Muchos de nosotros alguna vez nos hemos preguntado, ¿qué haría si me ganara la lotería? Las respuestas más usuales suelen ser adquirir propiedades, viajar alrededor del mundo, invertir en alguna actividad productiva o despilfarrarlo en francachelas. Charles, el protagonista de La balada de la isla (The ballad of Wallis Island, 2025), es un ganador de la lotería que decidió utilizar el premio para llevar a su cantante favorito a una isla prácticamente deshabitada.
Este es apenas el segundo largometraje del galés James Griffiths, quien ya tiene una larga carrera en la televisión británica. La película se estrenó hace unos meses durante la pasada edición de Sundance. Es una de las pocas cintas independientes que llegan rápido a la cartelera local, en este caso gracias a la distribuidora Caníbal.
El ya mencionado Charles es un enfermero retirado que no ganó una, sino dos veces la lotería. Después de la muerte de su esposa, decidió asentarse en una apartada isla de la costa de Gales. Habiendo gastado la primera parte de su fortuna en recorrer el mundo con su pareja, decidió que con el dinero de su segundo premio llevaría a su artista favorito, el ficticio cantante folk Herb McGwyer, para un concierto privado en su isla.
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El guion, escrito por los actores Tom Basden y Tim Key (quienes personifican a McGwyer y Charles respectivamente), está basado en un premiado cortometraje de su autoría que dirigió en 2007 el propio James Griffith. Para esta versión extendida del corto original decidieron agregar a un tercer personaje, Nell (Carey Mulligan), antigua colaboradora e interés romántico del cantante, quien llega a la isla acompañada de su esposo.
Charles, el solitario e ingenuo millonario, pensó que sería una buena idea reunir a sus ídolos de antaño como una especie de tributo a su fallecida esposa, quien también era fanática del dúo, en ocasión del quinto aniversario de su muerte. Pero claro, las cosas pronto se salen de control. El encuentro de la antigua pareja remueve viejas heridas y trae a colación muchas situaciones desafortunadas en las que se mezclan los celos y las desavenencias tanto amorosas como artísticas. A pesar de todo, las cosas parecen marchar de buena manera por un tiempo, hasta que eventualmente algo se rompe.
El humor de la cinta gira alrededor de este triángulo amoroso, en donde el marido amante de la observación de aves, es una figura ausente. En este reencuentro resalta el carácter maduro y pragmático de Nell, quien ha dejado el pasado atrás y aprovecha el momento para echarle en cara algunos yerros a su antiguo amante. McGwyer debe aceptar a regañadientes los reclamos, reconoce las concesiones musicales que ha hecho en los últimos para mantenerse vigente en la industria. Paulatinamente el cantante va superando su temperamento impulsivo para dar paso a una reflexión sobre su integridad artística.
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El caso del solitario Charles merece un comentario aparte. Lejos de ser un mero observador ha sido, a pesar de sus torpezas, el artífice de este reencuentro. Personaje ubicuo, que aparece de improviso en cualquier parte de la isla, siempre con una sonrisa de nerviosismo y angustia en el rostro, además de su irritante parloteo, que versa sobre todo y sobre nada. Charles es el espíritu de una isla en donde reinan los equívocos.
La balada de la isla reviste con humor la tragedia de cada uno de sus personajes. Al final cada quien va por su lado, con objetivos distintos. No es una película sobre amores frustrados o millonarios excéntricos, sino más bien una que nos habla de la manera en que dos personajes completamente distintos pueden intentar una conexión o cuando menos establecer una cierta tolerancia. También nos invita a reflexionar sobre la integridad artística y lo difícil que puede tornarse a veces la relación entre un músico y sus seguidores.