Por Omar Arriaga Garcés
“Tengo boletos a las 8 y media para otra función”, les decía, pero no me dejaban pasar; en parte porque no se podían hacer a un lado, en parte porque no se querían quitar: iba avanzando por la alfombra roja Alejandro Jodorowsky, o eso imagino, porque desde donde estaba nada podía verse, pero era el estreno de su cinta. En medio de los gritos, tuve que darle dos vueltas a Cinépolis Centro y, en un descuido de los hombres de traje y empleados de la empresa que cuidaban la retaguardia, colarme por la puerta de salida.
Aunque pasaba de la hora de inicio, no había empezado el programa todavía en el que, tras la proyección de los cortometrajes, casi todos los realizadores, salvo uno, creo, dijeron utilizar el software Dragon stop-motion para crear sus animaciones; así que todos avisados (o la nueva versión: Dragon frame).Otro rasgo peculiar es que la mayoría, no todos, contaba con alguna beca o apoyo por parte del Imcine, Conaculta, Fonca o algún otro organismo gubernamental. Además, claro, de que el ganador tiene derecho a participar en los Premios Oscar.
Casa triste
El primer turno fue para la Casa triste, de Sofía Carrillo, con duración de 13 minutos, cuya autora dijo ser coleccionista y licenciada en Artes Visuales, tratar de contar una historia con objetos antiguos que remitieran a las distintas emociones plasmadas en el corto a partir de unas fotografías viejas, centrándose en la lucha contra el cáncer, como leitmotiv; ah, y con un buen sentido del humor también pidió al público antes y después de la proyección no temer por lo que vieran en la pantalla ni pensar que estaba loca (alguien podría argüir, por ejemplo, que usó la misma mariposa que el asesino de El silencio de los inocentes en una de las secuencias).
El corto fue algo así como una toy story macabra, con personas muertas merodeando el ambiente, partiendo desde unas imágenes old-fashion, en blanco y negro, con juguetes percudidos, un hurón disecado y muchos muñecos (algunos de sololoy). La historia de amor de los abuelos salía desde los cajones de muebles desgastados en una casa en ruinas, ánimas que pacían un rato para, después, contemplar cómo se deterioraban los diferentes objetos. Se respiraba la tristeza.
Lluvia en los ojos
La historia de una pequeña (Sofía) que tras la pérdida de su abuelo encuentra en el cobertizo a un bebé rinoceronte, al que bautiza como Cornelio, así como el crecimiento físico de éste, es el tema de Lluvia en los ojos, de Rita Basulto, por el que la realizadora ganó el onceavo Concurso Nacional de Cortometraje del Imcine, con los apenas 7 minutos que dura. Habiendo estudiado Artes Plásticas, el trabajo de Basulto pone énfasis en la relación de una tierna niña con un ser poderoso cada vez más grande e imponente al que, al final, debe perder en el bosque, con el riesgo consiguiente que, de permanecer en la casa de Sofía, no quede nada de ella. Sin embargo, el desenlace no será el esperado por la pequeña. Apunte mental: todos los rinocerontes me recuerdan a los dos rinocerontes de Juan José Arreola; el metafórico y el metonímico. Un buen cortometraje.
¿Qué es la guerra?
Otra realización estilo old–fashion, como las dos primeras y como la siguiente en proyectarse, fue ¿Qué es la guerra?, de Luis Beltrán, con una duración de 10 minutos, también en stop-motion. Otra casa en ruinas con una tubería que gotea, una cajita musical vieja, una muñeca rota que baila dentro de dicha cajita, sin diálogos. De repente, se escucha afuera un ruido de sirenas, explosiones, naves aéreas que van pasado y, finalmente, cuando el estruendo cesa, una ciudad derruida por completo.
