Pastor o impostor (Boze cialo, 2019), formó parte de la 68 Muestra Internacional de Cine, esa que no llegó a Morelia debido a la pandemia, pero recién ahora se estrena en la cartelera local. La película dirigida por el polaco Jan Komasa, alcanzó notoriedad gracias a su nominación al Oscar en la categoría de mejor película internacional, una sección cada vez más obsoleta de los premios que entrega la Academia.
A decir del propio Komasa, en el pasado reciente de Polonia se han dado varios casos de personas que se hacen pasar por sacerdotes o representantes de la iglesia católica, un asunto que por sí mismo da para un análisis extenso. Mateusz Pacewicz, se basó en uno de estos casos para desarrollar el guion de la película. El protagonista es Daniel, un delincuente juvenil que encuentra cierta vocación religiosa en el reformatorio. Desalentado de ingresar a un seminario debido a sus antecedentes, el joven emprende un viaje a un pequeño pueblo para cumplir con las obligaciones de su libertad condicional. En ese lugar, una serie de casualidades lo ponen al frente de la iglesia local. Pero nuestro pasado siempre nos alcanza y es lo mismo para Daniel, quien en cuestión de semanas verá amenazado no solo su frágil ministerio, sino su propia vida.
La narración se desarrolla en dos vertientes. Por una parte está la historia de este joven que se hace pasar por sacerdote y descubre a su llegada al pueblo los vicios de su predecesor, un cura bribón y alcohólico. Basándose en las enseñanzas de su guía espiritual de la prisión, Daniel lleva a cabo su propia reforma, más entusiasta y cercana a la gente (“No vengo aquí a rezarles mecánicamente… “, comienza siempre sus sermones), algo que le trae simpatías y enemigos por igual.
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Por otra parte está la historia de la comunidad. Un pueblo dividido por un trágico accidente en donde varios jóvenes perdieron la vida. La desigual distribución de culpas es alentada por el poderoso alcalde y dueño del aserradero local, solo unos pocos se atreven a cuestionar la versión oficial de lo que sucedió. La hipocresía y la ambigüedad de los personajes nos hacen ver que la verdad es siempre relativa.
Daniel encuentra en el sufrimiento de los creyentes la posibilidad de una reconciliación. Departe con los jóvenes, comparte las penas y alegrías de los feligreses, al mismo tiempo que se enfrenta a los poderes locales. Es notoria la manera en que la iluminación nos indica los cambios de ánimo del protagonista: el sol radiante cuando realiza su labor pastoral, contrasta con los tonos grises de sus recaídas.
Tristemente el título con el que se distribuye en México no hace justicia al original: Corpus Christi (“Boze cialo” en polaco), que dentro de la narrativa hace referencia no solo a la celebración religiosa católica, sino que puede interpretarse como la historia de un joven que encarna y asume el papel de guía espiritual, quien amenazado por los poderes fácticos, termina siendo entregado por alguien que pretende ser su amigo.
Mientras la iglesia local, estática y anticuada, promete la vida eterna a los habitantes del pueblo, Daniel abre un cauce para su dolor y frustración, encuentra un camino para la reconciliación aquí y ahora. En ese sentido, no es una película que se enfoque en la religión, más bien retrata la fe de un marginado en una sociedad que lo ha rechazado previamente, es un ser humano (y como tal imperfecto), que quiere reconstruirse después de un pasado desastroso y que busca darle un sentido a su existencia.