El domingo por la noche, una vez que concluyeron los Juegos Olímpicos de Río, Carmen Aristegui reveló que Enrique Peña Nieto plagió casi 200 párrafos de su tesis de licenciatura en el ya lejano 1991. Según reportan los investigadores, hay mucho texto en esa vieja tesis sin citas, sin comillas, sin fuentes, un trabajo mal hecho que sin embargo los sinodales de la Universidad Panamericana dieron por válido.
La cultura de copiar y pegar sin dar el mínimo crédito no es exclusivo del presidente mexicano. En Internet, copiar contenidos es práctica común, como lo hacen decenas de sitios urgidos por rellenar sus espacios web a como dé lugar, sin el mínimo respeto por los autores originales. Hace unos días, el escritor Iván Farías publicó el artículo Auge y decadencia de Los Simpsons en la página de Yaconic; horas después, el texto fue pegado tal cual en portales como 24 Horas (donde al menos dieron crédito a la fuente y autor original) y Vanguardia (con una ligera modificación en la cabeza, sin citar fuente ni autoría).
Pero no solo algunos administradores de páginas electrónicas son unos copiones; también lo han sido supuestos investigadores serios de la academia que a la postre han sido descubiertos en sus trampas. El año pasado, el profesor chileno Rodrigo Núñez Arancibia fue delatado como un auténtico plagiador serial, pues el ex coordinador de la Maestría en Historia de la Universidad Michoacana se robó textos para escribir tesis, libros y conferencias. Según reportó El Universal, Núñez plagió 90 por ciento del contenido en su tesis doctoral sin que nadie en El Colegio de México lo notara.
El robo de ideas está por doquier. De acuerdo a un análisis de León Krauze en Letras Libres, la colaboradora y amiga de Carmen Aristegui, Denise Dresser, escribió junto a Jorge Volpi un libro con demasiada inspiración en America: The Book, escrito por Jon Stewart. En el libro llamado México, todo lo que un ciudadano quisiera (no) saber de su patria, hay un ejercicio de copiar y pegar las ideas del comediante norteamericano: misma estructura, capítulos idénticos, líneas similares y todo pues, igualito, solo que en una versión adaptada para nuestro país, eso sí, con una pequeña mención a su fuente de inspiración en el apartado de agradecimientos. Obviamente que Dresser y Volpi refutaron a Krauze, lo que desató una pequeña pelea entre intelectuales de esas que a nadie le importan.
Curiosamente, Jorge Volpi defendió a capa y espada a su amigo Alfredo Bryce Echenique cuando éste fue descubierto en sus respectivos plagios literarios. Allá en el plagio grande, lo describió con bastante sarcasmo Leo Augusto en El Universal.
Mientras esto siga sucediendo en las grandes ligas, entre intelectuales, periodistas y un presidente, no exijamos que los niños dejen de copiar en el salón de clases. Total, podrán decir que solo se inspiraron en el chico sentado en el pupitre de al lado, o como respondió Presidencia a Carmen Aristegui, no es copia, fueron errores de estilo.