El poeta, ensayista, politólogo, autor multipremiado y maestro de literatura Leopoldo González recientemente publicó Cuaderno para atravesar la noche, un libro en edición bilingüe ya disponible en Amazon, que por la calidad y hondura de su poesía se coloca en un nivel destacado en las letras mexicanas.
Cuaderno para atravesar la noche es el libro número 28 de la serie de poemarios publicados por la editorial Dark Light Publishing, con sede en Nueva York, y estuvo bajo el cuidado del editor y poeta Roberto Mendoza Ayala. Se presenta al lector en edición bilingüe gracias a la traducción al inglés por parte de Arthur Gatti y el propio Roberto Mendoza.
La ilustración de la portada estuvo a cargo del artista visual Juan Vázquez y en interiores está ilustrado con imágenes de Alonso Venegas Gómez.
El prólogo fue escrito por el poeta y catedrático de la Universidad Michoacana Francisco Javier Larios.
A propósito de su obra, sostuvimos una charla de café con el autor, para ahondar más en la poesía y su pertinencia y necesidad en una época llena de claroscuros.
Sin esperar pregunta de por medio, expresó: “El poeta es el Robin Hood de la palabra, porque siembra y agita en el aire una idea o una metáfora que puede cambiar el mudo. La naturaleza de la poesía tiene la piel de la utopía, porque su hacedor, el poeta, es un soñador o un buscador de lo imposible”.
Jorge A. Amaral: ¿Cómo surge Cuaderno para atravesar la noche?
Leopoldo González: Fue pensado a partir de los tiempos turbios, feos y oscuros que se han vivido desde principios del siglo. Su toque de oscuridad está anclado en el paisaje del siglo XXI y las partes que lo integran se refieren a los temas que más inquietan, hieren y preocupan al ciudadano, al lector, al hombre de nuestro siglo. En cierto modo, el libro es un eco y una respuesta a la oscuridad que nos envuelve.
JA: El libro está dividido en varios apartados. ¿Cada uno fue concebido así?, ¿se fue dando o fue un ejercicio de curaduría de los textos? Porque son apartados muy bien delimitados, aunque conectados entre sí.
LG: Comencé con una idea preconcebida del libro hace seis o siete años, pero afortunadamente esa idea fue alterada por el golpe de la realidad, que me hizo cambiar la idea original y al final termina siendo un libro que recoge vivencias de luz y experiencias de oscuridad.
Estos apartados se fueron dando con base en las vivencias y en la historia cotidiana. Si, por ejemplo, hablo de Dios (“Dios no está disponible”), no lo hago desde el punto de vista mocho o mojigato, ni desde la perspectiva de un Dios del fanatismo, sino en la línea filosófica y panteísta del Dios de Spinoza. Dios está en todas partes: en la planta y el insecto que la habita, en el aire, en el agua, en la gracia y la ubicuidad del gato, en los ojos que hacen suya una ración de mundo, en las presencias, en la oscuridad y en la luz. Pensé en todo eso al hablar de Dios y es este un tema central de la realidad del siglo XXI.
El siglo XX fue el siglo de las tres muertes de Dios, y las tres vinieron desde la filosofía. Yo estimo que debe tenerse cautela con las crisis de la idea de Dios, pues la ausencia de Dios subraya una angustia o una soledad existencial a la altura del hombre. No hay nada más terrible para una sociedad que ser huérfana de Dios.
En la primera parte, “Sendas de andar y ver”, hablo de calles y plazas recorridas con las pisadas del alma y de mi inserción personal en el mundo. El primer poema del libro se titula “Tiene la noche un toque de oscuridad”, donde los primeros versos son una fotografía instantánea: “La más cerrada oscuridad no llega aún / con sus fauces de luna negra / a morder el torso de la noche”. Este poema abre el contenido general del libro.
Creo que la mejor manera de escribir, o el criterio más recomendable para escribir libros de poesía o de filosofía, es la actitud crítica. Sin ella, la poesía está incompleta. Sin actitud crítica, los libros de historia, los ensayos políticos y los textos de divulgación están incompletos o faltos de temple. Sin actitud crítica no podemos denunciar la oscuridad ni iluminar el mundo. De hecho, la bombilla eléctrica de la literatura es la actitud crítica: sin ella no hay luces de mercurio ni de neón para iluminar la página en blanco del mundo. Por eso, es la crítica la que define a este libro en el desarrollo de cada una de sus partes.
