EXPECTANTE
Me levanto de mi asiento y me acerco a la directora de la obra – Adriana Rovira -, trato de articular un gesto prudente, algo que diga lo que le quiero decir, sólo logro estirar mis brazos y abrazarla. Pasan 12 segundos. Nos soltamos, nos miramos y me retiro, un torpe «gracias» sale de mi boca, dudo que lo haya escuchado.
Estoy confundido, acabo de ver al silencio a los ojos gracias a los alumnos de 4° año de la Licenciatura de Teatro de la UMSNH, y cuando reviso su programa de mano me golpea la frase que Ana Gatica le soltó de bocajarro a Rigoberta Menchú en Guerrero: «No podemos seguir pidiendo un minuto de silencio por los desaparecidos, porque pedir un minuto de silencio por cada desaparecido y por cada asesinado en nuestro país, en nuestro estado, es quedarnos callados eternamente». ¿Pero qué decir ante la infamia de lo inenarrable?
La obra es Incendios – de esos que los lobos rojos provocan cuando sueltan sus dentelladas – del autor libanés Wajdi Mouwad, se presentará todos los días hasta el 20 de julio a las 18:00 horas, en la Sala Silvestre Revueltas, de la FPBA. Actúan Carlos David, Erika, Sofía, Andrea, Katery y David. Alumnos de una licenciatura de teatro que se retuerce y trata incansablemente de decir al menos las palabras pequeñas que se esperan de una licenciatura de provincia en un país tercermundista; ellos nos dijeron que el silencio no es pasivo, que el silencio no es meramente callar, que las palabras pequeñas son las que van tirando los grandes nombres.
Comienza la obra y un abogado trata de justificar con un cacofónico monólogo su triste pobreza, su soledad y su amor por una muerta; molesta repetición de palabras de certeza que trata de reparar lo irreparable y esta es la primera señal. Los personajes de esta obra no se lo están pasando chido y vas a verlos a los ojos cuando se den cuenta.
La obra narra por caminos aparejados la vida de una mujer en búsqueda de su hijo y la búsqueda de sus dos hijos por su padre y hermano a la muerte de ésta.
Durante toda la obra, las señales de que la guerra no es de los colores que nos cuenta el cine se van acumulando hasta el punto de que lo real, el silencio, el abismo que todos los días vemos trata de devolvernos la mirada. En ese punto, debo decir que Rovira cuidó mucho el no llevar a sus alumnos a escenas sórdidas ni abiertamente ilustrativas, lo que en la mayoría de los momentos se agradece, pero en ciertos momentos parece que la obra podría ser mucho más brutal de lo que fue. Y brutal es lo que el texto de Mouwad trata de ser.
Hace unos días discutía con una amiga si el texto trata o no de ser melodramático, ella insistía que los tratamientos que hemos visto en México han sido melodramáticos, pero que el texto en sí mismo no trata de hacer llorar al público. Yo creo que el texto pasea por ahí, pero también creo que estamos en la situación política correcta para entender que los pesares de la guerra no pueden compararse con María Mercedes descubriendo que su madre es Doña María Magnolia González de Mancilla. Si acaso este texto y por tanto esta obra trata de provocarle una lágrima, recuerde que el Chapo acaba de escaparse de la cárcel, que nuestro compañero Gilberto Abundiz perdió la vida en esta horrenda guerra de hermano contra hermano, recuerde que es nuestra guerra.
Y eso es lo más impotente de esta historia: en una guerra incluso los buenos están locos, incluso las víctimas han derramado sangre; en una guerra las normas tanto políticas como literarias quedan pausadas y en la página final no hay una moraleja sino desesperación y silencio. Silencio más por nuestros vivos que por nuestros muertos. Silencio por los que se quedan a seguir chingándole en esta horrible cosa que construimos entre todos.
Lo más que puedo decirles, en un tono menos dramático, sobre esta obra es que vale la pena verla. Angustia, desesperación, silencio, tristeza y rabia se revuelven en una frase profunda que salió de mi boca la primera vez que vi el montaje – Que buena obra -. Los compañeros egresados demuestran que han aprendido el oficio y saben llevar una obra de 3 horas sin que sea una carga para los espectadores; la escenografía parece estorbar y te obliga a llenar los vacíos y mirar desde la tribuna, desde lejos, como si no pudieras hacer gran cosa por los de adelante.
Mi queja puede ser que los rompimientos cómicos de momento resultan vacuos y aunque relajan la tensión en el público, se vuelven un tanto intrascendentes (sin embargo, la aparición de The logical song casi por terminar la obra fue un momento hermoso porque nos hace preguntarnos si realmente lo inhumano no será quizá la humanidad misma); acaso me gustaría que el trabajo vocal hubiera sido mucho más cuidado, pero la obra cumple con creces. Está rebuena.
¿Quieren más? Hagan más.
Por otro lado, dejo aquí una anotación para posteriores referencias: Veo que en varios de los trabajos de los profesores de Taller de Montaje de la FPBA hay un uso recurrente del contraste entre aquello que vemos con aquello que escuchamos como herramienta escénica, ya sea para la transformación de una historia fársica en una tragedia -como hizo Jorge González con la escena de las sombras en el climax de El amor de Don Perlimplin y Belisa en su jardín para reforzar lo insondable de una situación; -como planteó Roberto Briceño en La fe de los cerdos cuando pone a bailar a sus dos personajes principales al ritmo de Quizá simplemente le regale una rosa de Leonardo Favio con las víctimas a sus pies, -o como les mencionaba que realizó Adriana Rovira con The logical Song, para cuestionarse junto a Primo Levi:
Considerad si es un hombre
Quien trabaja en el fango
Quien no conoce la paz
Quien lucha por la mitad de un panecillo
Quien muere por un sí o por un no.
Considerad si es una mujer
Quien no tiene cabellos ni nombre
Ni fuerzas para recordarlo
Vacía la mirada y frío el regazo
Como una rana invernal.
Creo que la intención en ellos es la de desubicar al espectador de su entendimiento cotidiano de lo existente (Time is out of joint si prefieren) y usar la escena, si bien no como un espacio de crítica política (porque sé que Jorge me lo recriminaría), sí como la posibilidad de mirar desde otros lugares. Lo interesante de un ejercicio tan usual en el argot poético («Desubicar al espectador de su entendimiento cotidiano» podría ser uno de los primeros clichés para describir una obra) es que para lograr ese rompimiento primero acostumbran a su público a un formato escénico para después romperlo un instante, un momento de lucidez que no destruya el sentido anterior, pero lo haga visualizarlo desde otro lado, mirar lo mismo siendo otro. Siendo una licenciatura de teatro en la provincia de un país tercermundista, lo que podemos dar justamente es eso: Mirar lo mismo siendo otros.