La migración es uno de los temas más controversiales del mundo actual. Conflictos bélicos, persecuciones religiosas o raciales, pobreza extrema e incluso catástrofes ambientales han provocado que muchas personas abandonen sus lugares de origen en busca de mejores condiciones de vida.
Diariamente, cientos de miles de migrantes en todo el mundo deben enfrentar el rechazo, el hambre y la incomprensión. Todo como producto de las deficientes políticas migratorias, la ignorancia o la más burda xenofobia. En las últimas décadas, el tema ha sido una constante en el cine, en donde se ha retratado, con mayor o menor acierto, el drama cotidiano de estas personas.
Limonada (Lemonade, 2018) nos muestra una variante interesante: la migración de Europa del Este hacia los Estados Unidos, la cual tiene sus particularidades si la comparamos con la migración latinoamericana, debido a las obvias diferencias geográficas y culturales. Éste es el largometraje debut de Ioana Uricaru, cineasta rumana afincada desde hace ya varios años en California.
El guion, obra de la propia directora, sigue los pasos de Mara, una enfermera que ha llegado a los Estados Unidos por una oferta de trabajo temporal. Poco antes de que su visa expire, inicia una relación y se casa apresuradamente con un ex paciente. Los apresurados trámites para obtener un permiso de trabajo levantan las sospechas del agente de migración que lleva su caso y las cosas se complican con la inminente llegada de su hijo menor de edad. Éste será el inicio de una serie de obstáculos que revelan cuan complicada es la inmigración en la llamada “Tierra de oportunidades”.
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Para escribir el guion, Uricaru se inspiró en historias de inmigrantes europeos que habían pasado por un calvario similar a la hora de solicitar permisos de trabajo y residencia. La propia directora pasó por una serie de situaciones desalentadoras antes de lograr establecerse de manera definitiva. Ante la frustración, recibió un típico consejo estadounidense: “si la vida te da limones, haz limonada”, frase que utilizó para el título y a la que le dio un sentido irónico en el último tramo del metraje.
A pesar de ser una coproducción internacional, Limonada cuenta con el sello inconfundible del nuevo cine rumano. No solo toca un tema de importancia universal, sino que además recrea la pesadilla burocrática que forma parte de la vida cotidiana de millones de personas. Es la misma que ha sido retratada previamente por cineastas rumanos en su propio país (“yo pensé que estas cosas no pasaban aquí”, se queja amargamente Mara en una de las escenas). Además, comparte el estilo austero, casi documental, característico de esta corriente cinematográfica.
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Resulta elocuente el hecho de que la producción debió ser rodada en Canadá debido a problemas de visado. Llega justo en el momento en el que las políticas migratorias de Estados Unidos se han recrudecido de manera alarmante, convirtiendo a los inmigrantes en el sector más vulnerable de la sociedad. Algo que se ejemplifica muy bien en el inicio de la cinta, cuando a Mara se le aplica una vacuna sin su consentimiento. Y no para ahí, la escalada de abusos va de una vacunación no consentida a un cínico agente de migración que pide favores sexuales a cambio de apoyar su trámite.
La ópera prima de Uricaru funciona en dos vertientes. Por una parte, se suma al debate de un tema actual y necesario, pero al mismo tiempo establece los elementos de un drama personal del que se puede o no, salir bien librado. Y es que, aunque la vida ofrezca limones, no siempre se puede hacer limonada.