Por Omar Arriaga Garcés
Es curioso como algunas personas, sobre todo los más jóvenes, llegan a quejarse sobre la vida en familia (los recuerdos referidos por las tías, las abuelas; tener que compartir un domingo para una comida entre todos, donde se vuelven a contar anécdotas que ya se conocen; y se enseñan las fotos, viejas, apolilladas, y otras no tanto, en una computadora, que va pasando de mano en mano); pero cuando lo ven en la pantalla, casi lloran. Es el poder de la obra de arte, que rompe con lo establecido y reactualiza aquellas potencias dormidas en nosotros de las que todos participamos.
Lo que más me gusta del cine, sin lugar a dudas, es la posibilidad que ofrece de reinterpretar y tocar temas que en la pintura, los libros y otros medios se han tocado, y de reinventarlas en una nueva plataforma para públicos que, en plena era de la reproducción técnica, descreen de los alcances de esas otras disciplinas. Por el contrario, Fernando Vallejo, en una conferencia que dio en la Facultad de Lengua y Literaturas Hispánicas de la ciudad, en una de las primeras ediciones del FICM, comentó que el cine es un género (no un arte) miserable, y que el documental es el subgénero más miserable del cine, “miserabilidad al cuadrado”, si no mal recuerdo, por los pocos recursos que brinda a quien quiere narrar una historia.
Pues bien, Lejanía, documental mexicano en competencia de Pablo Tamez Sierra del CCC, de 69 minutos, es una historia tan sencilla por los elementos narrativos que emplea, fotografías, testimonios visuales en video (aunque con una edición impecable, a caballo entre el propio director y Javier Campos, la cual duró nueve largos años), pero tan intrincada por el pathós que suscita, que, al verla, uno siente que está viendo una tragedia griega por momentos, y no la historia de la familia Sierra González contada por uno de sus miembros más jóvenes. Sentí ganas de llorar, pero reí; luego se me salieron las lágrimas, ya cuando estaba solo, llega a decir uno de los personajes en la cinta.
Pero primero, como en toda genealogía, se presenta a las ramas más sólidas del árbol; las tías, cada una de las cuales va refiriendo el lugar en el que vive, dónde ha vivido los últimos años y quiénes son sus familiares más próximos. No obstante, hay un vacío en cuanto que todas mencionan a Susana, una hermana ya fallecida en torno a la que se guarda un terrible secreto que nadie quiere recordar: “esas cosas deben de quedar en el pasado”, indica uno de los tíos a los nietos que quieren saber qué es lo que sucedió una madrugada con Susy. “Ya pasaron muchos años y apenas pude hablar de eso, con la muerte de Susy yo fui la único testigo presencial”, comenta una de las tías.
Es impactante poder tomar distancia como espectador de cuanto ocurre en la pantalla y darse cuenta de que los actos que tienen lugar una generación antes, incluso dos, continúan afectando a la familia, que tal como en las tragedias la cadena de la necesidad que reclama la venganza o el perdón sigue activa y no se rompe por mucho que uno quiera darle la espalda al pasado, y que se renueva en el carácter y en las actitudes aprendidas por los hijos, y por los hijos de los hijos.
No se trata de una “sorda complicidad”, como en alguna secuencia del filme se señala, sino de saber que se pertenece a algo más grande que uno, algo sagrado si se le mira desde cierto punto de vista como el que Tamez Sierra apunta desde el inicio del documental mediante una cita de Alejandro Jodorowsky: “La familia es lo permanente, estaba antes de que llegáramos, le perteneceremos mientras vivamos y seguirá existiendo después de nosotros… Es una generación de vivos, que caminan como mínimo con dos generaciones de muertos a la espalda hasta la línea de meta, donde le toca subirse a la espalda a la siguiente generación de vivos”.
Y sobre uno de los ascendentes, ya muertos, refiere justamente uno de los miembros del clan: “estaba en el espejo del tocador, así; no pudo ser un producto de mi mente, acaba de morir y su muerte había sido tan súbita, que quizá no se había despegado aún de su cuerpo y estaba despidiéndose, con preocupación por lo que fuera a ser de sus hijos”.
Resulta tan conmovedor y punzante ver Lejanía, para la cual uno no puede quejarse sino “agrandar el corazón”, que aunque suene a cliché lo que transcurre durante poco más de una hora es la vida misma, con todos sus sueños, sus alegrías, sus tristezas, sus derrotas y sus esperanzas. La película más entrañable que me ha tocado ver en esta edición del FICM, una realización que, por supuesto, destruye todos los prejuicios que hay en contra del cine y en contra del documental.