Electrodoméstico
Quizá fue este el corto que más hizo reír a la audiencia, con un ritmo ágil, elementos ornamentales de los 70 y una historia original sobre un típico matrimonio, narrada en 13 minutos. Arquitecto, de formación autodidáctica en la animación, como casi todos los otros directores, Erik de Luna pone al comienzo de Electrodoméstico unas palabras similares a “Adán y Eva éramos tú y yo, luego llegaron los electrodomésticos”, que sintetizan buena parte de lo ocurrido: un esposo que gusta de ver telenovelas a escondidas, una esposa que lleva las riendas de la casa y tiene un perro chihuahua que molesta al primero mientras mira la tele; un paquete inesperado, una aspiradora altamente succionante y, a mitad de esto, cerveza Minerva de Guadalajara, miradas maliciosas, pelucas que se eclipsan, un tango bailado con sentimiento y un dueño a muerte. Uno de los mejores cortos de esta muestra.
Dry Gulch
El primero de los trabajos que no se centra en el stop-motion, Dry Gulch, dirigido por Alejandro Ayala Alverola en 7 minutos, quien cayó en la animación “de rebote”, es un cartón de trazos fuertes y estilo futurista galáctico al estilo Cowboy Bebop–Bladestar, en un paisaje marciano pero de western, con animales antropomórficos, hongos gigantes, pterodáctilos, jabalíes mutantes, lobos y pájaros supradesarrollados usados como monturas jala-carretas, comisarios y demás parafernalia de Herculoids, Birdman, Fantasma del espacio, las películas de Sergio Leone y cómics postmo.
Moskina
Otro cartón, hecho por Beatriz Herrera Carrillo, con una duración de casi 5 minutos, en blanco y negro, que trata sobre el sueño de una niña que, por andar matando moscas, se ve a sí misma como una mosca que tiene que escapar del gato, los insecticidas, las telarañas, los matamoscas y los pájaros, es Moskina, en el que lo más entrañable, aparte de la niña dibujada con lápiz y tinta china, es la música. Por momentos, parecieran escucharse pasajes de El aprendiz de brujo, de Paul Dukas, música infantil, luego algo de jazz y hasta de alguna obra del Príncipe Borodin. Un corto interesante.
Tierra seca
Uno de los dos trabajos contendientes para quedarse con el primer lugar del Programa de Animación del FICM, Tierra seca, hace gala de diferentes programas de software para dar la impresión de un sueño o una alucinación, durante algunos lapsos, aunque en realidad se trata de otro cartón, con secuencias que evocan la Quinta Sinfonía de Beethoven en Fantasía 2000 (sin querer bromear). Dirigido por Ricardo Torres, de formación autodidáctica, en los apenas 7 minutos que dura el corto éste reinventa por entero el ritual de los Voladores de Papantla, Veracruz, del que extrae todo el simbolismo para dar vida a una búsqueda peculiar: la de la lluvia, en la que con teponaztlis, ocarinas y flautillas, el personaje principal y los espíritus enmascarados de los cuatro puntos cardinales convocan a los dioses al sacrificio. Los campos verdes llenos de maíz y un niño que lo encuentra son los signos más que evidentes de que la ordalía tuvo éxito.
Un día en familia
El otro favorito para ganar la sección de cortometraje: stop-motion, figuras de plastilina, un boxeador que recuerda la noche difícil que tuvo que pasar para llegar a Chapultepec a convivir; todo parece común, cotidiano, “normal”, la niña que quiere que le pinten como mariposa la cara, que quiere que le compren un rehilete, los senos de la esposa en la lancha, la pareja caldeando; un viejo elefante con el colmillo roto, orinando; la niña pregunta entonces si el oso polar del zoológico es amigo de Santa Claus… pero el final es inesperado y, como muchas cosas en la Ciudad de México, la realidad supera a la ficción; de la pintura escénica de la felicidad de los personajes pasamos a las lágrimas, “llévelo llévelo, para el festejo, el convivio, la ocasión”. Un trabajo de Pedro Zulu González, músico de profesión, que en 7 minutos ofrece una narración construida de manera impecable, que tocó fibras sensibles y dejó a los espectadores sin aplaudir durante un momento por la sorpresa.