Por Amandititita
El licenciado nos invitó una copa en un bar de Insurgentes, hasta ese día, tengo que aceptarlo, yo no creía en Dios.
Me costó mucho trabajo convencer a Paulina de que nos acompañara, ella sostenía la premisa de no combinar el placer con los negocios. Después de insistirle mucho, casi rogarle, aceptó.
El licenciado llegó al bar acompañado de su asistente, inmediatamente me lo enjaretó y se puso a platicar con Paulina.
Una botella de Solera, y el placer se mezcló con los negocios. Paulina sentada en las piernas del licenciado, ascendía de puesto, mientras tanto, yo trataba de escapar del asistente que con los dientes sucios de cáscaras de cacahuates pretendía darme un beso. Le dije que iba al baño y me salí del bar, lo único que quería era un cigarro, saqué de mi chamarra los Marlboro, y al querer encender uno, me di cuenta de que no traía encendedor.
Con el cigarro en la mano, caminé algunas cuadras, las calles estaban vacías, y todos los lugares cerrados. Entonces como buena borracha, quise un milagro, mirando hacia el cielo dije :
— ¡Ay, Dios mío, si de veras existes, mándame fuego!
Y sucedió….Al final de la calle oscura, vi aparecer una deslumbrante antorcha de fuego. En torno a ella, cientos de personas peregrinaban entonando cantos religiosos.
Me acerqué preguntando que estaba sucediendo, un cura me respondió entusiasmado.
—Es la Antorcha Guadalupana, hija, una vieja tradición, hacemos procesión desde aquí hasta los Estados Unidos, en el camino rezamos a la Virgencita para que no les caiga la migra a nuestros parientes y seres queridos.
— ¡Ay, padre, esta es la respuesta a mis plegarias!
— Y a las de muchas más, hija mía.
Se inundaron mis ojos de lágrimas, corrí entre las devotas tras la antorcha, hasta que una monja al ver mi emoción me preguntó si quería llevarla.
— ¿En serio? ¿Yo?
— ¡Si, hija, toma!
Al sostenerla, el calor de la llama no solamente iluminó mi rostro, encendió mi corazón y entonces, prendí mi cigarro.