DESDE AQUI
Cartas desde el autoexilio
Por Xoch Tavera
Si volteo hacia la izquierda casi siento la lengua de ella sobre la de él. El abrazo fulminante en la escalera de salida, actitud de adolescentes en cuerpos de veinteañeros. La toca, la toma, seguro le susurra que la ama, pero eso no se escucha.
Si volteo hacia la derecha, veo varios labios en forma de beso, dejando escapar sonidos que arrastran la “r” y la convierten en “g” los cabellos desordenados y las mochilas en el piso sólo indican que van de paso.
Cada nueva estación que va acompañada de un color, de un número y de un destino hay gente morena, pálida, fuerte, débil, loca. Unas veces el vagón se para y deja ver el “Testamento en Miércoles de Benedetti” y el prólogo de alguna obra de Mario Vargas Llosa pegados como avisos de ocasión.
Y me molesta. Me molesta porque ninguno los voltea a ver. La gente va de prisa, sólo busca un espacio donde encoger las piernas y la manera más fácil de llegar a la puerta antes que nadie e incluso querer forzarla para salir cuanto antes de ahí. A lo mejor ese vagón les recuerda su propia vida y aprovechan que sí pueden salir de él.
Unas estaciones más adelante, llega el fortísimo acento alemán escupido por dos hombres de gran altura. Tras de ellos dos mujeres cubiertas por completo de pies a cabeza vociferan como si estuvieran peleándose, pero sus rostros dictan lo contrario. Sus ojos son igual de grandes que sus miedos, ¿Será que en este país tampoco son mujeres?
Otras lenguas se encuentran después de una sonrisa. Español cortadito. Sin eses, sin erres y con la piel tostada. Una isla caribeña a lo mejor, la Patagonia remota o algún otro país que duerme debajo del Ecuador…
Enfundada en un leopardo rosa, con tacones puntiagudos y una banda en la cabeza llega la mujer que habla por el móvil de su trabajo como camarista. Escarchada con artilugios de pedrería falsa se acerca a la salida, precipitada como todos. No hay seseo en su boca. Mexicana.
Otro africano más. A veces huyen de la gente cargados con su mercancía ilegal. Algunos otros sólo van con un par de amigos y pareciera que al hablar cantan y se ríen todo el tiempo. A veces sólo con la mirada dicen quiénes son y cómo se sienten… a veces sus ojos grandes y enrojecidos aterran y a veces también calman.
Y yo, yo juego con mi propia lengua. La paso por mis dientes, mojo mis labios y sigo observando a mi alrededor porque no encuentro otra entretención. Paso las estaciones sin expectativa alguna porque no sé qué más hay después de esta bestia subterránea. Sólo me dedico a escuchar. A sentir en un oído el tajante castellano y en el otro cualquier tiple del mundo.
Mientras todos usan sus lenguas para hablar, para besarse, para gritar o para tararear, yo la uso para callar. Para pensar que arriba de mí vive la ciudad capital de todos los países del mundo…
Foto: Gilberto Pizarro