Hace algún tiempo me topé con un amigo al cual no veía desde hacía mucho, pero gracias a las redes hemos podido estar en contacto. Me dijo que había leído algunos relatos míos en la revista Revés, yo le agradecí el gesto de tomarse el tiempo para leer lo que escribía, y después me cuestionó si era verdad lo que planteaba en esas líneas. Hubiera querido explicarle que en parte son acontecimientos reales, y por otro lado son cuestiones que me parecerían interesantes si también fueran ciertas, pero solo asentí, entonces él espetó:
“Bueno, yo también tengo una historia”. No supe qué contestarle, aparte de que no hubo necesidad de que lo hiciera, pues en cuestión de minutos ya estábamos tomando una cerveza en las Rosas y él, ávido, me relataba una historia que al principio me parecía ilógica, falsa, pero, al ver su rostro y los vellos del brazo que se le erizaban cuando hablaba, pude notar que se trataba de algo serio. Así que, sin que se diera cuenta, saqué el teléfono y comencé a grabarlo. Traté de reproducir sus palabras lo más fielmente posible. Les dejo aquí lo que me contó:
La conocí en la prepa, aunque dejamos de hablar al graduarnos. Era guapa, la recuerdo bien. Yo no era lo que se dice un galán, pero me defendía, nunca me faltó amor y perdí mi virginidad a los dieciséis. Recuerdo que el día de graduación fue a la fiesta. Nos besamos, pero se alejó y no supe qué ocurrió con ella en mucho tiempo, no hasta el miércoles pasado.
Yo había ido con un par de amigos a un café para ver el partido del Morelia contra el Mónaco en el Mundial de Clubes –no sabía que en el futbol se podía ganar por más de diez goles–, entonces ella pasó por ahí, caminando rápido y absorta en su teléfono. Sentí un impulso irresistible de ir tras la que había sido mi compañera en aquellos días de adolescencia. Era un poco raro seguirla, pero no podía detenerme. No se dio cuenta de que estaba tras de ella.
Caminamos por más de tres cuadras y mi excompañera no parecía sentir ni siquiera esa punzada que invade el cuerpo cuando alguien está detrás. Me desesperé. Tenía que hacer algo más para llamar su atención. Pensé primero en pisarle el talón, pero eso me pareció demasiado obvio. Opté al final por chocar su hombro contra el mío a fin de que tirara su celular. Lo conseguí y ella me miró.
-¡Oh, disculpa! –mis expresiones correspondían más a una actuación pensada y repensada que a la propia casualidad.
-No te preocupes –dijo, aunque vi que la pantalla de su móvil se había estrellado.
-Oye, ¿no me recuerdas?
Me miró extrañada.
-No, disculpa –recogió su teléfono y empezó a caminar, pero más a prisa, tal vez pensó que se trataba de un depredador sexual… y de cierta forma tenía razón, siempre me interesó su cuerpo delgado y sus diminutos pechos.
Espera, soy Rubén, el de la prepa.
Ella no se volvió para verme y, aun sabiendo que la gente me miraba, necesitaba ir tras de ella.
La alcancé en la parada de la combi. Ella me vio con asco y amagó con cruzar la calle.
-¿De verdad no te acuerdas? Fuimos juntos en la sección 28.
Me miró y su gesto fue transmutándose poco a poco de uno que expresa asco a uno de sorpresa.
-¿Rubén?
-Sí, bueno eso te lo dije hace una cuadra y media. Tú eres Nicol, ¿o me equivoco? –sí, así, sin la “e”, solo Nicol
-Sí, sí. ¿Cómo has estado? Tengo siglos que no te veo. ¿Qué has hecho?
La situación ya no se sentía incómoda, o bueno, no igual que antes, aunque la gente seguía mirándonos.
-Pues me han ocurrido bastantes cosas, de hecho no tengo mucho que regresé de Querétaro. Si me preguntas, me quedo mil veces con Morelia, es la ciudad de la abundancia –le expresé mientras una anciana con rebozo morado me pedía limosna-. ¿Qué ha sido de ti?
-Entré a la academia de ciencias forenses, aunque me tuve que salir, no había nadie más que cuidara a mi hermano.
-Oye, tengo mucho que quisiera contarte, ¿te parecería que nos tomáramos una chela o algo? ¿Qué dices?
Ella sonrió, pero después borró esa sonrisa como si hubiera recordado algo, y negó con la cabeza.
-No creo que se pueda. Pero nos volveremos a encontrar, lo sé. Morelia es un pañuelo -su combi llegó en ese instante, evitando que mis tácticas de cortejo como rogar no se pudieran concluir, y se fue, dejándome como postal unas nalgas de gimnasta recubiertas por un pantalón de mezclilla.
Me quedé viendo cómo la combi gris número “dos” se alejaba a un paso cansino, eterno. Sentí una erección que se confundía por mi fracaso.
