Por Raúl Mejía
Hace unas semanas despaché dos libros: Fortuna, de Hernán Díaz y El día que aprendí que no sé amar, de Aura García Junco. El primero lo compré porque el tema del dinero y sus efectos en la vida de la humanidad (ya no se diga en la de cada uno de nosotros) es cotidiano y, además, recién terminó la serie Succession en donde ese medio de intercambio, el billete, juega un papel estelar.
Empecé la lectura del libro de Hernán y ¿qué creen? Pues sí, una semana después le dieron el premio Pulitzer al autor. Es una novela interesante, aunque en ratos me parece innecesariamente engorrosa. Incluso hay pasajes que parecen errores de impresión o compaginación, pero todo es parte de la trama.
Caso diferente es el de Aura García Junco, cuyo libro leí casi de un tirón. Es un ensayo divertido, profundo, polémico y escrito de una manera harto original, en donde se cuestiona al amor romántico y la exclusividad en la pareja a partir de la experiencia de la autora en esos campos.
Muy bueno, de verdad. Lo recomiendo ampliamente.
“¿Y ora qué hago? -me pregunté cuando terminé de leer el de la mujer que se dio cuenta que no sabía amar. No tenía ninguna recomendación de algún amigo lector y opté por navegar en Google para ver qué encontraba. Así, me topé con una reseña sobre la novela de una autora rusa de quien algo había leído en revistas electrónicas. El libro recién había aparecido en español y no llevaba ni un mes en el mercado. Se llama Una carpa bajo el cielo.
Para no errarle me puse en contacto, vía whatsapp, con Jorge Bustamante, un amigo vinculado a la literatura rusa en cuerpo y alma. Apenas había leído unas cien páginas de la novela, pero quise saber la opinión de ese chico y le escribí: “Jorge, empecé un libro que se llama Una carpa bajo el cielo. Como muchos rusos, la autora se despacha un libro de casi ochocientas páginas pero con esos tipos nunca te decepcionas. Son dueños de una cadencia, un ritmo y una profundidad que no capto en otras lenguas (¿será por la calidad de las traducciones?).
No sé si la conozcas. Nació -creo- en 1943 y la suya es, como se dice, una novela coral sobre tres amigos. La historia comienza el día que muere Stalin y se detiene, con detalle, en las décadas de los setenta y ochenta del siglo pasado. ¿Conoces a esa escritora? Se llama Liudmila Ulítskaya. Si no, te la recomiendo”.
“A vuelta de correo” me llegó una batería de información y comentarios de Bustamante. Me envió, en sendos archivos, todo lo que quisiera saber de esa autora, pero temía preguntar. Sólo le faltó decirme que era su amiga de toda la vida.
Con los autores rusos uno se intimida. Son una especie de cimas accesibles a espíritus tocados por los dioses. Alguien dice “Tolstoi” o “Pushkin” y las cosas se ponen densas. Eso me pasa con los escritores clásicos, pero las cosas no han cambiado con los actuales, aunque éstos son un poco menos intimidantes. Lo digo porque hace unos meses di cuenta de dos: El día del oprichnik, de Vladimir Sorokin y Cruces rojas, de Sasha Filipenko, ambos excelentes, aunque mi sensibilidad sufrió un serio daño colateral con el segundo. ¡Qué libro tan intenso y cabrón, se los juro!
A los pocos días, inmerso en la carpa de Liudmila, pensé que Alexandra Sapovalova, una amiga aferrada con los libros, estaría encantada con la novela de marras (la de la carpa pues) le escribí emocionado y sí, lo compró. Seguro ya lo terminó.
La novela empieza el día en que “el padrecito Stalin” muere… o el día que los rusos fueron informados que se había calaqueado porque el dictador tenía varios días en el formato cold o, si lo prefieren, frozen.
Trata de la vida de tres amiguitos -Misha, Sania e Iliá- quienes en ese momento (1953) iban a la misma escuela. Todos alrededor de los doce o trece años. Unos adolescentes raros. Les gustaba leer, la fotografía y la música; eran víctimas de lo que ahora se conoce como bullying y que entonces se solucionaba a madrazos -como ocurría en México en la época romántica del abuso escolar administrado por los gañanes habituales. Es, pues, la historia de esos chamacos a lo largo de muchas décadas. La crónica termina en enero de 1996, el día en que Joseph Brodsky muere en Nueva York.
