No haber sido apasionado por el futbol desde pequeño, es probablemente una derivación consecuente de los gustos deportivos de mi padre. Era más común ver o hablar de Ron Guidry, Dave Righetti, Alfonso Pulido ó Herschell Walker que de Eduardo de la Torre, Javier Aguirre, Manuel Negrete, Pablo Larios o Carlos Hermosillo.
No había cumplido ocho años y difícilmente en mi horizonte veía un balón de futbol cercano. Años después pasarían por mis pies y manos los de basquetbol, americano o béisbol, boliche, tenis o squash, pero nunca el balón de futbol. Empero, escuchar los temas musicales ¡México 86!, El equipo tricolor tiene mucho corazón y en la cancha lo demostrará o la Chiquiti Bum a la Bim Bom Ba, así como el todavía entrañable y abominable bilingüe Joe Hood cantando Bienvenidos, bienvenidos, México recibe a sus amigos, Mexicou is waiting, waiting for all of you, provocaba que, a fuerza de repetición y constancia, los medios (televisión y radio) nos contagiaran de la famosa fiebre futbolera.
Tal vez por juventud, tal vez por olvido, pero no recuerdo que la muerte de Juan Rulfo en ese mismo año haya sido motivo de conversación. Lo que sí recuerdo, es que ETA detonaba bombas en el País Vasco y que en la radio se escuchaba The final Countdown.
Era martes cuando México jugó su primer partido. Un amigo y yo especulamos que no habría forma de ver el partido mas que «salándonos» la clase y viéndola en casa. Mi casa, obviamente. La primaria Rector Hidalgo estaba a unos pasos de mi casa. No sabíamos por qué, pero sabíamos que teníamos que ver el partido. Compramos botana. Dos niños de ocho años haciendo cosas de veinte o treintañeros. Ese día fue, probablemente, un primer toquido a la puerta de la adultez.
México ganó 2 a 1 a Bélgica. Había esperanza. Al día siguiente, fuimos a la primaria. Nuestros compañeros se rieron de nosotros porque las clases se suspendieron y habían visto el partido en el salón. Un compañero me presumió haberle visto los calzones a la niña más linda del salón. Otros se quejaron de no haber visto bien el partido. Nosotros nos preciamos de haber evadido a la autoridad y no recibir ningún castigo.
México v Alemania
Era sábado. Lo recuerdo porque tenía que ir a los **** scouts, usar short y camisola azul, gritar ¡manada, manada, manada! Mis padres, que en ese entonces tendrían 40 y tantos, manejábamos hasta la colonia Chapultepec, en la calle Fernando Montes de Oca, a unos pasos de la preparatoria 3.
Teníamos dos coches, ambos de la marca American: Rambler y Gremlin. El Gremlin en el que nos desplazamos ese sábado 21 de Junio tenía dos puertas, 6 cilindros y 3 velocidades además de la reversa. El resto del equipamiento era una pequeña televisión que funcionaba también como radio y que conectamos a la corriente del coche para poder tener señal. Recuerdo la tristeza no en carne propia sino por ver los rostros decepcionados de los 5 o 6 que estábamos en la banqueta, al lado del coche, viendo el partido. No sabía si la esperanza debía depositarse en el futbol, pero sí sabía que la ilusión era algo más que esperar a los Reyes Magos.
¡Argentina campeón!
Compramos cacahuates japoneses en la tienda del ISSSTE que se localizaba sobre Avenida Acueducto, a unos metros de la escuela de veterinaria. Junto a los cacahuates, probablemente refrescos y cervezas. Y un libro para colorear que al que le dediqué todo el partido, sentado en una pequeña silla. Teníamos una televisión Sony, a color, ¡por fin a color! La habitación daba a la calle. Mi papá, ese que nunca veía futbol, estaba más emocionado que yo. Ahora es al revés. Mi mamá apoyaba con entusiasmo.
Yo coloreaba el libro, comía cacahuates y tomaba refresco. No recuerdo nada del partido. Solo recuerdo que cuando terminó, mi papá se levantó eufórico, como pocas veces, gritando: ¡Argentina, campeón! Yo recuerdo haberlo visto y seguir coloreando, sin entender qué significaba. Y aún todavía, sigo sin entenderlo.
Años después
Pocos como Marcel Proust saben lo que significa masticar los recuerdos. Mientras escribo esto, me alborotan las moscas benignas de la memoria. No sé si la televisión era a color o no, pero sé que alrededor de mi familia siempre hubo ese epicentro que después se convirtió en la máquina fabulosa de contar historias, primero en videocasettes, luego en Laserdiscs, después en DVD’s y Blurays y al final en plataformas que se alimentan de la nube y de nuestras historias.
El futbol, tal vez por fortuna, me vino tarde. Italia 90 lo recuerdo porque un amigo me pidió que grabara en casette el CD de The Wall que había comprado. Mi primer CD en la vida. Mi segundo recuerdo, es haberlo entregado en Estados Unidos 1994. Me dijo mi amigo entregar ese casette era igual a volverse aficionado al futbol: mejor tarde que nunca.