JA: En este poemario se percibe un ejercicio de introspección constante, pero mirando hacia afuera, lo que no es privativo del hombre del siglo XXI. Por eso, el libro tiene mucho de atemporal, su aliento, su cadencia, sus imágenes. Podría haberse escrito hace 30 años como pudo haberse escrito ayer.
LG: El libro es un paseo por los interiores humanos, los del lector y el autor poblados de espectros, demonios y fantasmas. El libro nos revela y revela al otro, por eso habla del ser de la vida y la muerte, de las presencias que dan sentido al instante y de la huella invisible del hombre que echó raíces en esta tierra. Desde este punto de vista, Cuaderno para atravesar la noche es un libro con raíces en el interior hombre y en el calor de la tierra.
Como sabemos, cualquier libro trae la huella y el acento de quien lo escribe; por eso, este Cuaderno es la prolongación en bruto de lo que soy, pero también el eco corregido de lo que aspiro a ser en mi escritura. De algún modo, intenta alcanzar al otro extraviado en nosotros y tender un puente hacia el prójimo, porque un libro es siempre el acento único de las voces invisibles de los otros. El interior de cada uno sería muy pobre si no fuésemos la suma de los exteriores que nos habitan.
Cuando me enfoco en el exterior que me rodea, me topo con el mundo y sus realidades desde el asombro y el sobresalto, para interpretar poéticamente la rebelde realidad que nos rodea; para ello, acudo a un mecanismo emocional que tú conoces: ese mecanismo se llama sinestesia. La sinestesia es la capacidad de oír y sentir el mundo. A lo largo de los 7 años que tardé escribiendo este libro, tuve que estar fielmente casado con la sinestesia. ¿Para qué? Primero, para advertir los claroscuros y el enredo del mundo; en segundo lugar, para que en el libro quedara un registro de las fealdades, las oscuridades y los pliegues ocultos de la realidad. Por eso hablo de las sendas de andar y ver, de Dios, de la mujer, del contexto histórico y social, político y cultural del siglo XXI.
El libro es una combinación de sensibilidad, capacidad imaginativa y experiencia de autor para leer el mundo; sin esto, el libro no existiría.
Percy Bysshe Shelley, en su ensayo clásico Defensa de la poesía, dice que “el atributo profético es de poetas. Un poeta participa de lo eterno, de lo infinito y de lo uno”. En el ensayo de Shelley están fijas las dos coordenadas de filosofía que permean a Cuaderno para atravesar la noche: la sustancia de lo Uno, que es de Plotino, el más clásico y profundo de los filósofos griegos, y la esencia de lo Otro, que proviene de Pitágoras y Heráclito. Los filósofos de lo Uno y de lo Otro: Plotino, Pitágoras y Heráclito, son los parámetros y los rieles conceptuales de Cuaderno para atravesar la noche.
JA: El poeta enfrentado al mundo para a partir de ahí hacer un ejercicio introspectivo, me lleva a la idea de que el poeta es un ciudadano del mundo, en el sentido de que se gesta y se amamanta en el polvo del mundo para, a partir de ahí, crear su universo poético.
LG: A cada uno nos toca -como observa O. Paz- “una ración de mundo”; por eso nos corresponde reflejar sus pliegues de oscuridad y ser una tentativa de iluminación del mundo. Si el poeta únicamente se solaza, se llena y se permea de la oscuridad del mundo, pero no lo ilumina, no hay poeta. Si hay oscuridad en el mundo (¡y vaya que en el mundo del siglo XXI abundan los pliegues de sombra!) el deber esencial, ético, estético y existencial del poeta es iluminar al mundo; por otra parte, esta labor es la que hago como poeta, ensayista, politólogo y maestro de literatura.
