La poesía tiene su gracia, pero los poetas de la modernidad, desubicados en espacio y tiempo, se han encargado de desvirtuarla, para ejemplo está la literatura de aquellos vates que se obstinan en seguir escribiendo como Amado Nervo o como Sor Juana Inés de la Cruz.
Por Jaime Garba
“Tú escribes bien bonito”
Vox populi
Utilizan versos rimbombantes cuya analogía vendría siendo la música contemporánea; suena bien, pero nadie sabe de qué diablos trata.
La culpa no la tienen ellos, sino la colectividad que se ha encaprichado en seguir colocando en el trono de la literatura a este género al cuál pocos logran acceder para hacer de él un lenguaje comprensible. Claro, no todo está mal, y tal vez ni siquiera lo esté, pero el simple hecho de que se hable de la lejanía de la poesía con su público ya dice bastante. Y es que como diría mi abuelita poeta, qué necesidad existe de trazar textualmente paisajes oscuros, alejados del sentimiento común, del alma de los mortales incapaces de ver en la luz de la poesía más que la oscuridad de la misma, ¿ven?, así es la poesía hoy, retórica.
Por qué muchos poetas quieren impulsar el género desde la trinchera de la divinidad y el paradigma, ni siquiera lo hacían escritores como Francois Villon, quien concebía la poesía como un confesionario, como el medio ideal para ser escuchado por los otros, por lo tanto se exigía claridad y conciencia; o John Keats, cuyo mayor anhelo en su poesía se encontraba en transmitir, gracias a la lejanía geográfica, el sentido del amor a la mujer deseada, y por ende recurría a un lenguaje estético (bonito y romántico) pero accesible; será que ellos como Rimbaud, Mallarmé, Whitman, Ginsberg, Alejandro Aura, Rubén Bonifaz Nuño, Ernesto de la Peña, entre muchos otros, hasta hoy en día, lograron comprender que la poesía no es un escalón menor o mayor en el universo literario, sino una forma más, de las muchas que hay de comunicación, donde cada elemento del mundo real (o del universo) y de lo onírico sirve como construcción de un algo que debe por sí mismo tener valor.
La poesía en nuestros tiempos sufre un desgaste (crisis le dirían muchos) considerable, tanto en lo editorial como en las relaciones con los lectores, y este aislamiento gradualmente está costando caro para quienes se dedican a ella, como diría Vicente Quirarte, con seriedad y el compromiso debido. Es tiempo quizá de ser más críticos con los poetas y ser más críticos como lectores de poesía, para intentar entre todos los interesados redirigir su rumbo, que con el paso del tiempo podría la poesía pasar a convertirse en mero símbolo de apreciación o de acercamiento como historia de la literatura, tan alejada de sí, de sus adecuados aires, de la practicidad con la que fue concebida por todos aquellos poetas que han atinado en apropiarse de ella para los fines correspondientes.
Si usted lee por allí versos cuánticos incomprensibles a la psique o párrafos que le salpican de miel hasta el empalago absoluto, no dude en escribirle a ese autor para exigirle una explicación al respecto, o si ve a un caballero andante de boina negra, cigarro en mano y voz seductora recitando poemas floridos y rojo pasión a cuanta dama quiere llevar a la cama, denúncielo con quien más confianza usted tenga, hagamos patria entonces, y no leamos a esos poetas, que para eso no se inventó la poesía.