ALGÚN DÍA MI GATO COMERÁ SANDÍA
Novela que narra las peripecias de un hombre maduro encantado por una nínfula (precoz adolescente demoníaca a la que no puede y no quiere dejar) es Lolita, de Vladimir Nabokov; con todo, lo más analizado desde 1955 es su aguda crítica a Estados Unidos y su sociedad autocomplaciente; algo revelador si, tal como el neoyorquino Alan Levy, se le considera “la” novela americana: “la Gran Novela Americana… escrita por un ruso”.
Además de esos genios inmortales (las ninfas), la Gran Novela Americana insiste en dos puntos esenciales: el mundo de fugaz e inmediato placer que es Estados Unidos, y las relaciones sociales que se establecen en ese mundo donde el pasado no existe.
Cuando la siempre olvidadiza directora de la Universidad de Beardsley, la señorita Pratt, explica la mecánica de la escuela al señor Humbert (en pos de una escuela estricta y con buen nivel académico, como cree hacer la mayoría de padres al acudir a una institución privada), no puede menos que hacerse una comparación con los colegios particulares de México que tratan de imitarlas.
Pratt dice: “Nuestro interés primordial no es que las alumnas sean ratas de biblioteca, ni que reciten las capitales europeas, cosa que, por otra parte, a nadie interesa y nadie sabe, ni que conozcan de memoria fechas de batallas olvidadas. Lo que nos preocupa es la integración de la niña al grupo social al que pertenece…
“Al adoptar determinadas técnicas de enseñanza, nos importa más la comunicación que la composición. Lo cual significa, con el debido respeto a Shakespeare y compañía, que deseamos que nuestras niñas se comuniquen libremente con el mundo viviente que las rodea, y no que se sumerjan en viejos y mohosos libros…
“Digámoslo así: la posición de una estrella es importante, pero la ubicación más práctica para un refrigerador en la cocina puede serlo aún más para la esposa novata”.
Esa sobrada autosuficiencia respecto a un pasado que no se comprende y que se cree muerto, cuando lo que se vive es fruto y prolongación suya, es la que ciertos grupos privilegiados tienen hacia la ciudadanía; pero lo que se necesita no son más escuelas privadas, sino elevar el nivel de la educación pública y llevarla a toda la población.
En detrimento de una sociedad como la mexicana, que no puede darse el gusto de portarse como si toda necesidad estuviese resuelta, es inaudito el desconocimiento popular que desde Miguel de la Madrid ostentan los gobernantes. Pero aun si la sociedad hubiese cubiertos sus exigencias cabría preguntarse: ¿es un país como el del libro de Nabokov el que se quiere?
Juan García Ponce escribe que son cuatro las condiciones que garantizan la felicidad personal: abolengo, belleza, dinero y talento; comentario afín al del cineasta Woody Allen: “el dinero no es la felicidad, pero brinda una sensación tan parecida que yo no sabría distinguir cuál es cuál”. Algunos psicólogos, sin embargo, afirman que la felicidad radica en las relaciones interpersonales y su éxito.
Y, no obstante, la administración de una escuela no dista mucho de la de un país. Como Salinger dice, tanto para aquélla como para éste: “The more expensive a school is, the more crooks it has”: entre más cara es una escuela, más ladrones tiene.