que tenía que venir a decirle sus verdades a Gaspar. Pero me encantan las bombas de tiempo literarias y me dio curiosidad saber con qué me iba a encontrar con la lectura.
De lo primero que me di cuenta, cuando terminé de leer la página legal del libro es que había una lista de escritores destacados (¿Posibles relevos de Gaspar?) de todas las generaciones: de mayor a menor y de menor a mayor… hasta un escritor muerto estaba ahí en la lista, pero con la magia de la literatura este escritor se levantaba de la tumba y volvía a hablar y opinar bien de Gaspar. Confieso que inicié la lectura, como no queriendo la cosa, y cuando vine a ver, la había terminado. La primera sensación que tuve, fue de saber quién realmente era yo: un escritor fantasma. Ni por equivocación, ninguno de los escritores entrevistados me mencionaba, ni como escritor ni como trabajador de la Secum. Todos coincidían en la misma lista de narradores, poetas y hasta un crítico literario, que le dan brillo a la literatura michoacana, y me dije, güey, a ti no te citan porque eres chiapaneco y el libro está dedicado a Gaspar.
Conocí a Gaspar Aguilera, antes le decía Maestro, por el 96 del siglo pasado, gracias a que me lo presentó mi amigo Larios, que para entonces era mi maestro en el taller de literatura de la Casa de la Cultura. Nos invitaron a una fiesta y fuimos. El reventón era en una hacienda de Atapaneo y ahí estaba Gaspar. Para que quede remarcado, Larios me dijo, ahí está Gaspar. Y sí, estaba sentado en una silla y parecía un rey midas. De antemano, las malas y las buenas lenguas, me habían contado que Gaspar era el mejor escritor michoacano, que tenía una beca del Sistema Nacional de Creadores y que conocía a todos los escritores importantes de México. Que era una vaca sagrada, pues. También agregaron que era el jefe del departamento de literatura del Instituto Michoacano de Cultura. Después de tomarme tres tequilas me animé a presentarme y a pedirle un favor: que me publicara mi primer libro de cuentos. No tuve que arrastrarme ni rogarle ni servirle de alfombra roja. No sé si fue por mi atrevimiento o porque le caí bien o porque le dije que no se iba a arrepentir de ser mi primer editor, porque al año siguiente salió mi libro. Y quedé agradecido con el Maestro, por ese entonces en mi casa nadie creía que fuera escritor y tengo la sensación de que todavía no me creen… pero ese libro publicado, a mí me hizo creérmela. Por cierto, en alguna parte del Coloquio de circunstancias, leí que en esas fiestas se quemaban los engargolados que le entregaban a Gaspar para su dictamen y esa noche yo no vi que quemaran un original. Después de la primera lectura de este Coloquio de circunstancias, que leí con morbo, porque como dice Raúl Mejía, con ese humor negro que se carga, aquí está todo sobre Gaspar y hasta lo que nadie se atrevía a preguntar: su lugar de origen, su infancia, el accidente que para mí era todo un misterio. Y sus mujeres, que se me hicieron pocas para la fama que tiene Gaspar del Pedro Infante de la poesía.
Tres chamacas se me hicieron pocas y la actual. Después pasé a la segunda lectura para detenerme otra vez en las entrevistas y tratar de esclarecerme el porqué de esa pregunta que siempre ha atormentado a Raúl: ¿Por qué chingaos, Gaspar Aguilera es un referente en la Literatura Michoacana, desde hace treinta años? Traté de preguntármela en el estilo de Raúl Mejía. Las respuestas que encontré en el libro son muy diversas, pero muchas coinciden en lo mismo: es buen poeta, dicen todos, pero lo es, porque se aprovechó de los puestos para promocionarse, agregan.
