Desde el comienzo de Rusia 2018, hemos publicado un intercambio de cartas entre el mexicano Adrián González Camargo y el argentino Roberto Jáuregui. Sus esperanzas mundialistas han sido derribadas, pero su amistad no la destruye ni el mejor delantero del mundo.
Querido Adrián:
Tuve una epifanía. Sé cómo va a llegar el fin del mundo. Será una mezcla estúpida de egoísmo capitalista, idiotez generalizada y fallos tecnológicos de segundo orden (olvidate de Terminator o de la Guerra de los Mundos o, mejor, de ésta última recuerda que son los virus quienes aniquilan a los invasores; es decir, es lo pequeño, lo que no tenemos en cuenta, lo que en definitiva prevalece).
Estoy en la terminal de autobuses de Santiago de Chile, esperando que se haga la hora de salir rumbo norte, hasta Arica, cruzando el desierto de Atacama mientras bordeamos el Océano Pacífico. Me dirijo al baño y me encuentro con que no se puede entrar porque “Se les cayó el sistema”, lo cual significa que no pueden cobrarte por usar el servicio y por lo tanto, no te permiten entrar. La solución es ir al baño del segundo piso o ir a la otra terminal, a cien metros de distancia. Cuando les hago notar que tengo setenta kilos de equipaje y que no puedo subir escaleras con todo eso, se encojen de hombros.
No te rías, cabrón, te conozco y sé que estos enojos míos te mueven a risa, pero creeme, vi en ese absurdo el fin definitivo de la civilización tal como la conocemos. Una idiota que no sabe qué hacer ante una emergencia de segundo orden y que entra en pánico ante una computadora que no funciona; un guardia de seguridad que no se preocupa por los ladrones que se mueven entre los pasajeros de la terminal (ladrones que son varios y variados. Yo estuve a punto de ser víctima de uno de ellos; una dependiente de un cíber lo vio a tiempo; de lo contrario hubiese perdido los pasaportes, los boletos y casi todo mi dinero), guardia que sólo vigilaba que nadie entrara al baño de manera gratuita, y un tipo que cada minuto que pasaba se encontraba más y más furioso ante el absurdo que se le presentaba ante sí como si todo eso fuera lo más normal del mundo.
“¡Se cayó el sistema!”, la gran excusa del Siglo XXI que lo mismo sirve para un roto que para un descosido, va a ser lo último que escuchemos antes del final de los tiempos, mientras buscamos unas monedas en los bolsillos antes de que se nos reviente la vejiga. Ningún autor de ciencia ficción (y enlazo aquí de manera poco elegante uno de los últimos párrafos de tu última carta, pero esto parte de algunas notas que tomé en ese momento) tuvo en cuenta esa variable: la estupidez humana.
Ya, basta de quejas. Mejor pasemos a otros asuntos. Las elecciones presidenciales mexicanas, por ejemplo. ¿Sabes que estoy muy feliz por el resultado? Te aclaro, por si lo olvidaste, que no tengo ni idea de quién es en realidad Manuel López Obrador en tanto hombre político; pero me parece estupendo que por fin se hayan atrevido a votar por una variante.
Está bien, esto no es un mundial de fútbol, donde haces cambios “con la esperanza de…” y si no funcionan lo peor que pueda pasarte es que pierdas un partido; pero en serio, ya era hora de dejar a un lado al PAN y al PRI y encarar una variante, apostar a nuevos aires, tener esperanza verdadera en que otras ideas es lo que hace falta. Ahora voy a caer en un lugar común, pero éstos, los lugares comunes, a veces son los que dicen las cosas de manera directa y clara: espero que López Obrador sea un presidente que parta la historia de México en dos. No por él, claro; insisto en que no sé quién diablos es y me importa poco si después de su mandato permanecerá por siempre en los libros de historia y en las estatuas de las plazas públicas; sino por la gente y por el país todo. Son demasiados años de mediocridad impuesta a un pueblo que merece mucho más de lo que hoy tiene entre manos.
Releo tu estupenda carta del 2 de julio (y me disculpo por no estar a la altura de ella; pero este deambular constante entre diferentes rutas, paisajes siempre cambiantes, conversiones de monedas diferentes cada tres o cuatro días y pocas horas de sueño me tienen hecho una piltrafa humana) y veo que sigues atribuyéndoles a los mexicanos de manera exclusiva males que son de uso común en todas partes del globo. ¿Vos creés que en Europa o en Estados Unidos o en alguna otra parte la gente no duerme entre un período electoral y otro? ¡La gente no hace otra cosa más que dormir, man! No saben hacer otra cosa.
