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Home»Columnas»Expediente Vegetal 26: El recuerdo de Nicasia aún me hace llorar
Columnas

Expediente Vegetal 26: El recuerdo de Nicasia aún me hace llorar

Raúl MejíaBy Raúl Mejía7 diciembre, 2025No hay comentarios12 Mins Read
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Nicasia
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El próximo año llegaré a la respetable edad de setenta años. No me pondré acá, muy gallito y decir que no me impresiona la cifra. Si a mí me impresiona, imaginen el efecto en mis amigos, conocidos o eventuales oportunidades para intereses románticos. A esa edad (y un poco antes) uno deja de ser objeto de cualquier emprendimiento sentimental, sea éste en términos naturales, es decir, “intentar algo” de manera tradicional o en la versión algorítmica de las citas acordadas para encontrar pareja.

Los rangos de edad para las empresas encargadas de emparejar solitarios tienen una curva descendente escalofriante y sólo por cortesía se incluyen a los sexagenarios (siempre y cuando no estén muy avanzados en el sexto piso). Los segmentos del mercado romántico/sentimental son franjas del tipo “entre treinta y cuarenta”, “de cuarenta a cincuenta” y luego se abre una siniestra franja dejada a los mayores de cincuenta años. Consignar a cincuentones avanzados sólo ocurre cuando esos candidatos están de buen ver, su situación económica resuelta y que no tengan achaques. Es una forma de avisarle -a quien está por abandonar el quinto piso- que mejor la piense tres veces antes de solicitar informes.

Sólo algunas compañías aguerridas se animan a la claridad en sus targets: “más de sesenta”. Ok, gracias, pero ¿y quienes andan entre los setenta u ochenta? Pues no sé, se da por hecho que a esa edad ya no tiene caso ocuparse de un mercado claramente a la baja y marginales tasas de rentabilidad… y uno, como transeúnte de esos años, ya ha adquirido la sabiduría expresada en el realista “¿ya para qué?”

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Queridos lectores: hay noticias

Una amiga cercana y apenas hollando el trayecto del medio siglo de vida le entró al mundo del “match algorítmico” amoroso. Es una mujer de distinguido porte, perfectamente capaz de generar fantasías de toda laya. Es inteligente, guapa, atractiva y de un humor estupendo, pero aun así, ya está harta de toparse con sapos sin posibilidad de redención (o sea, jodidos, tirándole a feos, aburridos o peor: necios).

Fue en una mañana de febrero, mes romántico por naturaleza y mientras se limpiaba las lagañas, cuando se dijo “¿acaso ya no hay hombres en esta ciudad señorial?” Dicho eso, se inscribió en un sitio VIP de citas como el que sirve de marco a la excelente película Amores materialistas. Sus expectativas eran normales: “me interesan hombres entre cincuenta y sesenta años” -eso puso en la solicitud de auxilio.

Entiendo sus exigencias en relación con la edad y otras cualidades sine qua non no tendría caso ponerse guapa, enigmática y sexi para entrar en el salón de la cita múltiple donde una jauría esperaba jariosa (pero contenida) “a la contraparte”. Era un salón de juntas de alto nivel con derecho a canapés de lujo.

Lo que sea de cada quien y como seguramente ya se lo imaginaron, mi amiga está de “no mames”. Es más, si yo no estuviera fuera de su rango de exigencias, sería el primero en decir “¡quiero!” y apuntarme para competir por su kit completo de misterios, pero ya ven, estoy fuera de rango.

Las citas de mi amiga fracasaron. De cinco charlas no salió nadie como para darse una segunda oportunidad. Regresó tal como se fue y lamentando la inversión fallida. Esto de las citas a través de sitios en la red son como las inversiones de riesgo alto y medio: si no se está dispuesto a jugar en esas parcelas en donde se gana y se pierde, es mejor ni meterse. Hablando en términos bursátiles, si no tenemos manera y temple de andar jugando en la mar donde nadan los tiburones, siempre quedará la opción de los Cetes: dan poco rendimiento, pero son muy seguros -andan por un miserable 7.2% anual.

Nicasia

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Mi caso es triste. Aún me considero un Cete pero con clara tendencia a ser eliminado. En este momento, a punto de abandonar el sexto piso, lo mío lo mío, serán las tandas en mi código postal. ¿Cuánto me aguantarán?

Así son las cosas.

Es injusto, pero absolutamente realista.

Desde la perspectiva masculina y únicamente atendiendo a los vejetes que viven solos (por vocación o fatalidad), la necesidad de compañía y su resolución pasa por los milagros. ¿Quién quiere andar con un ejemplar del departamento de frutas y verduras pachiches? Imaginen un plátano ennegrecido, aguado, que cuesta un peso y a veces termina regalado o en la basura. ¿Quién da más, gentiles damitas?

Pues bien, hay opciones, pero pasan por una cuestión de costos y beneficios.

