Ahora que los animalistas morelianos han salido de nueva cuenta para pugnar contra las peleas de gallos y las corridas de toros, los relaciono con las mujeres que atacan a varones sólo por una cuestión de genitalidad y no veo gran diferencia.
Me explico. Vivimos en un país donde la violencia de género es una cruda y palpable realidad, donde la discriminación sigue siendo pan de todos los días para muchas personas, no sólo mujeres, sino personas con alguna discapacidad, indígenas, pobres, comunidad LGBT y un largo etcétera. Entonces, viendo esta situación, ¿realmente estamos como para más discriminación? La respuesta es obvia.
Después de siglos de padecer la segregación racial, muchos afroamericanos tomaron la palabra nigger sólo para ellos y aprendieron a odiar a otras razas: blancos, hispanos, orientales, judíos, etcétera. Tanto han sido discriminados que aprendieron a discriminar ellos también. Lo mismo pasa con el sector más radical de las feministas, las feminazis, esas que por su radicalismo terminan siendo no más que hembristas, o lo que es lo mismo, machos con falda que atacan a los hombres sólo por inercia, por el hecho de tener una genitalidad distinta; mujeres que asumen que todos los hombres somos machos opresores y violadores sin siquiera conocernos, como si todos los varones pasáramos el rato abusando de las mujeres, y entonces se meten a una manifestación legítima y manchan una causa justa con su intransigencia y atacan a reporteros varones que lo único que quieren es difundir ese mensaje de respeto y protección a los derechos de las mujeres de todas las edades, de los derechos sobre sus cuerpos, de su derecho a elegir, y esa manifestación pacífica y legítima queda manchada gracias a la intransigencia de unas primates que incluso grafitearon el monumento a los 43, ah, es que los ayotzinapos eran varones, ergo, violadores y machos opresores.
Y es cuando uno dice “en serio, ya que Dios se cague encima de ellas”. Y entre ellas y los anarcopunkofósiles que hacen sus desmadritos en las manifestaciones del magisterio y otros sectores no hay ninguna diferencia.
Ahora bien, los animalistas, novedosos e interesantes en un principio, necios y arrogantes algunos de ellos después, en el estado y otros lugares han entrado a una etapa que pinta para el radicalismo con que se conducen en España, dispuestos a hacer cualquier cosa con tal de imponer sus razones.
Más allá de defender la preservación de las especies animales, han llegado al punto de la intransigencia y, cobijados por políticos demagogos, han emprendido campañas para, más que regular, cortar de tajo con actividades que ellos ven como dañinas. Podría no parecer tan grave si no fuera porque el fondo de esto está la postura radical de “prohibir todo lo que no me gusta”.
Digo, a mí no me gusta Jenny Rivera, de hecho odio a la maldita gorda, pero si mi vecina la escucha no voy a patear su estéreo ni la denunciaré a las autoridades para que le prohíban poner ese disco; total, cierro mi ventana y que en mi casa suene The Big Bopper (es lo que se oye en este momento) sin que lo que la vecina haga me moleste ni yo molestarla a ella. Y entonces, estos animalistas que protestan en el Congreso cobijados por Rosa María de la Torre y el Dipumoches (en serio, no la jodan) lograron prohibir circos con animales, ahora buscan proscribir los palenques, corridas de toros, zoológicos y todo espectáculo que involucre animales (aunque no los he escuchado decir nada sobre las sesiones legislativas) simple y sencillamente porque a ellos no les gustan, sin ofrecer argumentos, datos duros, cifras que ayuden a entender la problemática que sólo ellos ven.
Y entonces, entre los animalistas que quieren prohibir las cosas que a ellos no les gustan simple y sencillamente porque se les hincha y las feminazis (no son feministas, no hay que confundir) castradoras que odian a los varones porque, según ellas, todos somos violadores, no hay ninguna diferencia. ¿Y sabe usted qué es lo más triste de este asunto?, que ninguno de los dos grupos ofrece soluciones de fondo: las feminazis no proponen nada para abatir la violencia de género, como políticas de inclusión y respeto, y estos animalistas no proponen qué hacer con los animales de los zoológicos, no proponen fuentes de empleo para toda la gente que labora en los espectáculos que ellos quieren prohibir, no proponen nada para que, una vez prohibidos los palenques y las corridas de toros, siga habiendo gente interesada en la crianza de estas razas de aves y reses que de otra forma dejarían de ser útiles.
En fin, esto va para largo, estas discusiones bizantinas seguirán prolongándose, y mientras las feminazis atacan varones en las marchas, en otros lugares la violencia hacia la mujer permanece latente, con amas de casa e hijas víctimas de abusos, con jovencitas comercializadas sexualmente, con mujeres que se embarazan y son despedidas o de plano se les pone como requisito un certificado de no gravidez para tal o cual empleo.
Y por otro lado, mientras los animalistas con lindos zapatos de piel se manifiestan en el Congreso contra lo que no les gusta –y en su lógica no debería gustarle a nadie–, las calles se llenan de perros, los bosques son arrasados en perjuicio directo de la fauna que los habita, ganaderos sin escrúpulos, en contubernio con el crimen organizado, siguen alimentando a sus animales con clembuterol para que rinda más y en muchos rastros los animales sacrificados siguen sufriendo formas muy crueles de morir, aun cuando ya hay las herramientas para un sacrificio más digno y con menos sufrimiento.
Pero bueno, aunque afuera haya mucho trabajo, creo ha de ser más cool manifestarse con los diputados. Y en cuanto a las energúmenas, bueno, toda causa justa y noble tiene a sus radicales, la clave es no dejar que enturbien el panorama: ni todos los hombres somos violadores ni todas las feministas son feminazis.