Este Expediente está dedicado a Ángela Govela (cuñada forever).
La charla del sábado estuvo sustantiva.
Brevísima introducción
Hace una semana acudí a la casa del licenciado Munguía. Un tipo quejumbroso y adicto a esparcir updates sobre su estado de salud, su programa de radio y algunas frases ingeniosas plantadas en su muro feisbuquero.
A través de su red social supe de su martirio: otra operación, ahora en la rodilla derecha, lo tenía postrado. Estaba solo como perro en su desolado hogar. Nadie lo pelaba ni le arrimaba un taco de frijoles o un vaso de agua de guanábana.
Pocos serán quienes ignoren, en Morelia y Uruapan, un detalle de su vida deportiva: de no haberse lesionado las rodillas, pudo ser el sucesor natural de Cuauhtémoc Blanco (el futbolista, claro) en el balompié azteca.
Pero bueno, su buen trato del balón es irrelevante. Mi ánimo solidario se cimbró ante su penosa, solitaria convalecencia y fui a visitarlo. Le llevé una mini pizza de la reputada transnacional Domino´s para que se entretuviera un poco. La falta de prótidos empezaba a hacer estragos en su anatomía. Por supuesto, incluí una coca de lata bien fría. ¿Quién puede degustar de una pizza sin su respectiva coca?
Hablamos de todo, pero nos detuvimos en su extraordinaria decisión de leer al buen Bulgakov y su novela El maestro y Margarita. Debo decirlo: no me imaginé al leguleyo Munguía leyendo obras de calidad universal. Para este sujeto, el mundo terminaba en los libros de John Fante.
En algún momento de la parte final de mi visita (cuando le pedí me diera la mitad de la mini pizza porque no había desayunado) me preguntó si había visto una peli en la plataforma Prime: La juventud. Así se llama y no. No la había visto, pero prometí darle un visionado apenas llegara a casa.
De eso les quiero hablar en este Expediente Vegetal.
Entrada en materia
La juventud es una cinta del remoto 2015 dirigida por Paolo Sorrentino en donde actúa Michael Caine, Harvey Keitel, Rachel Weisz y hasta Maradona (Roli Serrano) aparece de manera breve pero sustanciosa en el balneario donde se desarrolla la historia.
La historia sigue -para ubicar rápido la acción- las vidas de Fred Bellinger (interpretado por Michael Caine) y Mick Boyle (Harvey Keitel). Un par de vejetes a punto de cumplir los ochenta -así que muy activos los chicos, pues no, ¿verdá?
Tiene momentos vegetalmente interesantes. Sobre todo cuando Fred (famoso director de orquesta en retiro) no anda evitando que sus admiradores lo reconozcan e importunen, y de Mick, cuando deja de estar metido en brillantes discusiones con los guionistas y actores de lo que será la última película de su larga lista de “obras maestras”.
Pues bien, en el balneario de los alpes suizos en donde las acciones se desarrollan, ya está instalado el elenco de esa última cinta del señor Boyle. Entre ese reparto, encontramos al joven actor Jimmy Tree (interpretado por Paul Dano) y sólo esperan la llegada triunfal y glamorosa de Brenda Morel (interpretada por Jane Fonda) quien, al igual que Fred y su amigo Mick, ya es una señora mayor, pero con una razonable dosis de realismo vital y “conciencia de los tiempos líquidos”, cualidad fudamental para sobrellevar los años finales de la vida con cierto decoro.
Cuando estos venerables vegetales están solos, sentados uno al lado del otro, mirando el paisaje, la vida, la belleza física, nos regalan escenas y aforismos que a quienes somos legumbres a punto de caducar, nos nombran. Como si fuésemos nosotros los personajes de la cinta.
En ese exclusivo balneario no sólo anda rolando Diego Maradona, sino una Miss Universo que pone en su lugar de manera elegante (pero contundente) al intelectual actor Jimmy Tree y el arrogante Fred Bellinger. Esta chica es la encarnación de los “tiempos líquidos” de los que Brenda Morel sólo es consciente.
Me llama la atención Jimmy Tree.