Si el vegetal tiene un nivel económico holgado, sin el riesgo de pleitos postmortem con la familia por la herencia y si además se llega a un acuerdo que satisfaga a las partes, la compañía es posible sí y solo si existe la opción realista de sacar un beneficio material. Por supuesto, daremos por hecho que el afecto de uno por el otro existe y es sincero gracias una historia compartida tasada en décadas.

En ese caso, la felicidad está razonablemente al alcance de la mano y si una eventual compañera de rozagantes cincuenta y seis simpatiza con el vejete, no me parece inmoral hacer negocio. Menudean casos en donde esos vegetales ya periclitados y escaso valor agregado, suelen pasar desapercibidos. Ni la familia los quiere. Son un estorbo ¿por qué no dejar esa mercancía a los vaivenes y caprichos del libre mercado?

Somos una inversión… bueno, eso de que “somos” es sólo ilustrativo porque no es mi caso, pero prefiero curarme en salud y si hay alguna heroína animosa por ahí, le puedo pasar mis estados de cuenta, situación fiscal y foto sin retoques.

¿Interesadas? Dense de alta en la sección de comentarios -respuestas personalizadas por inbox.

No sé ustedes, pero yo no entiendo el devenir actual del amor o, para ser menos romántico, en materia de relaciones. A ver, ¿qué nos pasa? Habiendo tantos formatos de relación ¿por qué seguimos solos?

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Casi todos mis amigos vegetales viviendo en soledad (repito: elegida o no) andan ganosos, pero nadie voltea a verlos. Cierto: ya no ponen nerviosa ni a una escoba, pero el tema es otro y lo encarnan cuatro amigos. Ese Fab Four hace rato dejó el sexto piso. Los cuatro gozan de una salud que me enoja y causa envidia. No han pasado por hospitales para algo serio y todo indica les quedan entre siete y diez años en condiciones de ser usados.

Cualidades de esos tipos: tienen bonita letra, no causan problemas, se rasuran cada tercer día y usan loción English Leather para después de afeitar, tienen pensiones decentes (nota pertinente: decentes, para efectos prácticos, es un ingreso neto de más de 38 mil al mes), casa propia, inversiones, ahorros y lo más interesante: pagan por ser alquilados; ahora los defectos o heridas de guerra de esos soldados: los cuatro tienen en su haber más de cinco amables rechazos de sendas féminas y, en el momento de escribir estas líneas, ya se retiraron a sus cuarteles de invierno: “duele más gacho ser bateado a los sesenta que a los treinta” -aúllan conmovedoramente.

Otra nota: el realismo no ha anidado en ellos y quieren escuinclas de cincuenta años como si ellos estuvieran a la altura del reto: hollar esos territorios cuasi virginales (por falta de tránsito) y luego conquistarlas para nobles fines ulteriores. Su queja es la misma: “¿quién entiende a las mujeres?”. Esos chamacos seniles son inmunes a la realidad y ésta no suele ajustarse a sus fantasías: ¿cómo para qué o por qué, una escuincla de cincuenta y tantos se echaría a cuestas una relación con un vejete?

Siendo pragmáticos, “a cierta edad”, la solución, como se mencionó con mi amiga, suele ser un tema salvajemente crematístico.

Más adelante les contaré mi triste caso.

¿Con las mujeres solas es igual?

Pues creo sí, pero no tengo datos empíricos a la mano… excepto uno: las mujeres, sabias ancestrales, ya no nos necesitan para maldita la cosa, pero quizás algunas de sus exigencias mínimas para con los varones hagan un poco más complicada su situación. De eso me ocuparé en otra entrega.

Ahora sí, es hora de abrir el corazón y narrar mi caso.

Nicasia

Me han bateado inmisericordemente en los últimos cinco años unas cuatro veces. Todas muy educadas atendiendo a la historia compartida que merece honrarse. A las mujeres les cuesta mucho trabajo decirle a un vegetal jarioso o enamorado “estás muy viejo” porque valoran nuestra amistad, pero ya no inspiramos fantasías perturbadoras. Se les olvidan las épicas batallas a nivel horizontal que dirimimos a punta de orgasmos hace apenas unos diez años. ¿La Historia (con mayúsculas) sólo sirve para vender libros?

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Hay excepciones, claro. Empezamos…

Su nombre: Nicasia. Nuestra Historia arranca muchas décadas atrás -casi cuatro-pero hace unos dos años nos reencontramos y aquello se puso horny, lo que se llama horny. Coincidir y encontrarnos para un diálogo paritario (y horizontal) era un mero trámite. De inmediato nos pusimos al corriente.

En este caso la Historia tiene su peso y pocos pretextos se interpusieron entre las febriles memorias que nos habitaban y los prejuicios. Resueltamente nos pusimos a “darle de comer al conejito” aprovechando cualquier pretexto para los intercursos de rigor y viajar. Eso nos encantaba. Imaginen una escena recurrente entre la Nicasia y este sujeto que les chismea: a ambos nos fascina el calor. Ahí van, dos loquillos otoñales, un par de animales sexuales correteando por la playa y hospedados en el Grand Residences Riviera de Cancún -mi segunda experiencia hotelera más recordable.

