Más de un mes tuvo que pasar para que llegara a la cartelera la primera gran película del 2016, Mustang: Belleza salvaje (Mustang, 2015), ópera prima de la directora y actriz francesa de origen turco Deniz Gamze Ergüven.
La cinta fue presentada en la pasada edición del Festival de Cannes, en donde fue bien recibida por la voluble comunidad periodística que cubre el evento. Recientemente su nominación a los premios Oscar como mejor película de habla no inglesa, ha impulsado su exposición en los medios de comunicación y ha forzado, por decirlo de alguna manera, su estreno comercial en nuestro país.
Hace unos años la propia Ergüven hizo un pequeño papel en Augustine (2012), primer largometraje de la directora Alice Winocour. Tiempo después, ambas se reunieron para escribir el guion de Mustang, situando su relato en un pequeño pueblo turco a orillas del Mar Negro. En ese lugar viven un grupo de cinco hermanas huérfanas criadas por su abuela y vigiladas por un tío conservador y miserable. Los rumores de un inocente juego después de clases sellarán el destino de las chicas. Serán obligadas a dejar la escuela y prepararse para un futuro matrimonio arreglado. Aunque cada una a su estilo, opondrá resistencia a las costumbres de la rígida sociedad de la que forman parte.
El título hace referencia a los mustangos o mesteños, caballos salvajes que habitan en las praderas de Estados Unidos y que se caracterizan por su fortaleza física y su indocilidad. El filme toma como punto de partida la idea de mostrar lo que significa ser una mujer en la Turquía actual. En ese sentido, al presentarnos a un grupo de chicas con importantes diferencias de temperamento, la película nos ofrece una mirada a los distintos destinos posibles para una mujer en ese país euroasiático, pero sin perder de vista la idea de rebeldía, de sublevarse contra lo establecido.
En vez de convertir la frustración en melodrama telenovelero, la cinta tiene el acierto de relatarnos la historia con agilidad y cierta dosis de humor. A diferencia del matiz estilizado de Las vírgenes suicidas (The virgin suicides, 1999), la referencia inmediata que viene a la memoria, la obra de Ergüven prefiere una puesta en escena más dinámica, con la cámara en mano, para estar acorde con el vigor que despliegan las hermanas. La impresionante y luminosa escena de apertura se transforma en tonos oscuros conforme se recrudece el encierro forzado de las bellezas turcas, pero sin perder la esperanza de llegar a Estambul, la ciudad más cosmopolita de Turquía.