Es mentira que el fútbol es el deporte más popular del mundo, no; el deporte más popular es mirarse el ombligo, creer que cada uno es genial y que todos los demás son idiotas. ¿En serio creés que eso es privativo de los mexicanos? Mirá a Argentina. Volvieron a votar a los mismos cretinos de fines del siglo pasado y ahora esos mismos votantes se quieren matar o se hacen los estúpidos y dicen “Yo no lo voté”; que es lo mismo que decían hace veinte años atrás. ¿Cómo se explica eso? La única forma de hacerlo es considerar que esa gente estuvo dormida todo este tiempo o, peor, que estuvo en coma o viendo visiones.
Vuelvo a Ray Bradbury. No recuerdo el cuento que me señalás en tu carta (la casa que se prende fuego a sí misma); pero uno que recuerdo siempre es El sonido de un trueno ¿Lo recuerdas? Es aquel donde una empresa te lleva al pasado remoto a cazar dinosaurios pero donde no podés descender de una cinta que sirve como camino y no puede tocar nada, ya que cualquier mínimo cambio puede significar un cambio notable en el futuro lejano. Un día un tipo se asusta, sale del sendero y pisa una mariposa; cuando regresan a su tiempo resulta que las elecciones presidenciales no la ganó A, sino B, un dictador. ¿Será que algún mexicano pisó a una mariposa en algún momento del pasado y que por eso ganó López Obrador? Y no lo digo por eso de “dictador”; lejos de mí tal interpretación; pero si los cambios pueden ser radicales podríamos suponer que esta vez el cambio fue para mejor. En lugar del dictador ganó el demócrata y la muerte de esa mariposa se ha convertido hoy en algo provisional… Ya ves, como siempre, juego a dos puntas: soy un pesimista irredento pero, al mismo tiempo, vivo apostando al optimismo amplio y abarcador. Si los seres humanos son ambiguos, lo mío roza las cimas de esa forma de conducta (y no pienso modificarla, al menos por el momento).
Esto de andar en la ruta casi de manera constante hace que no pueda ver nada de TV y por lo tanto, no tengo ni idea de lo que está pasando en fórmula 1, pero me alegran las noticias que me das. También me alegró la salida del Hamilton del fútbol, tal como bien lo catalogás. Lo de Argentina dolió pero no fue algo que no se esperara; estaba jugando muy mal y era cosa de tiempo, nomás. Lo de México sí me dolió, porque pensé que podían llegar un poco más allá; los vi sólidos a pesar de lo de Suecia y sentí una gran tristeza cuando me enteré de que habían sido eliminados (vi el comienzo del partido en un paraje cuyo nombre no recuerdo en algún lugar entre Arequipa y las líneas de Nazca; el resultado final lo supe al llegar a Ica); y la verdad es que no veo la hora de que empiece el campeonato de fútbol americano, ya que lo que he visto en estos últimos días me hacen pensar que el fútbol es un deporte de maricones.
En el fútbol americano sabes que el tipo que tienes adelante quiere partirte al medio; que quiere lastimarte y que va a hacerlo a la primera oportunidad que tenga. El fútbol, en cambio, está plagado de tipos que ante cualquier roce se tiran al piso y se retuercen como si les hubiese pasado un Boeing por encima. Falcao, Silva, Neymar, Suárez… (y esto sólo por nombrar a algunos latinoamericanos) hacen más teatro que otra cosa. La verdad es que me han desilusionado muchísimo en estos últimos encuentros. ¿Por qué no les ponen un tutú y los hacen bailar El Cascanueces? Yo pondría a todos estos maricas enfrentando a la línea de golpeo de Green Bay y que después me contaran qué es lo que se siente enfrentar a hombres de verdad. O pondría a Zack Thomas en la defensa a ver si Neymar se atreve a acercarse a menos de cincuenta metros…
Sigo camino, previo intento de dormir en una cama por al menos una noche. Lima me espera con sus plazas magníficas y su comida simple y deliciosa; otra cosa que me está haciendo falta.
Te mando un fuerte abrazo, mientras espero que el descanso y un buen plato de pollo a la huancaína me devuelva algo de coherencia.
Roberto.
Arequipa, 03 de julio de 2018