Atendiendo a esta opinión, coincido en que los poemas de Gaspar son certeros, transparentes y en muchos de ellos logra atrapar lo que quisieran muchos: poesía. Gaspar se adueñó en su mayoría de los terrenos del erotismo y no lo soltó. Sólo para quitarse un poco el encasillamiento de empleado del amor, ha practicado el ensayo, la narrativa, pero no con la dedicación que le honra a la poesía. Es buen poeta, pero no creo que Gaspar se haya aprovechado de los puestos para serlo ni para promocionarse, porque ni las grandes editoriales, con toda su maquinaria promocional, hacen buenos escritores. Uno se encuentra de golpe con los libros de escritores de moda con el siguiente cintillo: el mejor escritor de su generación, toca las profundidades del alma, el mejor dotado de su generación, ni que hubieran visto al escritor en pelotas, y esos libros y esos escritores se caen cuando se acaba la promoción infla egos. Con los poemarios de Gaspar no pasa eso. Tuve que releerlos, ahora. Después de gozarlos, queda un buen sabor de boca, lo digo sin albur.
Creo que Gaspar tuvo la fortuna de conocer escritores importantes y caerles bien, y no los nombro porque es una lista larga. En este país hay más escritores que lectores. A muchos de ellos, Gaspar, gracias a los cargos que tuvo, los invitó a venir a Morelia a dar talleres, presentar libros y dar conferencias magistrales. Como retribución ellos le pagaron igual: también lo invitaron a encuentros y publicar libros. Aquí no sé si Gaspar ha dejado escuela, pero hay una entidad que en nuestros días es una mala imitación de las enseñanzas del poeta: La Semich. De esta asociación se han oído las peores barbaridades y las han dicho ex integrantes de la misma… Los jóvenes que la integran quieren que los mantenga el gobierno. Me das te doy. Me ayudas te ayudo. Me publicas buscamos la menara de publicarte… Me premias te premio. En Gaspar no ocurrió eso, si no Gaspar fuera Premio Aguascalientes. Creo que Gaspar hacía y hace las cosas de buena fe. Para dar algo de lo mucho que ha recibido. Creo que ningún escritor salva a la literatura, ni tampoco creo que haya un antes o después de un escritor. Los homenajes son buenos, los reconocimientos son buenos, porque es una manera de agradecerle al escritor por ayudarnos a conocernos, a buscar dentro de nosotros mismos esa parte en la que no habíamos reparado. Creo que un buen libro es para todos los tiempos. Para no salirme del corral, creo que José Rubén Romero sigue muy vivo en sus novelas. Xavier Vargas Pardo es de esos hallazgos que se agradecen.
A mi tocayo Ramón Martínez Ocaranza no lo han dejado morir para que renazca en sus libros. Ceballos Maldonado ilumina mi lado oscuro de la luna: esas perversiones que me persiguen hasta en los sueños. A ellos los considero mis maestros michoacanos, y no asistí a sus talleres ni bebí con ellos, pa acabar pronto, no los conocí… Aquí cito a mi mujer, ella también, sin proponérselo, es una de mis influencias literarias. Gaspar, ni nadie de los que estamos acá arriba, representamos a la literatura michoacana ni somos guías de los jóvenes y no hay que matar a nadie. A la que hay que asesinar es la autocomplacencia literaria. De Gaspar he aprendido a amar lo que hago, cuando escribo, aunque no le dedico el tiempo que quisiera. He tomado lo bueno. Y cuando digo que no hay que matar a nadie, es porque no hay que matar a nadie. La mala literatura nace muerta, aunque el escritor se desviva por mantenerla viva pasándose tanques de oxígeno de autopromoción en todos los encuentros de escritores y en el Facebook. Los buenos escritores se recuerdan por sus libros, sus cuentos, novelas o poemas, donde dejaron su sangre los mantienen vivos. Sólo me resta decirle a mi amigo Raúl que sin querer provocó y escribió uno de los mejores libros de ficción de este año… donde su personaje principal es Gaspar Aguilera, te recordarán Raúl, aunque tú no lo quieras, tu nombre unido a él. ¿Castigo o gloria? El tiempo lo dirá.
*Texto leído durante la presentación del libro Coloquio de Circunstancias, de Raúl Mejía, el 14 de junio en Morelia.