Por Víctor Rodríguez Méndez
Cuentan que alguna vez le preguntaron al entrenador italiano Arrigo Sacchi, antes de disputar una final de Copa de Europa, qué pasaría si perdía su equipo. “El sol volverá a salir, la Tierra seguirá girando, nada grave”, respondió Sacchi. Si dejamos fuera toda clase de patriotismos y fanatismos ideológicos, poco importa que Italia y Holanda queden fuera de una competición importante, o que México pase o no de octavos de final, o que Senegal y Dinamarca lleguen a una gran final. Lo que importa es que el deporte recobre para todos la verdadera dimensión del hombre con imaginación, creatividad, integridad y su valor de resistencia.
Creo aún que el futbol nos ofrece una promesa de convivencia y espíritu deportivo. Con una política venida a menos y la Iglesia católica y las instituciones en general estén sumidas en una de sus peores crisis, no me queda duda de que en estos tiempos apostarle a una camiseta y arengar la victoria parece más digno que ir y tachar una boleta.
Nadie me quita de la cabeza de que el futbol será siempre la mejor —y a veces la única— religión. Inició la Gran Fiesta y es motivo de regocijo y oraciones. Rezo porque el futbol esté por encima de los intereses mezquinos de los mercaderes de FIFA y de la violencia extradeportiva. Rezo porque cambie de una buena vez la actitud del futbolista conformista, agachón, conservador, pusilánime y tibio, cuyo sinónimo es precisamente el futbolista mexicano. Rezo también porque la Selección Mexicana logre por fin una buena actuación con base en una actitud de triunfo y disciplina, y que de paso las estructuras del futbol profesional y la estructura del deporte en México sean capaces de soportar nuevas mentalidades de jugadores y deportistas. Rezo por la victoria de los buenos, y a veces también de los malos y de los feos, y no siempre de los favoritos.
Y, sobre todo, rezo desde ahora porque el Mundial de Rusia 2018 no nos deje huérfanos de figuras como Beckenbauer, Pelé, Maradona, Zidane, Figo y Ronaldinho, seres extraterrestres cuya divinidad futbolera será siempre agradecible como ver una flor crecer en el desierto. Y que florezca la llama inmaculada y eterna del mejor de la historia: Messi. Que con un título mundial o no será el único motivo que me enorgullezca ahora de ser un vil villamelón de este llamado sabiamente por Ángel Fernández como el “juego del hombre” (sin apostillas feministas, por favor). Voy, pues, con Messi, sí o sí, y para sí.
Imagen superior: Fahimed.