JA: Y sin embargo el poeta tiene una deuda con la belleza…
LG: Lo significativo de escribir poesía, de dedicarle tiempo noble y tiempo rudo a la literatura, radica en que nuestra vida como autores no es sino una travesía en busca de la belleza que hay en el mundo.
Un ideal de belleza rige el desarrollo de la poesía a través de la historia, pues sin la metáfora de la belleza en cualquiera de sus formas no habría poesía. Esto lo supieron Ovidio, Hegel, Nietzsche, Taine, Brecht y los más grandes filósofos de la modernidad. A cambio, los poetas sabemos que la poesía es filosofía condensada y que escribir poesía es un acto de servicio al hombre.
Es tanta la fealdad que afea al mundo, que la belleza se nos debe convertir en obsesión a la hora de escribir. Si en esa obsesión por encontrar la belleza logramos conjurar la fealdad del mundo, habremos logrado borrar o trastocar un poco los pliegues incómodos de la existencia, sus pliegues de oscuridad, con la pócima literaria de la iluminación. Pero esa iluminación tiene que ver con la creación persistente y la búsqueda obsesiva de atmósferas de belleza, para contrarrestar o conjurar la fealdad del mundo. Como dice el mismo Shelley: “El objetivo fundamental de la poesía es buscar el sentido de las cosas y de la vida, y en ese sentido de las cosas y de la vida encontrar la belleza”.
JA: El poeta como catalizador, termómetro, espejo.
LG: Veo al poeta como un cable de alta tensión, como el nervio más sensible de su tiempo y de su generación, transfigurado en la aventura de captar y de reflejar al mundo: si logra iluminarlo, ahí está la tierra firme de un ideal de belleza.
Me parece que la poesía no termina en ella misma. Un poema no termina de escribirse sino en la complicidad creadora del lector. Un libro es una obra inacabada si no tiene lectores: ejercicios que surgen en la soledad creativa del autor, el poema y el libro son obra del tiempo y sólo se realizan en la mirada del otro. Mientras haya autor, pero no haya lector, el poema y el libro están incompletos. El deber de la poseía en nuestro tiempo es ser un acto de servicio al hombre.
JA: La necesidad y la pertinencia de la poesía, ¿siguen vigentes?
LG: Sin poetas la cultura estaría incompleta. La poesía nació como “poiesis”, junto con el “polemos”, la polémica, en la génesis de la Grecia antigua. Desde entonces, la poesía ha sido un soporte, una guía y un trazo para moverse en el mundo.
La gente que vive la historia en cualquiera de sus formas, la padece. La historia es un padecer, aunque también un disfrute. En cualquier momento de la historia, es el contacto con la poesía lo que nos vuelve más plenos. La poesía sirve para ver el mundo con los ojos del corazón, para conectarnos con la parte de dioses que nos constituye, pues nos abre a un afán de trascendencia en el que tal vez estén las respuestas que ignoramos.
JA: Cualquier noche del hombre tiene una salida posible, esa salida ¿apunta hacia la luz o qué es lo que busca?
LG: La noche no es un callejón sin salida ni una encrucijada. Es una estación del viaje y un capítulo que de cualquier manera ha de vivirse: los hilos de una sombra temporal pueden ser la boca de la negrura, o quizás también un hilo de esperanza. Hölderlin lo expresó de este modo: “Porque donde está el peligro / ahí nace lo que salva”
Se tiene la idea de que la noche es fatalidad, o un reto infranqueable e invencible. Esta idea tiene sus “asegunes”: la mejor prueba de que la noche no es irrevocable ni permanente es que las tinieblas no han logrado vencer la capacidad de respirar, ni la de soñar ni la fantasía que hay en el hombre. La vida vale la pena de vivirse como lección y aprendizaje que nunca termina.
JA: Entonces, con este Cuaderno atraviesas la noche hacia la luz del alba…
LG: Tenemos una gran urgencia de fuentes y asideros de luz en el siglo XXI. Al escribir este libro, yo traté de ser topo de oscuridad sin dejar de escarbar en las costuras de la luz; quise contribuir a poner en claro las sombras que nos envuelven. Por difícil o imposible que parezca, todos podemos encontrar un gramo de luz en la palabra.
Imagen superior: Justin S. Campbell / Flickr