No estaba dispuesto a rendirme, así que al llegar a casa abrí la computadora y busqué en Facebook a Nicol Piña. Me salieron tres opciones, dos de ellas eran adolescentes usando un filtro que les ponía los ojos como canicas y las mejillas como semáforos en señal de alto. La tercera ni siquiera tenía foto de perfil. Entré y en la foto de la biografía solo se apreciaba una frase junto a la imagen de Buda.
Busqué entre todas sus fotografías, que no eran muchas, casi todas de frases, y descubrí que era ella. Envié una solicitud de amistad, misma que fue respondida una semana después. No dudé en enviarle un mensaje. Ella respondió. No les alargaré la historia con absurdos (algunos sexys) detalles de la conversación, pero les diré que una vieja chispa se encendió de nuevo. Aunque he de decirles que hablábamos una vez sí y tres días no. Ella no se conectaba muy seguido, y siempre que la invitaba a salir, buscaba evasivas. Eso hasta que puse un ultimátum.
-Oye, Nicol, ya basta de tanto rodeo. La verdad quiero verte, todo este misterio me saca de onda, ¿acaso tienes novio o algo?
-No es eso, lo que pasa es que debo cuidar a mi hermano.
-Estoy seguro que tu hermano se las arreglará sin ti por un par de horas.
-No creo…
-Está bien, está bien. ¿Y si voy a tu casa? Podrías cuidarlo.
-No creo que sea lo mejor.
-Que sí, anda, ¿dónde vives?
Ella sucumbió y me dio la dirección. Esa misma noche tuvimos sexting, no es algo que me enorgullezca, creo que demerita la calidad humana, pero no habiendo otra opción…
Al día siguiente fui a su casa y ella abrió, aunque, al parecer, mi excompañera no deseaba dejarme pasar. Varios recuerdos se desbordaron dentro de mi cabeza. Ella siempre fue diligente, no solo conmigo, sino con todos, pero la mayoría se limitaba a burlarse de su persona. Cuando me dejó entrar, charlamos mucho tiempo en la sala, me parecía que estaba sola. Nos besamos por más de una hora. Era como recordar aquellos días de preparatoria. Sentí una erección, aunque no era causada por su forma de besar, correspondía más a una señal de éxito de mi parte, eso y la nostalgia.
En realidad, ya quería que fuéramos a su habitación, pero cuando se lo insinuaba, ella solo volvía a besarme, cuando de plano opté por decirle que subiéramos, respondió con un “no” tajante. Se escuchó un ruido que venía de otra habitación que estaba en la parte trasera de la casa, eran golpes secos. Nicol se sobresaltó y dijo que tenía que ver qué ocurría. Se fue y yo me quedé allí con una erección gigante (proporcionalmente a mi cuerpo, claro, no soy ningún mentiroso).
Habían pasado más de diez minutos y ella no había regresado aún. Mi erección se fue y a cambio vinieron unas ganas incontenibles de orinar.
-¡Nicol! –grité, pero no contestó. Grité otras tres veces, pero no respondía, así que emprendí, por mi cuenta, la búsqueda de un baño o cualquier sitio medianamente civilizado para vaciar la vejiga.
La casa tenía varias puertas, abrí como tres pero ninguna correspondía al baño. En la cuarta puerta me topé con un pasillo obscuro, no muy largo, como de unos seis metros. Supuse que no era la mejor idea entrar ahí, pero el hecho de ver unas bragas tiradas a medio pasillo, me incentivó la curiosidad. Entré y, antes de tomar los pantis, me di cuenta que el pasillo daba a otra puerta. Me quemaba el pene por las ganas de orinar. Escuché ruidos que venían de esa puerta, eran sonidos guturales, después el movimiento constante de cadenas, por último un grito femenino, lo cual me asustó porque pensé que algo le había ocurrido a Nicol.
Abrí esa puerta y encontré a Nicol, desnuda, sosteniendo un plato de barro que tenía carne cruda, le estaba dando pedazos de esta misma a un tipo que estaba encadenado de las manos, que carecía de piernas y ropa, muy velludo y con los brazos bien formados, eran del triple de ancho que los míos; el tipo levantó la cabeza y me pareció apreciar que entre sus dientes amarillos sostenía un brazo, entre baba y sangre lo estaba devorando, era un brazo humano con las uñas pintadas. Ella, Nicol, volteó a verme muy sorprendida y quiso ir tras de mí, pero salí corriendo.
No volví a toparme con Nicol y mi cabeza estaba anegada de dudas, por ejemplo, la desnudez de ella, el grito, aunque algo sí me quedaba muy claro: ese tipo era su hermano.
A la fecha no sé si lo que me contó mi amigo es real, de hecho consulté varias veces, con la gente más cercana a mí, si debía dar a conocer esta historia. Primero intenté decir que todo se originó en mi cabeza, pero ante el juicio moral, decidí escribirlo tal cual el me lo contó. Espero que mi amigo me disculpe por contarlo. Para serles sincero, si me preguntaran mi opinión acerca de la veracidad de estos hechos, les diría que Morelia es una ciudad en donde cualquier cosa se puede esconder detrás de una puerta.
Imagen de portada: Miguel Ángel Ávila/Flickr
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