El cineasta iraní Abbas Kiarostami falleció este 4 de julio a los 76 años de edad, víctima de cáncer gastrointestinal. El ganador de la Palma de Oro en 1997 por El sabor de las cerezas pisó tierras mexicanas en 2012 como invitado de honor en el Festival Internacional de Cine de Morelia, donde se dio tiempo para platicar con el público y los medios de comunicación. Para recordar sus principales opiniones, les compartimos esta nota originalmente publicada por su autor en el suplemento Cortometraje del diario Provincia.
Abbas Kiarostami es un personaje detallista, limpio, hacedor de un cine que él mismo describe como minimalista, sobre todo desde que acogió con gusto al formato digital. Sus personajes son tan humanos que a veces no necesita actores profesionales, sino gente que se atreva a recordar lo más duro de su propia vida para construir una película cercana a los espectadores. Algunos de sus secretos filmográficos fueron compartidos la tarde de ayer en el teatro José Rubén Romero, una conversación que felizmente se extendió por casi dos horas para el beneplácito de quien deseaba tener de primera mano las reflexiones de quien fue reconocido con la Palma de Oro en 1997 gracias a su película El sabor de las cerezas.
Serio en su porte pero ingenioso con sus respuestas, poseedor de un fino humor que destila en cada momento, Abbas se asume como un pintor y poeta que encontró en el cine un punto ideal para estas pasiones estéticas. Debutó en 1987 con ¿Dónde está la casa de mi amigo?, relato de infancia derivado de un poema cuyo autor es Sohrab Seperhi. “De los niños se aprende a vivir el día a día, sin pensar en el mañana”, afirma el autor que complementó esta cinta con Y la vida continúa (1991) y A través de los olivos (1994), conocidas en su conjunto como la Trilogía de Koker, pues tienen en común una zona víctima de un devastador terremoto.
Su cine a veces cruza la frontera del documental, aunque parezca ficción, como ocurre en Deberes (1989) en la que Abbas entrevista a varios niños, les pregunta si prefieren divertirse por encima de sus obligaciones, por lo que obtiene respuestas contradictorias, salidas prácticas para escapar de posibles castigos traducidos en golpes con cinturón. El cineasta necesitó 40 días para obtener suficientes testimonios, “40 noches sin dormir porque siempre creía que ya no querrían responder nada, así que cuando a la mañana siguiente se me abrían las puertas me sentía en el paraíso”. Agregó que “nadie quiere mostrar la ropa sucia al mundo, por lo que esta realización es un documental creado con gran precisión; cuando me preguntan si es documental respondo que es una buena película, y si es al contrario, afirmo que es una película que parece un buen documental”, y a esa serie de sentencias agrega una más: “Una película buena es la que te supone que es la realidad”.
Cuando el máximo reconocimiento de Cannes llegó a las manos del iraní, la polémica no se hizo esperar, pues El sabor de las cerezas narra la historia de un hombre que desea morir y busca a alguien que se comprometa a enterrarlo; el hoyo ya está cavado y sólo es cuestión de que, a cambio de un buen dinero, se arroje su cuerpo y sobre él algunas paladas de tierra seca. Por delicado que parezca el tema del suicidio, Kiarostami no duda en decir que “es una opción de vida, es una salida a quien ya no tiene el talento para seguir adelante: Dios dio a los humanos esa capacidad y por tanto es válida usarla, así que si alguien cree que ya no tiene caso vivir, pues que se suicide y se acabó el problema”, afirma con una seriedad que por momentos parece un tanto tramposa y provocadora.
En esa búsqueda para hallar al asistente de la muerte, el personaje principal tiene una larga conversación con el elegido a bordo de un auto, una de las locaciones constantes de Kiarostami. Así es; para el iraní filmar al interior de un coche resulta revelador porque ahí las conversaciones son de frente, cara a cara y no tienen escapatoria. “Si tu conversas en una sala te puedes escabullir al baño o simplemente azotar la puerta, pero en un auto sobre pavimento no tienes salida, ahí se da una plática que muchas veces tiene un final doloroso”. Ha sido tanta la intriga por este tipo de escenas que el realizador ya se confiesa cansado de que siempre se lo pregunten y promete no volverlo a hacer… bueno, sus dos próximos guiones suceden a bordo de autos, pero luego de eso ya lo pensará dos veces, asegura, y luego sonríe a sabiendas de que nos ha tendido una broma que no sabemos cómo valorar.
