En México la polémica de la próxima entrega de los premios Oscar se ha centrado de manera desproporcionada en la película de Jacques Audiard, mientras que en otras regiones del globo las discusiones se han enfocado en el uso de la inteligencia artificial en el desempeño actoral. Desde hace años esta tecnología se ha usado para lograr los efectos visuales que requería una producción o simplemente para acelerar los procesos de edición.
Sin embargo, la implementación de la IA para apoyar la interpretación de actores y actrices, ha desatado un debate entre quienes minimizan su importancia y quienes consideran que no debería premiarse a nadie que haya usado estas herramientas para mejorar su desempeño. En fin, es parte de lo que sucede cuando pones a competir un grupo de películas que poco o nada tienen que ver entre sí. El caso es que la Academia está considerando seriamente que a partir del próximo año, las películas nominadas deben informar detalladamente cualquier uso de IA en ellas.
El brutalista (The brutalist, 2024), con diez nominaciones, es una de las envueltas en esta polémica. Su director, Brady Corbet, ha restado importancia al aporte de la IA en la interpretación de los actores. Afirma que solamente se usó para mejorar algunos aspectos de la pronunciación de los protagonistas, quienes debieron esforzarse al máximo para recitar sus diálogos en húngaro (que no son tantos como afirma el propio director).
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¿Y por qué en húngaro? Porque el personaje principal es László Tóth (Adrien Brody), un famoso arquitecto de ese país que ha emigrado, no sin ciertos contratiempos, a los Estados Unidos después de la Segunda Guerra Mundial. No es un tema menor, Tóth es judío y lo ha pasado muy mal en los campos de concentración después de haber sido separado de su esposa.
Corbet desmenuza concienzudamente la situación del migrante instruido, como el caso de Tóth. La euforia inicial, con esa imagen en contrapicado de la Estatua de la Libertad, da paso a la integración social que es casi una obligación si se quiere triunfar. Lo vemos en las primeras secuencias después del encuentro con su primo, ahora convertido en católico, casado con una rubia de la costa este y modificando su apellido para ocultar su herencia judía. O te integras o pernoctarás en albergues y palearás arena por el resto de tu vida.
El encuentro fortuito entre el arquitecto húngaro y el magnate racista Van Buren, genera una tensión que se mantiene a lo largo del metraje. La presión a la que se ve sometido, permite a Tóth, crear una obra estéticamente novedosa en un entorno conservador. Una obra monumental que supone ser un centro comunitario para las artes cuando en realidad estará destinado a funciones religiosas. Como se verá más adelante, el arquitecto combinará su trágico pasado Europeo con el rechazo capitalista cristiano para la concepción de este monumento al despilfarro y lo inhumano.
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La época en que sucede la historia no es casual. Después de una guerra terriblemente desgastante, la creciente necesidad de recursos obligó a los fabricantes y diseñadores a centrarse en lo esencial, a utilizar materiales más económicos y duraderos. Justamente una de las características del brutalismo, un movimiento arquitectónico de la posguerra en donde la estructura está por encima de la decoración, algo perfectamente entendible, ya que permitió acelerar la reconstrucción de las ciudades europeas.
Brady Corbet cierra la experiencia migrante de su protagonista con el reconocimiento. Después de años de sinsabores, de luchar por sacar adelante sus proyectos, Tóth es homenajeado en la última etapa de su vida, como ocurrió con tantos otros migrantes instruidos. Aunque es un personaje ficticio, László Tóth está claramente inspirado, como lo reconoce el propio cineasta, en el arquitecto húngaro Marcel Breuer, quien emigró a los Estados Unidos ante el ascenso del nacionalsocialismo y que se distinguiría posteriormente por el uso de líneas sencillas en construcciones donde abundaba el hormigón.
El pasado tumultuoso y el rechazo social se transforman en las fuerzas creadoras de El brutalista. Algo hay de venganza y sanación cuando se reconoce en la obra del arquitecto, aunque fuera décadas después, la reelaboración del concepto de un campo de concentración dentro de este grandilocuente mausoleo de la soberbia.