Una novela de esas conocidas como “corales”, es decir, salen un chorro de personajes. Tantos, que me hacían regresar varias veces para saber quién era quién. Al final opté el método analógico: anotar en una libreta resúmenes de cada capitulo con su respectivo índice onomástico y comentarios personales porque aquello se estaba poniendo muy espeso, se los juro. Unos personajes entraban, luego desaparecían y se presentaban otra vez, doscientas páginas adelante, muy tranquilos, como si uno, como lector, los hubiera visto cuatro páginas antes. Un coro con docenas de empalmes: un acontecimiento relevante en la vida de Misha, por ejemplo, es retomado, años más tarde, desde la perspectiva de otro personaje en donde Misha apenas es una presencia tangencial.
¿De qué va, pues, la historia? De la cotidianeidad soviética, sobre todo de la etapa en donde Nikita Jrushchov y Leonid Breznev decidían destinos familiares y personales. En ese entorno, las vidas de los tres amigos permiten asomarnos a una sociedad vigilada, sometida al Estado en todos los ámbitos. Se trata de la cotidianeidad en los hogares, del miedo de ser acusados como enemigos de la Unión Soviética, de los allanamientos de moradas por “quítame estas pajas” y los empeños (el sueño, mejor dicho) de tener un departamento menos jodido y que sólo el Estado otorgaba bajo criterios inescrutables; del temor por ser deportado a los gulags por casi cualquier motivo… puros usos y costumbres del socialismo real (decir que era comunismo es un exceso).
A través de la vida de Sania, Iliá y Misha somos testigos de cotidianeidad de varios estratos sociales de la URSS…o mejor: de cómo se asumía, en la cotidianeidad familiar, en la escuela o con los amigos, el acoso del Estado sobre cada individuo. Es una novela en donde la literatura tiene un papel protagónico excepcional y el rol de esos amigos, al estar involucrados en “la resistencia”, nos dejan ver la relevancia de la divulgación de novelas, poemas y ensayos a través de la “cultura del Samizdat”, es decir, la transcripción a mano (o a máquina) de, por ejemplo, Doctor Zhivago o Archipiélago Gulag, libros cuya lectura, clandestina necesariamente, podía llevar a la cárcel a quienes se pillaba leyéndolos o haciéndolos circular.
Una nota extraída del apéndice cronológico al final de la novela, menciona lo siguiente: “1973. Se inicia una campaña contra Sájarov y Solzhenitsyn. Tras cinco días de interrogatorios, E. Voroniankaia, ayudante y mecanógrafa de Solzhenitsyn, revela el escondite de Archipiélago Gulag y se ahorca”.
A través de la vida y vicisitudes de numerosos grupos de personajes educados y rebeldes, vivimos las peripecias que se emprendían para conseguir un empleo, para casarse, el peso de las tradiciones en los pueblos alejados de ciudades importantes, la relación con los padres, el temor permanente a cometer un error administrativo que le cambiara la vida (para mal) al infractor, de la burocracia dorada, de la marcada separación entre las clases sociales, del exilio… de todo pues, pero, les digo, es muy importante el rol que la literatura desempeñó en los años comprendidos en la novela de Liudmila.
La novela de Pasternak, Doctor Zhivago, se tenía lista para su publicación en 1955 pero fue prohibida. El periplo para lograr sacar de la URSS el manuscrito original ocupa buena parte de uno de los capítulos y parece un thriller.
Esa novela, finalmente, fue publicada por Feltrinelli en 1957. Al año siguiente le otorgaron al buen Boris el Premio Nobel que tuvo que rechazar (ver “nota al final”). De no hacerlo, sería desterrado como Mandelstam u obligarlo al suicidio como Marina Tsvietáieva o soportar el acoso infligido a Anna Ajmátova. Doctor Zhivago pudo publicarse en Rusia hasta 1988. Si se animan, hay un ensayo muy bueno sobre Pasternak en este link.