El sabor de las cerezas es protagonizada por gente que no se dedica a la actuación; a uno de ellos lo encontró mientras esperaba el siga del semáforo, al otro en una montaña. El primero no sabía si aceptar el reto de filmar, “solo me dijo que sería un honor, pero vi en su mirada que mentía y claro que mentía, porque no tenía idea de quién era yo”. Al de la montaña fue más complicado convencer, pero al final aceptó cuando la hija escuchó que en la radio internacional mencionaron a Abbas Kiarostami, el extraño señor que le propuso ser actor a su papá. Nunca leyó el guión porque quizá es analfabeta, “así que yo se lo leía y cuando algo no le gustaba simplemente me decía que eso no lo iba a hacer”, confiesa el director que además explica la diferencia de trabajar con actores profesionales y con los que nunca se imaginaron hacerlo: “Cuando estás con gente ajena al cine no tienes nada de poder, es un trabajo extraño donde si algo no encaja sabes que se marcharán sin mayores explicaciones, en cambio, para los actores el director es como un dios y su palabra es simplemente la última palabra”.
¿Pero cuál fue el resultado de quienes protagonizaron El sabor de las cerezas? “Si usted me pregunta por qué actuaron tan bien yo me hago la misma pregunta, lo único que sé es que me entregaron lo mejor de ellos mismos y siempre les estaré agradecidos”.
La charla también derivó en los recovecos de ABC África (2001) documental rodado en Uganda que se niega al tremendismo de las escenas de hambre y desnutrición y en cambio prioriza esos majestuosos escenarios naturales. “Hay lugares que por sí solos superan a cualquier producción montada y este es uno de esos”.
De ahí pasamos a Copia Fiel (2010), en la que combina a una actriz profesional (Juliette Binoche) con un hombre que no es actor y sí cantante de ópera (William Shimell), reforzando con ello la tesis de que los personajes pueden hallarse en cualquier parte. Se trata de una película en formato digital, lo que a Kiarostami le produce mucha felicidad por los costos bajos y el menor riesgo a perder dinero; “en 35 mm hacemos un promedio de tres tomas por escena y de ahí no nos podemos pasar, es algo muy complicado y con lo digital esa preocupación ha desaparecido”.
Copia fiel fue rodada fuera de Irán, es una coproducción de Francia e Italia, cosa que no le altera al director porque “no importa dónde filmes, lo que importa es que el equipo de trabajo encuentre la felicidad o la tristeza porque nuestro material básico son los humanos y sus problemas”. Como ciudadano pertenece a Irán, sentencia, pero como cineasta se adapta a cualquier sitio, incluso a Occidente.
La película se centra en un pueblo al sur de Toscana en donde coincide un crítico de arte con la dueña de una galería. No hay tomas de paisajes hermosos ni mucho menos postales con tufo de turismo cultural. En cambio, las secuencias se adentran en lugares cerrados y la intimidad de dos personas maduras que se enrolan en una pasión incontrolable.
Otros de los trabajos que son ya un sello distintivo del director son Shirin, Five y Ten, películas minimalistas que esconden de manera sutil lo que derivará en un objeto protagónico, porque como ya lo han observado sus estudiosos, Kiarostami muestra que lo que se esconde es tan relevante como lo que se muestra, o que el camino de la verdad es la mentira. En estos experimentos también insertados en el formato digital el iraní se siente más poeta que nunca, saca su vena de escritor y lo lleva a la pantalla a través de una estética sin igual, y también recobra esos aires de pintor que desde luego patalean de felicidad.
Para finalizar, uno de los invitados de honor del Festival Internacional de Cine de Morelia minimiza la imagen lapidaria que muchos tienen de su tierra natal, a la que alaba por muchas cosas sin que deje de reconocer los rezagos sociales. ¿Y la libertad de expresión? Es importante, reconoce, pero no suficiente para que un pueblo supere la mayoría de sus problemas, “eso es triste pero así es”, opinión con la cual deja clara su postura con esas grandes proezas que tanto presume el capitalismo occidental.
Hasta ahí llegó la conversación de un hombre aclamado y también criticado, un cineasta que entre experimentos desenfadados y una Palma de Oro se ha dado tiempo para llegar a las tierras festivaleras de la capital michoacana.