En la trama de la peli, Tree es un joven de unos 36 años pero ya es un actor acabado. Este chamaco tiene una formación actoral de alto nivel. Es un joven atípico -culto, pues- a quien la vida le puso enfrente la posibilidad de hacer el papel que lo catapultó a la fama: meterse en la armadura de un robot en una peli para niños. Por supuesto, ha hecho más películas (y de calidad) pero la única por la que se le recuerda es por la del robot y eso lo tiene harto. Sabe del peligro de ser encasillado.
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Tree es uno de los actores de la cinta de Mick Boyle. Imagina que la oportunidad de actuar bajo sus órdenes lo pondrá en el lugar que merece como verdadero actor y con ello replantearse la vida dentro y fuera de los sets de grabación.
Este peli, para mis villamelones gustos cinematográficos, es rara, pero cuando leí la opinión de un crítico recomendando la cinta de Sorrentino, me dije “ándale, eso mismo pienso”. Se las dejo nomás para que se ubiquen: “Si la película y la vida nos han enseñado algo, es que no vale la pena adorar a la juventud; demasiado temprano nos traiciona a todos”.
¿Qué pitos toca Jane Fonda, otra hortaliza entrada en años, enfundada en su rol de Brenda Morel?
Brenda llega al balneario para dar comienzo a la filmación y Mick la recibe con la ilusión de un enamorado a quien le dan una segunda oportunidad, pero hay algo sospechechoso en la actitud y desplantes de la Morel. Las cosas no pintan bien. En algún momento de los 53 años de su amistad con el tal Mick Boyle, ella dejó de habitar el mundo de la mitología cinematográfica tradicional, en otras palabras, a ella “le cayó el veinte” y él siguió en el “mundo analógico” del negocio del cine. Ni cuenta se dio de los cambios en marcha. Ambos llegan a este encuentro habitando en atmósferas diferentes.
La diva va a los alpes suizos no para iniciar la filmación, sino para decirle a su amigo, mentor y casi creador, que no participará en el rodaje porque le ofrecieron un mega contrato de tres años en una serie de televisión. Con ese dinero podrá pagar la rehabilitación de (supongo) uno de sus hijos, todas las deudas de su futuro y huevón exmarido y comprarse una linda casa en Miami.
Mick, como se dice de manera jocosa y coloquial, “monta en cólera” y le recuerda que él hace cine y no esas mamadas de la tele: “¡la televisión es una mierda!” -grazna completamente encabronated y ella le revira “no, la televisión es el futuro, Mick… para ser honesta, es el presente”.
Recuérdese, estamos en 2015, a punto de la revolución sideral de las plataformas y el streaming.
La reacción de Mick es la de todo machín digno de ese apelativo y le suelta la divisa (previsible): sin él, ella jamás hubiera sido la actriz de culto que terminó siendo y debe agradecerle la haya incluido en lo que será su legado cinematográfico al mundo.
Brenda, pragmática y decorosa lectora de los tiempos en curso, le dice que su peliculilla pitera no vale nada y sobre las últimas tres (de Mick, claro) hay consenso universal de que valen madres: “Te arriesgas a anular todas las películas hermosas que hiciste. Yo entiendo el cine, tú no porque estás viejo y cansado y no sabes cómo ver el mundo, Mick. Lo único que sabes cómo ver es tu propia muerte que te está esperando a la vuelta de la esquina. Tu carrera está acabada”.
Eso le dice la dulce Brenda y vale para todos… o casi todos, pues. En otras palabras, le está pidiendo dejar de lado esa macana de los “legados al mundo”. Un mundo para quien él, Mick, ya no tiene importancia.
Lo que sigue es mi postura frente a esos afanes de trascendencia. No espero la compartan y seguro hay excepciones virtuosas.
Pregunta pertinente pero ociosa: ¿cuántos vejetes conocen que no sueltan los puestos burocráticos, políticos, empresariales, académicos porque -según ellos- “todavía tienen mucho por aportar”?
