Por Darío Zalapa Solorio
A mi loquera le parece normal que quiera cortarme la lengua. A mí no. Estoy en un psiquiátrico, pero eso no es escusa para estar loco. Por mi parte, quiero cortarme la lengua: sacarla de tajo y medio-ahogarme con la sangre; no pretendo morir, sólo cortarla y ver cómo le haría para hablar.
A mi loquera le parece raro que insista en hablar por teléfono. A mí no. Si mi psicosis no me engaña, no tengo nadie a quién llamar. No entiendo esta-necesidad-mía por tener la bocina en mi oreja. Eso me hace considerar la idea de nunca salir de aquí y, más aún, el no saber cómo hablaría con una boca sin lengua.
A mi loquera le asusta un poco que sea tan agresivo. A mí no. Bien puedo partirles la cara, la espalda y las rodillas a los demás internos, pero no lo hago: nunca pasa de unos-cuántos-golpes [por mi parte], unos gritos de miedo [por parte de los demás internos] y un castigo de dos días sin pastillas [por parte de mi loquera]; ella no sabe que puedo quejarme con una de esas personas que siempre contestan mis llamadas.
A mi loquera le aterra verme después de dos días sin pastillas. A mí no. Tampoco me aterran las lágrimas escurriendo de las paredes o los violines que se escuchan debajo de mi cama cuando no he tomado esas pastillas; en parte me siento acompañado e imagino violines nadando en un charco de lágrimas.
A mi loquera le da asco verme nadar en mis orines y chillando como si fuera un violín. A mí no. Yo entiendo, a pesar de mi locura, que cuando me vuelven a dar esas pastillas re-caigo en la realidad: las lágrimas son mis orines, el charco mi cama y los violines mi voz que está chillando. No es mi culpa. [Las de intendencia me odian porque tiene que lavar mi kit-de-sueño cada tres días].
A mi loquera le fascina cuando vuelvo a tener ganas de arrancarme la lengua. A mí no. Siempre que regresan esas ganas de cortármela es porque ya he tomado
esas pastillas.
Siempre que quiero hablar por teléfono es porque ya he tomado
esas pastillas.
Siempre que me dan ganas de partir caras, espaldas y rodillas es porque ya he tomado
esas pastillas.
Siempre que me quitan las pastillas es porque ya he tomado
esas pastillas.
Siempre que veo las lágrimas y escucho los violines es porque ya he tomado
esas pastillas.
Siempre que nado entre mis orines y chillo como violín es porque ya he tomado
esas pastillas.
Siempre que vuelvo a tomar esas pastillas es porque ya he tomado
esas pastillas.
Hoy es mi última noche en este cuarto. Según mi loquera, mañana me cambian a un lugar más cómodo, donde no habrá nadie más que yo. Puede que extrañe las peleas y las llamadas telefónicas. También me dijo que tendría que utilizar una de esas camisas que le aprietan los brazos a uno y que en mi nueva habitación no habría nada, sólo cuatro paredes acojinadas.
Si alguien lee esto, por favor no le diga nada a mi loquera. Me regañaría. Ella no sabe que robé este lapicero de su bata. Ella no sabe nada. Ahora dejaré de escribir, escucho el carrito con medicinas acercarse.
(Julio de 1985. Psiquiátrico, no sé qué ciud
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