Todo fluía perfecto entre nosotros. Tan perfecto, que Gris y Saúl, exitoso matrimonio vallisoletano, me abordaron un día para recordarme algo razonable: “hacen buena pareja con Nicasia ¿por qué no se la cantas de una vez por todas y dejas de andar como perro en el periférico?”

Yo, la mera verdad, sí quería algo serio con la Nicasia desde antes de juntarse, en los noventa del siglo pasado en la modalidad de concubinos, con Plutarco, pero fue hasta el fin de ese arrejuntamiento de varias décadas cuando lo pensé seriamente. ¿Por qué no me puse en modo “quiero contigo” cuando valieron chetos, trece años atrás? Por prudente y pudendo. No es fácil superar una separación y soy respetuoso de los ciclos, pero apenas el azar nos juntó, esos dos últimos años son memorables. El único “pero” es que nunca sentí algo cercano a un “nosotros”. Compartido, al menos, no.

Éramos, eso sí, una máquina sincronizada para el exceso erótico moderado -a nuestra edad nada se eleva más allá de la biosfera- y esa virtud nos daba, además, para buenas charlas y el disfrute de buenas comidas y vinos, pero la idea del “nosotros”, lo acepto, me tomó por asalto cuando Gris y Saúl me recomendaron “cantársela a lo derecho”.

Me pasé dos semanas planeando la estrategia para dejarle en claro que, para mí, ella no sólo era la cachonda economista con quien practicamos el galano arte de coger, sino “algo más”. Me tomó otra semana detallar la estrategia general para exponer mis intenciones sin poner en riesgo todo lo demás. Ya no estaba para correr “riesgos bursátiles”.

El día señalado para los detalles de un viaje a Taxco ya programado, mi intención era invitarla a comer para soltarle mi ofensiva romántica en un restaurante. Mi iPhone sonó. Un WhatsApp de Nicasia: “¿Te acuerdas de Brígido?” -preguntó y le contesté: “Sí. Por cierto, ese güey me caga”, pero ella pasó por alto mi opinión sobre el batracio aludido y lo entiendo perfectamente: cuando alguien anda sintiendo mariposas en la panza y no pulsiones sicalípticas en salva sea la parte, no lee completos los mensajes de WhatsApp.

Nicasia andaba con urgencias noticiosas: “Pues ¿qué crees?” y yo: “No, pos no sé, mejor dime porque yo tengo algo importante por decirte y es urgente” y ella “Pues nada… que ya somos pareja. Descubrimos que somos tal para cual. Hasta ayer, éramos un par de náufragos a la mitad del océano… pero ahora soy feliz, Tiger.  Ya no soy náufraga, me han salvado. ¿No te parece una noticia como para celebrarlo? Por cierto, el viaje a Taxco se cancela”.

Ya se imaginarán cómo quedé. Toda y la estrategia, la táctica y el marco teórico en donde iba a exponerle las emociones sinceras que ella me inspiraba e inspira, se fue al carajo, o sea, me fui con mis sofismas a otro lado… bueno, en realidad no me fui a alguna parte, estoy alardeando, pero quiero dejar constancia de lo que la cercanía de Nicasia logra escanciar en mi corazón… y ya mejor dejo ese tema porque estoy gimoteando bien machín. Recuerdo, como si fuera ayer, cómo me fui desmoronando y empecé a escuchar una rola perenne: Baby come back, del grupo Player. Chéquenla en Youtube y si le ponen traducción al español entenderán cabalmente mi pena.

Para acabarla de fastidiar, hace tres días me bajé de un autobús. Era mediodía y el rubicundo Apolo (o sea, el sol) estaba a plenitud. Por eso decidí no pedir un Uber y subirme a una combi Ruta Gris/periférico.

No suelo usar ese transporte. Hace años no me trepo a una combi ni por interés científico, académico o sociocultural. No sé cuánto se paga. Pensé “me voy a ver híper mamón preguntando por la tarifa”. Un pinche ruco fresa pues. Así entonces, pregunté discretamente a la señora a mi lado cuánto costaba el pasaje. La ñora me escaneó y me dijo, impunemente, “no se preocupe, usted puede pagar diez pesos”.

Joder.

Ni cómo ayudarme.

Le pregunté si era necesario enseñar mi credencial de INAPAM.

Expediente Vegetal
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Raúl Mejía
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Raúl Mejía. Escribidor. Ha publicado libros que nadie ha leído. Publica sus ocurrencias únicamente en Revés Online y son más extensos de lo normal. Sus artículos parece que sí se leen y por eso cuida a sus lectores. Los tiempos no están para andar dilapidando esa especie en franco proceso de extinción.

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