Por Francisco Valenzuela
«Hola Juan Ramón, me llamo Kathia y estoy poseída… ¡por favor ayúdeme!… ¡Ahí viene la sombra! ¡Noooooo!»
Este fin de semana murió el conductor radiofónico Juan Ramón Sáenz, el mítico (en toda la extensión de la palabra) conductor del programa La Mano Peluda, una de las emisiones más exitosas en la historia contemporánea de la radio en México. Juan Ramón llegó a ese programa nocturno en sustitución de Rubén García Castillo (ahora de vuelta), quien creó este concepto bajo la idea de interactuar con un público ávido de fantasías, de leyendas, de mitos.
Escuchar a Sáenz y sobre todo a su público era un deleite para quienes apreciamos la radio en su formato tradicional, ese que apela a la atención absoluta que en consecuencia desborda la imaginación. Ante la eterna basura televisiva y sin el Internet como opción, recuerdo mi adolescencia metido en mi habitación escuchando discos, leyendo libros u hojeando revistas, y cuando las pupilas se cansaban, una buena opción era sintonizar Radio Fórmula justo a las diez de la noche, apagar la luz y sumergirse en historias quizá disparatadas, pero relatadas con la propia verdad de quien las narra.
Niños fantasmas, duendes en las carreteras, castigos por jugar a la ouija o inexplicables ruidos nocturnos eran parte de leyendas contadas con absoluto miedo, con voces quebradizas que de un teléfono se filtraban hacia la amplia cobertura radiofónica. Juan Ramón, siempre respetuoso de su público, intervenía poco, más bien alentaba para que la gente diera cada detalle de ese fenómeno sin explicación aparente. En cambio, sabía rematar con frases elegantes: “Soy Juan Ramón Sáenz y esta es La Mano Peluda… ¿cree usted que está solo?”, lanzaba antes de cada pausa, y tiempo después encontraría otro slogan efectivo y pegajoso: “Aquí se respira el miedo”.
Como siempre pasa, el programa sufrió un desgaste natural y en la última etapa bajo la conducción del hoy occiso, había menos relatos creíbles y demasiadas repeticiones del “caso de Katia”, adolescente enloquecida, poseída por Satanás, y como consecuencia, abundaban en la cabima supuestos sacerdotes que nos incitaban a orar para que la atormentada muchacha encontrara la paz.
La Mano Peluda tuvo su mejor etapa cuando en México no había una guerra contra el narco. Si un taxista se comunicaba con Juan Ramón para contarle sobre un pasajero fantasma, eso bastaba para que se nos pusieran los pelos de punta, la piel chinita. Pero cuando empezaron a aparecer hombres y mujeres sin cabeza por las calles, cuando se abrieron fosas con cientos de cadáveres mutilados y los demonios se identificaron como pozoleros, los relatos de la Mano Peluda perdieron su chiste.
La Mano Peluda se propagó a las portadas de periódicos y a las pantallas de la televisión. El relato de terror se volvió cotidiano, y el locutor, atormentado por el levantón de tantos zombies, perdió brillo, se fue del programa y anduvo por ahí, en cualquier parte, como alma en pena.
El México de hoy, el México narco, es la más escalofriante historia jamás contada en La Mano Peluda.
Pregúntenle a más de 40 mil fantasmas.
Tuiter: @fvalenzuelam