Esas palabras excretadas por Brenda debieron doler, pero suelen ser ciertas en la mayoría de los casos y no sólo en el mundo del cine ni en las grandes ligas de la creación: muchos pequeños seres (el 98.987% de los humanos) de verdad creemos en eso de los legados y trascendencia. Solemos tener la convicción de estarle haciendo un favor al país, al municipio o a nuestras familias con nuestras obras o nuestro paso por el mundo como médicos, abogados, políticos, simples ciudadanos, poetas, empleados godinez, académicos o pintores… con sus obligadas excepciones.
Lo que menos deseamos es tener al lado una Brenda Morel y, aunque la tuviésemos, no le haríamos caso. La vanidad puede más y siempre habrá mercado (así sea marginal) para los homenajes, los legados y los “tributos”.
Requerimos de seres propicios a adularnos y muchísimos ya preparan sus legados.
Algunas perlas
La Juventud es una historia que en algunos tramos es “pachorruda”. Sin grandes picos o planicies narrativas. Es como es la vida real aunque se desarrolle en un balneario para millonarios en los alpes suizos, pero tiene pasajes bien bonitos -recuerden mi irredenta tendencia a la cursilería.
Me quedo con algunas escenas y espero coincidan conmigo si acaso deciden ver la peli. Hay una en donde Fred le dice a Mick, sin avisarle y sin venir a cuento: “¿Sabes cuál es la diferencia entre tú y yo?”. El amigo, obvio, le pregunta cuál es esa diferencia y Fred le dice: “En definitiva, la vida a mí nunca me gustó demasiado”.
Órale. Está fuerte la frase, pero ¿saben? Suelo pensar como Fred pero claro, no soy millonario ni puedo pagarme una estancia en los alpes suizos.
Lo digo porque me han dicho (las estadísticas no mienten) que en el tramo del octavo al noveno piso, la mayoría de los ciudadanos solemos solicitar nuestra baja de este mundo en donde la fotosíntesis nos regala vida, colores, oxígeno y romanticismos variados. Por eso le doy la razón a Fred. El gusto por vivir no siempre anda festivo y la conocida política de que los muertos viejos le deben hacer lugar a los muertos jóvenes, no prescribe (Kundera dixit).
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El último tercio de la cinta es generoso en momentos interesantes y también cortísimos. La breve charla entre Johnny Tree y Fred mientras caminan por los jardines del balneario, por ejemplo, está chida y se complementa perfecto con la aparición del gordo Maradona llenando la pantalla inmerso en su ocio, en su celestial aburrimiento alpino. Pero hay una escena de lo más chida, ubicada cuando ya ha transcurrido una hora y doce minutos de película.
En una “toma cenital” vemos a varios de los personajes opinando sobre los diálogos pertinentes para el guión de la peli que está por rodarse o reflexionando sobre algún pasaje literario. No queda claro… o no me quedó claro a mí.
Va así y lo expresan cuatro personajes:
-Está en su lecho de muerte y le murmura: “debí dedicarme más a ti y a nuestro amor en vez de desperdiciar mi vida para ser el rey de los seguros”.
-Quizás le diga algo banal, muy simple, como “cuídate”.
-No. Debemos mostrar el dolor físico hasta el final. ¿Y si le dice “ni la morfina puede ayudarme ahora”?
-¿Y si se concentra en un detalle insignificante? Podría decir algo como “¿qué habrá pasado con ese llavero que me regalaste hace veinticinco años. El que tenía forma de herradura?”
-No. Él no dice nada en su lecho de muerte. Ella es la que habla: Brenda. Ella dice “perdí tanto tiempo por tu culpa, Michael. Perdí los mejores años de mi vida”.
Si lo aquí expresado los motiva a verla, seguro pasarán un rato que les dejará reflexiones profundas sobre la vida, el tiempo, la lentitud, la venturosa pérdida de ambiciones trascendentes.
No experimentarán emociones arrebatadas. Se los advierto: para mis gustos cinematográficos de villamelón, es una gran película y las subtramas me gustaron mucho, pero resulta evidente que no alcanzaba el presupuesto o el tiempo para desarrollarlas de manera más profunda.
Lástima, porque ese inconveniente nos dejó con ganas de ver a Rachel Weisz y su personaje desplegando sus alas más poderosamente.