En una sala a medio llenar, consecuencia de los excesos de la noche anterior, se presentó en función de prensa la última de las películas que formaron parte de la sección de largometrajes mexicanos del Festival Internacional de Cine de Morelia (FICM). La obra en cuestión es Olimpia (2018), tercer largometraje de ficción que firma José Manuel Cravioto, quien ya cuenta además con una gran experiencia en el mundo de la televisión y el documental.
Los antecedentes en la ficción no favorecen a Cravioto, tan solo basta recordar el thriller de acción inspirado en la vida del asaltabancos Alfredo Ríos Galeana, El más buscado (2014), una película fallida en todos los sentidos. Sin embargo, en su trabajo como documentalista el cineasta ha encontrado una veta más interesante. El documental Seguir siendo: Café Tacvba (2010), pero especialmente Los últimos héroes de la península (2008), demuestran la capacidad del director para encontrar el lado más interesante de personajes reales, cuyas vidas están unidas a un espacio y un momento particulares.
Olimpia, como lo hace suponer el título, es una película de ficción que toma como base la represión de los movimientos estudiantiles entre septiembre y octubre de 1968. Mezclando una serie de personajes ficticios con situaciones completamente documentadas. Es cierto que ya los acontecimientos del 2 de octubre se han visto en el cine en muchas ocasiones y en distintos registros, que van desde Rojo amanecer (1989), de Jorge Fons a la cursi Tlatelolco, verano del 68 (2013), de Carlos Bolado. Aquí la novedad es que es el formato, un filme de animación que utiliza la técnica de la rotoscopia.
Hablando en particular de dicha técnica, Cravioto asegura haberse inspirado en el trabajo de Richard Liklater, en cintas como A scanner darkly (2006), Waking life (2001), así como la película Vals con Bashir (Vals im bashir, 2008), de Ari Folman. Enfrentado a la dificultad de contar una historia de época con un presupuesto tan bajo, el director pensó que la animación le permitiría diseñar los espacios físicos necesarios sin que eso restara importancia a la narrativa. La miles de fotogramas fueron intervenidos manualmente por estudiantes de la UNAM en un programa de servicio social establecido específicamente para lograr este fin.
Varias escenas de El grito (1968) fueron tomadas para incorporarlas al metraje, conformando de esta manera el sustento histórico de la historia contada a partir de cuatro voces. El estudiante de cine que filma escenas desde la cajuela de un auto, el hijo de un militar que toma fotografías del movimiento, el líder estudiantil que termina preso en Lecumberri y la joven alumna de filosofía que intenta redactar un poema para presentarlo en la primera oportunidad que tenga de subir a la tribuna.
Es claro que la película trata de no focalizar su atención en el momento político del país, más bien centra su atención en las relaciones de camaradería y los lazos de confianza que unen a los estudiantes que muchas veces no saben muy bien lo que está sucediendo, pero quieren formar parte de eso y salir a manifestarse con ardiente entusiasmo juvenil. Olimpia se une al creciente número de apreciaciones artísticas creadas a partir del movimiento del 68. Su formato es un recurso ingenioso aunque su apreciación no es del todo original, pero es un cierre digno para la edición número 16 del FICM.