Una carpa bajo el cielo no es una novela de denuncia. Liudmila sólo expone los hechos como los recuerda o los recrea. Lo menciono porque la vida de uno de los personajes (Iliá), quizás la más intensa de los tres amigos, pasa por momentos dramáticos y no hay un juicio de valor explícito respecto a lo que le ocurre. Sólo se expone. Nos asomamos a docenas de hogares, de costumbres, de tradiciones, de árboles genealógicos, de amores, traiciones y miedos.
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No podría decir, en su sentido literal, que la novela tiene un final. Simplemente cesa luego de una larga y emocionante conversación entre Sania y su prima Liza en Nueva York. Son muchas las ocasiones en que he lamentado que mi “educación musical” sea tan chafa o de plano inexistente porque las analogías que los primos hacen, en el capítulo final, entre los cambios políticos en el mundo (y Rusia en particular) y la forma en que éstos son vinculados a varias formas y estructuras musicales -también en inexorable transformación- fue un alucine aun cuando de música sé menos que nada.
Un resumen de esta deliciosa historia lo hizo alguien que no firmó el artículo. Lo transcribo:
“Una ventana a una época convulsa que, de forma inexorable, marcará las vidas de los tres amigos. Una carpa bajo el cielo es una historia de historias, un retrato magistral de la psicología humana que plantea complejas cuestiones vitales y filosóficas como el perdón, el coste (a veces insoportable) del paso a la madurez, la lealtad, la amistad y el amor”.
Es un libro retador y para “lectores de alto rendimiento” aunque admite advenedizos como quien esto les chismea aunque, seré honesto con ustedes, no es un libro apasionante, con tensiones narrativas apenas soportables. Para nada. Si les dan ganas de despacharla, prepárense para una lectura morosa. Ha de leerse con calma, sin aceleres y una libreta a la mano para anotar los personajes… o no anotar nada y dejarse llevar por las tramas (que son muchísimas). Al final, cuando iba por la página 500, decidí dejar de lado las anotaciones en mi libreta y sólo me dejé llevar.
¿Dónde conseguir esta novela?
Ojalá se encuentre en algunas librerías de esta ciudad, aunque lo dudo, pero pueden pedir por correo la edición en papel a Gandhi o Amazon, por ejemplo. Si son aficionados a leer libros electrónicos, es fácil. Lo piden y ya. A leer.
Me informan que Liudmila es una candidata al Premio Nobel.
Ojalá se lo den.
Lo honraría.
Nota al final:
Pasternak terminó de escribir la novela en 1955 y la entregó, para su publicación a la Editorial Gozilisdat. Los editores soviéticos se emocionaron con el tema, la trama, lo épico de la historia y todos los detalles, pero luego de algunas consultas en niveles burocráticos más altos, les develaron La única Verdad Verdadera: la novela era abominable, un asco y una afrenta nacional. La editorial agradeció a la burocracia soviética por su generosidad al quitarles la venda de los ojos que les impedía ver que Doctor Zhivago era infame, apestaba y decidieron que mejor no la publicaban.
En mayo de 1956, luego de una saga de secretos, mensajes en clave, citas en lo oscurito y a través de un periodista italiano empleado en Radio Moscú, Sergio D´Angelo, las cuartillas escritas a máquina llegaron a las manitas de un joven llamado Giangiacomo Feltrinelli.
La Editorial Gozilisdat se entera y le pide a Feltrinelli que le devuelva el original para hacerle “algunas correcciones”. Pasternak, apanicado (con sobrados motivos) le pidió a los italianos que no la publicaran hasta que el gobierno soviético decidiera el destino del libro.
El magnate editorial, comunista químicamente puro (pero no tan ideologizado) sabía cómo actuaban los rusos en estos asuntos de la defensa de los mitos revolucionarios y en 1957, en contra de los deseos de Boris, publica la historia de Lara y Adréyevich Zhivago. De volada se traduce a 18 idiomas.
Al año siguiente le dan el Nobel al buen Pasternak pero el Estado soviético convence al autor, con los métodos tradicionales, de rechazarlo.