El Chino está nervioso y desvelado. Le da un trago a la cerveza, saluda a los amigos, se sienta por un rato, conversa, recorre la cafetería Michelena una y otra vez, regresa. Quién sabe qué malditas sensaciones le atraviesen cuando en el reloj ya marca las siete de la noche y corresponde presentar su primera antología poética: El Rumor de la Hierba.
Es la tercera llamada y los abrazos por ahora quedan en pausa. Ahora sí, el ejemplar se presenta en primera fila encapsulado en una especie de burbuja de cristal para que todos, desde sus asientos o parados, sean lo primero que observen.
Mientras Noé Almaguer Zúñiga, uno de los coordinadores del proyecto cultural de la cafetería, da una introducción sobre la obra que se presenta, Chino mantiene baja la mirada, pero también se le nota contento y liberado.
“La médula que atraviesa toda la antología también dice: desesperación, impotencia, agotamiento, incertidumbre, desasosiego, tristeza, coraje, desconcierto, emputamiento, DERROTA, DERROTA, DERROTA, nostalgia, impotencia del ayer, apatía, pérdida, abandono, hastío, sinsentido, música ininteligible, amargura, que chingue su madre el trabajo…”.
Lo anterior lo ha interpretado Noé Almaguer y es verdad. Cuando se lee a Chino uno encuentra un compañero de caídas, un consuelo para el alma y un extraño orgullo en todo eso. Los punks decían que no hay futuro, Chino también lo dice y yo le creo.
Llegó el momento de escuchar al autor. Toma el micrófono, suspira, da las gracias y que venga la descarga de adrenalina y furia que por mucho tiempo estuvo reservada. “Esto habla de cosas personales, de mi barrio Santiaguito, de los amigos que están o los que ya murieron, a los que trato de honrar con mi propia vida, pero es difícil”.
Al paso de las palabras, se va desenvolviendo y las ideas comienzan a fluir de mejor manera. Chino vuelve a ser el de los escenarios, el músico que ejecuta con sabiduría el bajo, la guitarra y el saxofón. Hablar de su poesía le comienza a resultar un proceso placentero, en el que la sonrisa ya no puede esconderse.
Él no lo sabe, pero cuando trata de explicar sus letras, deja escapar pensamientos que a varios de los que estamos ahí nos pellizcan la piel: “La poesía les pertenece a todos y qué mejor que liberarla. Mi trabajo va en el decir ´no´ a lo que nos dicen que debemos hacer… mientras más vives, descubres que es más complejo estar aquí”.
El Rumor de la Hierba es un nombre fantástico. El Chino desglosa que la intención era fusionar la poesía con la música. Dice que el rumor lo asocia con voces, algo que no está definido, pero que siempre está ahí; la hierba, por su parte, es algo que germina a partir de eso, como la maleza, las flores en el concreto y todas aquellas manifestaciones de vida.
Como si de un fusil se tratara, el Chino sabe que es el momento y toma su antología. Comienza a disparar sin piedad a todos los que estamos ahí, totalmente indefensos y entregados a la causa. Línea tras línea, con el tono de voz lleno de rabia y desesperación, recorre parte de su poesía.
“Esta va dedicada a Ricardo Flores Magón: Odio todos los trabajos por igual, los que tienen que ver con mis pasiones, los de paso y los que me arrancan lágrimas, los que me cuestan y en los que soy el mejor, los de dos semanas, dos meses o dos años”.
También recuerda a sus amigos, a los del barrio, a los que se fueron: “Los amigos de mi barrio ya están muertos, se drogaron tanto que un día de pronto se adentraron en un profundo bosque a pintar sus últimas firmas acompañados por la luna”.
Da una declaración de principios: “A pesar de ello, haz de saber que se puede ser poeta sin becas ni laureles, sin sociedad de escritores ni entrevistas, poeta en la soledad más fascinante de la Tierra, poeta de tiempo completo, fiel creyente de que pronto llegará el momento en el que puedas dedicarte exclusivamente a escribir”.
Otro trago a la cerveza y la presentación ha terminado. Aplausos. Chino anuncia una pausa porque tiene que ir al baño. Regresa y los libros ya se venden a 60 pesos. También se hacen presentes las fotos, las felicitaciones, las firmas, las risas, los abrazos. Ganar de vez en cuando está bien. Chino, Alfredo Garcidueñas pues, ya no tiene miedo.