En las conferencias del Festival Internacional de Cine de Morelia se suelen hacer tres tipos de preguntas: las preguntas idiotas que no vienen al caso; las preguntas de siempre y las preguntas de quienes sí conocen de cine.
Esta última es la que menos se hace. En el primer caso nunca falta el despistado, o el resentido social, como el que en la más reciente ocasión se quiso hacer el rudo para afirmar que el Festival es tan internacional que no tiene espacio para los morelianos (¿?)
Seguramente este chaval no sabe lo que es un cinebono, mismo que cualquier moreliano “de a pie” puede comprar con varios días de anticipación, a un precio más económico que una función comercial, y ver las películas que se le antojen en esa semana. A eso hay que añadir las funciones al aire libre, gratuitas.
Lo que sucede con este tipo de reporterillos es que no les interesa el cine, les vale madre una sección de Cannes, una restrospectiva o una selección de cine mexicano. Como se mueven en el mundo de la política y los políticos, solo quieren soltar dizque provocaciones para ver qué sacan luego.
Las preguntas de siempre, las de rigor, son como tres, y como siempre son las mismas, el hijo del ingeniero ya trae anotadas las respuestas: ¿cuál es la aportación que hace el gobierno del estado?, ¿cuánta derrama económica genera el festival?, ¿cuánta gente esperan que asista a las salas? A éstas, el pasado lunes se añadió una joyita: “¿cuál será el taquillazo del festival?”
También se añaden las típicas preguntas sobre si los invitados tienen temor de visitar a un estado en llamas. Esta última, sin embargo, nunca sobra, porque el Michoacán violento rebasa al capítulo más hardcore de Breaking Bad y el Patrón del Mal.
Lo cierto es que la gente que de verdad le gusta el cine proyectado durante el Festival, no tiene problemas para asistir a las funciones si anticipa su compra. Los fans de verdad, los que saben qué es la Semana de la Crítica o la calidad de los estrenos internacionales, se la pasan muy a gusto y no gastan el dinero que “la gente de a pie” se gasta en una patética película de Eugenio Derbez.
Más ridículos aún resultan esos quejosos contra las famosas fiestas del festival. Igual: son los que no saben ni quién es Alfonso Cuarón, no saben ni dónde queda la Casa Natal de Morelos, donde hay funciones gratis, pero eso sí, hacen fila en la también famosa Casa de Sam para que los dejen entrar a beber gratis. Y si no los dejan pasar, empiezan con la perorata de que es un festival mamón y elitista.
Esto no es una defensa del FICM, que en términos estrictamente cinematográficos sí tiene algunas cosas por mejorar; la más obvia es la referente a la sección michoacana, en la cual un largometraje debe competir contra una animación, un corto o un documental. ¿Cómo puede un jurado decidirse entre formatos tan dispares?
La edición número once inicia el 18 de octubre y como siempre habrá una muy buena selección de películas, veremos competir en la selección mexicana a viejos conocidos como Fernando Eimbcke, Michael Rowe y Diego Quemada-Diez; mientras que los estrenos internacionales traerán lo último de apellidos como Gondry, Soderbergh, Kechiche, Coen y Scott. Ninguno de ellos, sin embargo, les suenan a los reporteritos políticos que sólo intentarán provocar su pobre polémica con la misma cantaleta: que este festival es para todos, menos para los morelianos de a pie.