Por: Omar Arriaga Garcés
Perros callejeros, funcionarios y habitantes del mágico Tlalpujahua recorrían las calles del pueblo al mediodía bajo un inclemente sol que parecía una esfera de Navidad; unos se olisqueaban los traseros entre sí, otros preguntaban dónde quedaba tal o cual sitio, y el resto trataba de prestar ayuda al grupo quasi turístico de invitados al segundo Feratum Film Festival.
Aunque de los primeros y los segundos pocos estaban destinados a asistir al festival de cine de fantasía, horror y ciencia ficción, podía sentirse la algarabía presente en la atmósfera; los perros –a decir de ciertos habitantes– se encontraban en un estado de excitación más álgido que el resto de los días en que no había evento alguno; por su parte, los funcionarios se abalanzaban sobre los hoteles y restaurantes en los que previamente habían hecho reservación con cargo al erario público con motivos de trabajo, un difícil y arduo trabajo que alguien, por supuesto, tienen que hacer. En cuanto a los habitantes, estos se dedicaban a brindar respuestas, explicaciones o señas de los lugares a los que unos y otros se dirigían.
La bulla era tal que un grupo de la Comisión Fílmica de la Secretaría de Turismo del Estado de Michoacán no alcanzó a ocupar una de sus mesas reservadas, por lo que contra todo pronóstico sus integrantes tuvieron que esperar a que una quedara vacía; y es que la presencia de reporteros y periodistas de distintas partes de la República era tal, que ni muchos cánidos, funcionarios u oriundos de Tlalpujahua tenían su lugar asegurado pese a las reservaciones, un fenómeno que se viene replicando en algunos de los más de 70 festivales de cine con los que cuenta el país.
A veces, pareciera que hay más integrantes de la prensa entre los asistentes a este tipo de eventos culturales, cuyo fin es dar a conocer la propuesta cinematográfica de México, que público conocedor o al menos que le interesa ir a ver filmes; lo cual pudo constatarse durante la primera comida que entre el gobierno de Michoacán, el Feratum Film Festival y la municipalidad de Tlalpujahua ofrecieron a los distintos representantes de los medios de comunicación.
Después de haber sido rechazados por el cupo total en un restaurante, los muchos reporteros se hubieron de ir a La Terraza, un hermoso sitio de comida tradicional, sobre todo, ubicado encima de la Casa de Santa Claus (matriz de las célebres esferas de Tlalpujahua) donde perros, funcionarios y habitantes del pueblo mágico iban y venían.
El problema comenzó cuando unos ocuparon los lugares de otros, cuando otros ocuparon el sitio de los demás y cuando los demás no supieron a dónde irse para cubrir sus necesidades fisiológicas más elementales, no diremos cuáles. Quizá ésa haya sido la razón por la que los oriundos de Tlalpujahua que administraban este espacio culinario, más allá de la calidad de su cocina, empezaron a molestarse cuando los periodistas solicitaban más y más comida.
Incluso, parecía que su enojo iba in crescendo cuando una copia de Elba Esther Gordillo rondaba los pasillos del restaurante, con lo que unos y otros, cánidos, funcionarios y habitantes, supieron de una vez y por todo el Feratum que el terror no había hecho sino comenzar.