Es otoño, y en la ciudad de Morelia eso se ha convertido en sinónimo de cine. Desde hace unos días ha dado inicio una nueva edición del FICM, no deslucida aunque sí menos visitada.
Por Omar Arriaga Garcés
Dicen que la afluencia se mantiene, en general eso se escucha entre los participantes y quienes han venido a cubrir el evento año tras año, pero la verdad es que la violencia merma la percepción que desde el exterior se tiene de Michoacán, y es difícil ver invitados o público de la misma manera en que se veía en otras ediciones.
Muchas personas, extranjeros sobre todo, comentan como algo común el evitar venir a México, porque tienen la idea de que aquí es como Colombia en los años 80.
Antes pensaba que estábamos todos exagerando y que si bien los problemas no se resolverían de la noche a la mañana, al final el país no era algo tan violento como para que no se pudiera visitar y pasarla bien.
Hoy uno ya no está tan seguro, parece que no se equivocan quienes no quieren venir. Yo mismo, si soy sincero, no vendría. Esto afecta al evento, por supuesto.
Los amantes de las historias, de lo que de más antiguo tiene el género humano -reunirse para escuchar historias-, han venido, según mi propia percepción, en menor número esta vez.
La policía, que ya se ha comprobado en muchas ocasiones, está coludida con la delincuencia y tiene un papel no menos activo, ofrece para la inauguración proteger a los visitantes del evento con un operativo especial (http://mexico.cnn.com/entretenimiento/2014/10/19/la-policia-una-invitada-incomoda-en-el-festival-de-cine-de-morelia).
Nos sentimos más protegidos, gracias. Eran policías los que cuidaban la seguridad de los normalistas de Ayotzinapa, ¿cierto?
Estos problemas y los de su percepción no son algo en lo que la organización del festival pudiera influir; el FICM ha seguido su crecimiento, como cada año desde que inició, y eso que se inició con la presencia de Werner Herzog, por decir algo.
De hecho, el FICM tiene un mirada crítica respecto a la violencia; lo dice su selección de películas, su crudeza, la decadencia que muchas veces exhiben, pero que no puede dejar de ser exhibida, sin ser condescendientes, claro.
El Festival Internacional de Cine de Morelia es un paliativo en el entorno de violencia que se vive en el estado y en el país; un evento de una magnitud que ya quisieran muchos otras ciudades del mundo.
Sin embargo, personalmente, creo que no corresponde con la realidad que nos rodea. Las autoridades se cuelgan de él para decir que nada pasa, que México es seguro y que es posible que la cultura saque a flote estas circunstancias.
Es un esfuerzo loable por parte lo de los organizadores del evento, es una experiencia sin igual vivir el FICM, ver a una actriz como Juliette Binoche o escuchar de viva voz a Quentin Tarantino, pero un festival que se realiza una vez al año no constituye la cultura.
Ya se ha hablado mucho del elitismo del FICM a lo largo de estos años, pues bien, el cine es elitista y eso ya lo sabemos.
El hombre que vendía este lunes por la mañana películas pirata a 25 pesos en mitad de la calle, entre el Teatro José Rubén Romero y las salas de cine, fue retirado de inmediato.
Los Estados Unidos se hacen preguntas con respecto a la piratería en México y la poca colaboración de las autoridades en materia de derechos de autor. Se ve que no conocen este país.
¿Qué pasa el resto del año en Morelia y en Michoacán cuando no está el festival de Cine de Morelia? ¿Qué le deja el FICM a la población local?
No se trata, claro, de que el evento fílmico, uno de los más importantes que existen, se mueva de la ciudad o deje de realizarse. Estaríamos más solos sin él, voltearían menos a ver este rincón del mundo; no obtendríamos nuestro paliativo cinematográfico los que acudimos al evento.
La cultura, por supuesto, es capaz de regenerar el tejido social y proponer otras alternativas; pero no hay alternativa para la pobreza y el abandono, para la crueldad y la violencia omnipresentes.
El gobierno debería preparar un verdadero programa para atender a la población; la puerta es como siempre la educación y el empleo, porque todo se está desbordando y en poco tiempo quizá ya no haya un país como el que una vez conocimos.
No es que el evento esté más deslucido, es el país el que vive algunas de sus horas más amargas y decisivas. El festival sigue manteniendo su estatus, su estándar, su increíble capacidad de aglutinar a la gente. Gracias FICM, gracias por existir; qué haríamos sólo con policías y sin cine, porque así, aunque tenemos muchos policías tenemos también cámaras y luces.