ALGÚN DÍA MI GATO COMERÁ SANDÍA
Por Omar Arriaga Garcés
“instantáneas de una generación perdida”
Somos habitantes del exceso, habitamos en el exceso como en el filo de la luz.
La civilización nacida al amparo de Apolo y Atenea, civitàs y logos, la cual prolongamos hasta nuestros días, administra gestos y palabras (de ninguna manera naturales).
Un rostro desierto
“No hay camino cuando el pasado se borra. No hay caminante sin sendero, por obscuro que éste sea”.
Habitamos en el exceso porque hemos negado a la piedra que fue madre y cobijo, a la maquinaria estelar, al animal en su salto sin muerte.
Que uno de esos activistas pro edulcorada naturaleza venga a hacer defensa de tan horrible noche del mal, y le diremos que hay una parte escondida de la luna. En las sombras.
“La mitad negra del hombre”.
¿Y el primer pro patria mori? Algún sacrificio que hoy nadie cree posible, pero que se repite, incesante.
“Llevas una antorcha encendida”. A nadie pertenecen las palabras, no es una justificación pero si no se muestra el sendero es porque aún no debe aparecer.
No voy a negar que siempre he sido un petardo
Como tampoco voy a negar la falsedad de mis palabras
La ciudad no es hostil Sube hasta sus altas torres quien quiere
Quien de verdad desea sentir el soplo del viento
Las naves se curvan una vez más pero aquí
No habrá más naufragios Sólo náufragos
Sin rostro y sin cuerpo Lanzados a la calle en un soplo
Todos llegarán adonde deban llegar y no callaré
Hasta escuchar mi nombre grabado en la piedra…
El nombre verdadero. Piedra verdadera. La cuestión, dice Hugo von Hofmannsthal, es el tono personal. Qué suma monstruosa de granos de arena hasta configurar un tiempo.
Somos habitantes de la luz porque no pudo ser de otra manera. Pero decirle a esa parte de consciencia, de rayana lucidez, que las cosas cambian y, seguramente, aunque nadie lo crea, yo lo creeré.
He venido al desierto para mirar mi propio rostro en el espejo, pero si no hay retorno, de nada habrá servido…
Filo de la luz: “destrúyenos en la luz, puesto que así te place”. Ilíada, canto XVII.
En qué punto se puede decir que algo ha sido consumado? Siguen siendo desconexiones esas líneas que se pierden en la lejanía. Yo pienso, yo soy, yo creo, yo determino, yo veo, yo puedo, yo siento, yo amo, yo… y la cuenta sigue, hasta llegar a doce ó
33, 333, 3 333, 333 333, 333 333 333, 333 333 333 333 333
los números no son vanos, como algún deportista lo ha hecho notar.
Pero qué cansancio, qué fastidio, qué vengan a contar los contadores, cuando terminen de hacerlo, explíquenme su método y, si puedo, daré interpretación a su labor de albañilería.
La historia no está equivocada, se deben matar todos los dioses: uno a uno han ido cayendo, y quién me dirá que el hombre no es un dios este día, bajo esta mañana de entusiasmo.
Palabras, palabras, palabras, nunca más volveré a verlas.
Sueños, sueños apilados sobre el mundo, con la apariencia del mundo, con el mundo en las espaldas, rodeados de mundos que roen y rodean la verdadera cara de la luna.
Ay, qué dolor, qué dolor estar de pie y respirando
Pero qué gravedad, qué serio estoy este día
Los habitantes del exceso se dan palmadas en el hombro, se miran a los ojos y echan a reír, todo es risa para ellos, por eso condenaba la iglesia ese libro de Aristóteles tan tonto, y él tan serio. Pero no se debe hablar así, es indecencia, literatura, libros para abuelas y sin ortografía.
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¿Y no es como el filoso filósofo filosofó: el conocimiento se inventa, es un juego de palabras, metáfora contra metáfora?
Qué temblor en las manos. El poder marea a los inteligentes, pero vuelve loco a los estúpidos…
¿Enloquecí sin darme cuenta? Es probable. Y ahora que lo sé, ¿sigo siendo el mismo idiota?
Formas, formas, sí la bas a las que se les ponen letras que no tienen sonido. ¿Para qué estamos escribiendo esto? ¿Para quién?
El h ombre debe hacer algo. ¿Qué será ese algo?
Hombre, palabra con hache. Desde hoy propongo eliminar los libros. Son peligrosos. No es metáfora. Entonces, ¿esto será conocimiento? Qué locura tan cotidiana y vulgar
El exceso está aquí, mis palabras no sirven para nada, ¿en esto radica el amor? ¿En acciones románticas, gratuitas, sin sentido, de titanes enfermos por un beso de niebla?
El otro día vi el techo de un patio. Sobre él, una ventana. Nadie se asomaba por ella pero tú podías ver a quienes vivían en esa casa por la disposición de sus objetos. El techo, ¿no es la parte más alta del recinto?
Vuelan sobre el espacio en blanco las líneas y laceran las entrañas.
Ya no puedes borrarlo, qué cursilería. Qué despliegue de miel, mermelada y glucosa, qué cantar de los cantares, qué pornografía de mundo.
Cuando encuentres un final para el desierto, el sendero y todos los rostros de la hýbris que es exceso, sueña, sueña, mírate los sesos y descansa plácida, encantadora mente, porque deliras.